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Quien con fascistas se acuesta, apuñalado se levanta

Rocío Monasterio.

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Sudaca, le gritaron. Es una mujer de origen ecuatoriano. Y le metieron una puñalada en el riñón. Estaba en una cola del hambre para personas en peligro de exclusión social, organizada por Cáritas de Cartagena en esa Región de Murcia donde campa el fascismo. La normalización de los mensajes racistas y xenófobos de Vox ya se cobra víctimas físicas. Hace pocos días fue asesinado a tiros el marroquí Younes Bilal. Disparó un exmilitar mientras le gritaba “moro de mierda”. Dicen que la mujer de nacionalidad española que apuñaló a la ecuatoriana sufre problemas mentales y que está alcoholizada, pero la enfermedad mental y el alcoholismo no tienen vinculación científica con el discurso fascista que intoxica la psique y la sangre de la sociedad. La agresora gritó a su víctima que “los inmigrantes nos quitan la comida”. Los sudacas.

Es exactamente lo que proclama Vox. Siempre que los sudacas sean pobres, claro, no sudacas como los de Rocío Monasterio. Porque Rocío Monasterio es de origen sudaca, pero terrateniente. Sus antepasados eran dueños de la Compañía Azucarera Atlántica del Golfo, que cotizó en la Bolsa de Nueva York. Pero si los hubieras puesto en una cola del hambre esperando un paquete de azúcar, parecerían lo que eran: sudacas. De hecho, vinieron para España cuando les expropió la revolución, aunque no tuvieron que recurrir a Cáritas porque el padre montó aquí una fritanga con ínfulas: el Kentucky Fried Chicken. Los padres sudacas parecen menos sudacas cuando no vienen a limpiar culos españoles. Hay muchos sudacas en España, aunque unos parezcan más sudacas que otros. Julia parece más sudaca porque limpia casas españolas y durante el confinamiento tuvo que pedir alimentos porque no podía trabajar. Mario Vargas Llosa parece menos sudaca porque otra sudaca le limpia la casa. O a lo mejor es filipina. Con las filipinas pasa igual que con los sudacas: unas parecen más filipinas que otras.

Así que detrás de las puñaladas y los disparos hay racismo, xenofobia y un clasismo tan profundo que ni siquiera distingue por raza o por procedencia sino lisa y llanamente por poder adquisitivo. Si eres rico hasta podrías ser moro sin que te añadieran la coletilla de la mierda. “Nosotros le deportaremos”, inventó Santiago Abascal cuando Unidas Podemos anunció que el senegalés Serigne Mbayé, portavoz del Sindicato de Manteros, iría en sus listas a la Comunidad de Madrid. Abascal sabía que Mbayé tiene la nacionalidad española pero en su programa electoral iba el odio al diferente, sobre todo si el diferente es mantero. Hasta Bertrand Ndongo, el llamado “negro de Vox”, tuvo que recomendar a su partido que “así no”.  Pero así siguen, sí: en la sesión de investidura de la presidenta Díaz Ayuso, la propia Monasterio ha vuelto agredir verbalmente a Mbayé, acusándole de haber entrado en España de manera “ilegal”. Y Ayuso, claro está, la ha defendido. Porque su odio es racista, xenófobo, clasista y también político.

Y de sus polvos ideológicos y estratégicos vienen lodos como los de Murcia. Disparos y apuñalamientos que proceden de un populismo de ultraderecha que envenena a las personas, sobre todo a las más vulnerables, que las engaña y provoca su violencia, haciendo caja política de su precariedad. Según el Ministerio del Interior, el delito de racismo y xenofobia ha aumentado en España un 21% desde 2019. Son delitos de odio porque ha prosperado el discurso de odio del fascismo. Está pasando en España lo que pasó antes en Francia o Alemania, incluso en Portugal. Hasta que Vox se escindió del PP y alcanzó con ese discurso las instituciones políticas, en España éramos racistas, desde luego, pero teníamos el detalle de que estuviera mal visto. A pocos se les ocurría ya usar términos como sudaca o moro de mierda, pero al llegar en 2018 los de Abascal y Monasterio al Parlamento de Andalucía empezó a normalizarse esa violencia con la inestimable ayuda del altavoz institucional y de la plataforma mediática, que solo cubriendo su presencia la amplifica y le da legitimidad. Ahora tenemos un gravísimo problema de difícil solución, pues del sudaca y el moro de mierda se ha pasado a la puñalada y al disparo. Ahora ya no es fácil dar con la solución. Lo que sí debemos tener claro es que quien con fascistas se acuesta, apuñalado se levanta, porque la espalda de esa mujer ecuatoriana es la de toda nuestra sociedad.

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