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La tentación de jugar con el fuego de Vox

Congreso de los Diputados

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Este miércoles, inicio de la moción de censura impulsada por Vox, coincide con el vigésimo aniversario de la primera exhumación realizada en España con métodos científicos, que abrió camino a cientos de exhumaciones más. Cuando los cadáveres aparecen, los crímenes no pueden seguir negándose. De esta forma todo un país ha ido conociendo su propia historia. Lo que muchos pensaban que era anecdótico, puntual o menor, fue en realidad un plan sistemático de persecución contra un sector de la sociedad por sus ideas políticas.

Pero a pesar de los avances, en estos años ha predominado un relato oficial equidistante. Decir que ambos cometieron atrocidades con intención de igualar a los contendientes sería tanto como afirmar que no se puede juzgar a los nazis porque los aliados también cometieron crímenes. Lo hicieron, sin duda. Los bombardeos de Dresde son un ejemplo. Eso, sin embargo, no ampara ni una sola de las atrocidades nazis.

En España el Estado ha “externalizado” los derechos humanos, dejando en manos de las asociaciones las búsquedas y exhumaciones, y por tanto perpetuando el carácter no oficial de las mismas. Hasta ahora no se estudia con seriedad la represión franquista en colegios e institutos, algo que parece que contemplará la nueva Ley de Memoria Democrática, falta ver de qué modo. Y no existe aún un organismo estatal al que las familias de las víctimas puedan acudir para obtener información sobre sus desaparecidos, o para ofrecerla. 

Miles de personas han recorrido en estos años cientos de kilómetros en busca de datos sobre sus padres o abuelos, han mendigado en archivos, rogado en Ayuntamientos, preguntado en pueblos en busca de pistas sin ayuda alguna por parte de las instituciones estatales. Muchas han muerto sin que su país les haya dicho gracias, sin haber sido nombradas por el Parlamento, sin reconocimiento, viendo cómo sus torturadores recibían y mantenían sus medallas sin ser juzgados por ningún tribunal.

Todo esto ha contribuido a enviar un mensaje a la ciudadanía: el del triunfo de la impunidad, que tiene que ver con una posición oficial equidistante, inaceptable para una nación perteneciente a Europa. Sobre este terreno ha levantado la extrema derecha su discurso y atrevimiento, hasta el punto de acusar a las Trece Rosas de “torturar, violar y asesinar” o a gente como Largo Caballero de “golpistas, asesinos y totalitarios”. 

Si prima la premisa de que todos fueron buenos y malos, caben tantas verdades como personas y así prolongaremos hasta el infinito una mentira: que cuando gobiernes tú los malos son los de enfrente y cuando gobierne yo, el malo eres tú. Por encima de ello el Estado español tiene que elegir tomar partido por la verdad vinculada a los derechos humanos y a sus obligaciones internacionales en esa materia, tal y como solicita Naciones Unidas. 

Mientras todo esto no se asuma como la Historia oficial de España, mientras no se subraye que unos fueron golpistas y los otros demócratas, mientras no quede claro que unos fueron reparados durante toda la dictadura, mientras los crímenes del franquismo sean intocables para la justicia, la impunidad seguirá presente. Y con ella, el terreno abonado para legitimar discursos de extrema derecha, defender posiciones corruptas, dar patadas a la ética periodística y normalizar mentiras y crispación. Porque si hay tantas verdades como personas o como partidos o como bandos, ¿dónde están los hechos? 

Rescatar la memoria no implica deseo de revancha, sino reivindicación de una defensa de los derechos humanos imprescindible para evitar que la Historia se repita. Cuando una sociedad desconoce su pasado está desprotegida ante sus amenazas presentes. Y entre esas amenazas está la tentación de minusvalorar a la extrema derecha o de darle pábulo y credibilidad. 

Los discursos de la crispación tienen demasiado mando en el debate público. La extrema derecha logra introducir temas y marcar agenda, rebajando de forma alarmante el nivel de la conversación colectiva y posponiendo propuestas sobre el diseño de nuestro futuro y análisis fundamentales sobre los problemas de nuestro presente. Esto se está produciendo en un contexto que requiere, más que nunca, altura discursiva tanto en la política como en el periodismo.

Hay quienes hacen cálculos electoralistas pensando que el hecho de que Vox acapare atención en medios y hemiciclos les beneficia, por el miedo que genera, por la movilización que puede provocar en la izquierda. Pero bien es sabido que cuando el fuego de la crispación se enciende existe el riesgo de que traspase los límites previstos. No son tiempos para el griterío. La contundencia se necesita en los actos, en las medidas políticas, en las posiciones. Todo lo demás corre el riesgo de ser pura escenificación vacía de contenido: instrumentalización de los miedos de la gente para justificar falta de acción, de riesgo y de compromiso. 

Por eso, frente a la moción de censura de Vox sería bueno que las fuerzas políticas pasen página rápido y no desciendan al barro que la extrema derecha extenderá sobre el hemiciclo, para no resbalar en un terreno en el que ésta juega con ventaja. Los debates públicos de bajo nivel, sostenidos en el tiempo, son capaces de reducir la inteligencia colectiva de un país. Y eso solo beneficia a los portadores del odio y la insolidaridad. 

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