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Feijóo se quita la careta

Alberto Nuñez Feijóo y Santiago Abascal, en el desfile del Día de la Fiesta Nacional, en Madrid, el año pasado.
14 de junio de 2023 22:06 h

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Cuando Alberto Núñez Feijóo estuvo hace un par de semanas en las jornadas anuales del Cercle d’Economia, el influyente lobby que además de reclamar menos impuestos se interesa por las estrategias políticas, le preguntó al líder del PP si la regeneración y la cohesión democrática son compatibles con Vox. Feijóo, que se presentaba ante el empresariado catalán con el traje centrista que el público quería ver (son más de desayunar con La Vanguardia que con El Mundo), evitó contestarles. Nada se le da mejor que no responder cuando se le pregunta por la extrema derecha.

Feijóo habla por sus hechos y esta vez para sorpresa de muchos ha sido rápido y sin dejar margen a las dudas: no tiene ningún problema en gobernar con Vox. Como plaza más simbólica controlará la Comunitat Valenciana, aunque solo hace falta repasar el resto de alianzas para ver que es una simbiosis que no conoce de territorios. Si PP y Vox suman, pactan. Ahora y el 23 de julio. 

Afirmar que Vox es extrema derecha no es una opinión. Es un partido que responde a los parámetros que el intelectual italiano Umberto Eco resumió en una conferencia en la Universidad de Columbia, en abril de 1995, que después se publicó como libro. En ‘Contra el fascismo’ (Lumen y editado en catalán por Ara Llibres) explica que el ur-fascismo, que podría definirse como el fascismo eterno, se caracteriza por un culto a la tradición, un rechazo al pensamiento crítico y el miedo a la diferencia (por decirlo de manera educada). Es un movimiento, como resume Eco, racista por definición.

“El ur-fascismo surge de la frustración individual o social. Hecho que explica por qué una de las características típicas de los fascismos históricos ha sido la apelación a las clases medias frustradas, incómodas por alguna crisis económica o humillación política, asustadas por la presión de los grupos sociales subordinados. En nuestra época, en la cual los antiguos proletarios se están convirtiendo en pequeña burguesía (y el lumpen se autoexcluye de la escena política), el fascismo encontrará su público en esta nueva mayoría”, afirmó el filósofo italiano. Recuerden que lo señaló hace casi tres décadas.

A los que no tienen una identidad social, estos partidos les explican que su privilegio es el de haber nacido en el mismo país. De esta manera es mucho más fácil que cale la xenofobia en clases y edades diferentes. “Cada ciudadano pertenece al mejor pueblo del mundo y los miembros del partido son los mejores ciudadanos”. ¿Les suena? Sirve para Vox o para la extrema derecha independentista que ha ganado en el pueblo de Ripoll.

La obligación de cualquier demócrata es desenmascarar a estas formaciones, pero Feijóo ha decidido todo lo contrario y gracias al PP la extrema derecha manejará presupuestos de políticas sociales, cultura, educación o en áreas como la de igualdad. Un partido que califica las manifestaciones del 8-M de “socialcomunistas” y que ha llegado a decir que los parlamentos se han convertido en un “club de fidelidad de clientes de prostíbulos”. 

Borja Sémper tenía razón cuando hace cuatro años en una entrevista tildó a Vox de partido “reaccionario”. También cuando añadió que tiene “una visión esencialista” de España. “Sus dirigentes saben que solo excitando, removiendo un razonable enfado de una parte de la ciudadanía pueden tener su sitio electoral”, remató. Vox era y es así. ¿Qué ha cambiado? Que al PP, del cual el ‘moderado’ Sémper es portavoz, le da igual porque esto no va de valores. Va de poder a cualquier precio.

La derecha española debe estar convencida de que dar entrada en las instituciones al ur-fascismo que salió de sus entrañas a caballo como salvador de una patria irreal no le penaliza en las urnas. Debe pensar que los valores, la regeneración y la cohesión democrática por las que preguntaban los empresarios catalanes, nada sospechosos de abrazar postulados antisistema, no son su problema. Va de ganar como sea.

El historiador Enzo Traverso, que estos días visita España para presentar su último libro, ‘Revolución’ (Akal), ha teorizado que el posfascismo (es la acepción que él utiliza y la prefiere a la de neofascismo) crece como consecuencia de la derrota de las revoluciones del siglo XX. Considera que durante el pasado siglo, la utopía de otro mundo y de otro sistema social diferente al capitalismo estuvo siempre presente en el imaginario colectivo. Pero ese horizonte se desplomó (lo define como el eclipse de la utopía) y no existe una alternativa. 

La derecha no necesita cambios porque la falta de alternativa a quien penaliza es a la izquierda. Ese es su drama. Además, instalada en una especie de permanente desazón y en sus clásicas guerras intestinas, busca cómo hacer frente a otro riesgo, el de una deriva rojiparda entre los que podrían ser sus votantes. Se trata de esa falsa nostalgia que confluye con postulados asimilables a los de la extrema derecha al aferrarse a una tradición obrera falseada y a una xenofobia disfrazada tras la exaltación de los valores localistas. 

Traverso hace tiempo que aconseja tomar conciencia de que el fascismo no fue un paréntesis del siglo XX. En su libro ‘Las nuevas caras de la derecha’ (siglo veintiuno) concluye que en última instancia, el futuro de los movimientos de extrema derecha no dependerá solo de sus estrategias o del apoyo que puedan obtener de las élites globales. La cuestión será si la izquierda, desde sus partidos a los movimientos en la calle, es capaz de delinear una alternativa a esta peligrosa ideología.

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