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Trump, un elefante en la cristalería

Donald Trump abandona una rueda de prensa en Nueva York / EFE/EPA/JASON SZENES

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Un cúmulo de fatalidades, fallas manifiestas de la democracia, llevaron a la presidencia de los Estados Unidos al republicano Donald Trump. El peor presidente que haya tenido jamás la América empequeñecida que prometió engrandecer ha cumplido los peores pronósticos que se esperaban de él. Y así su país y el mundo se encuentran expectantes y preocupados por lo que, tanto él como que las huestes que enardeció, puedan aún hacer. Ni Trump, ni sus seguidores aceptan el resultado real de las urnas bajo diferentes excusas y quieren mantener el poder a cualquier precio. Ya lo demostraron en el asalto al Capitolio la semana pasada cuando la punta de lanza de esas decenas de miles congregadas en Washington entró a pisotear la democracia.

Se espera un tenso fin de semana alargado hasta el martes, el día de la inauguración o toma de posesión de Biden. Las amenazas de atentado son absolutamente verosímiles para las fuerzas de la Seguridad norteamericana fieles a su compromiso democrático con la sociedad, pero se ha sabido que entre los asaltantes del Capitolio había militares y policías de ultraderecha. Allí, como aquí, no se ha purgado la lacra fascista en los cuerpos del Estado. No es una especulación, funcionarios de Inteligencia de Estados Unidos advirtieron de que grupos de milicias armadas y extremistas racistas están apuntando a la toma de posesión del presidente electo Joe Biden.

El boogaloo, un movimiento que busca iniciar una segunda guerra civil, y los extremistas con el objetivo de desencadenar una guerra racial “pueden aprovechar las consecuencias de la brecha del Capitolio mediante la realización de ataques para desestabilizar y forzar un conflicto culminante en los Estados Unidos”, según el boletín emitido por el Centro Nacional de Contraterrorismo y los Departamentos de Justicia y Seguridad Nacional, que se difundió ampliamente entre las fuerzas del orden de todo el país“, dice The New York Times.

En el poder todavía Trump, con el vidrioso Mike Pompeo en la Secretaría de Estado, la Guardia Nacional, obrando de forma autónoma, se ha ampliado a 20.000 efectivos ante el aviso del FBI de que podrían colocarse bombas caseras el día de la jura. Tres asociaciones pro-Trump no cesan de mandar mensajes sobre actos violentos el día 20 por todo el país, incluido Washington DC. Tampoco descartan que ocurra camuflado como fuego amigo.

Es cierto que se ha abierto el nuevo proceso de impeachment contra Trump -esta vez por insurrección- con el voto afirmativo de 10 congresistas republicanos, aunque son solo 10 y otros 197 le avalan. Trump está teniendo adhesiones, pero también deserciones de peso. También se han identificado a los asaltantes que dejaron un rastro por completo reconocible. Y a las turbas que anduvieron organizándose en webs como Parler, en la que volvemos a encontrar a Cambridge Analytica y su propietario, Robert Mercer. Juzgada y condenada por procesar fraudulentamente la información de más 50 millones de perfiles de Facebook para diseñar el mensaje político de Trump, Parler se ha quedado sin hospedaje. Fue prohibida en Amazon, Apple, y Google poco después de que Twitter, Facebook e Instagram cerraran sus cuentas a Donald Trump. Pero es inevitable y obligado reflexionar que todos ellos permitieron e incluso propiciaron previamente los movimientos del presidente. Lo mismo que bancos tan poderosos y homologadamente alemanes de bien como Deutsche Bank hacían negocios con el imperio del magnate, cosa que hemos sabido porque ahora dicen que los van a cancelar por su implicación en el asalto y el clima que vive el país. Negocios particulares que alentaba su presidencia. Capitalismo genuino, con desviaciones trumpistas.

Todo venía de muy lejos. De antes que llegara a ser candidato y presidente, y derrotado en la reelección. En mayo, viendo lo que se avecinaba, soltó un tuit que Twitter ocultó por primera vez por “glorificación de la violencia”. El tuit decía que “cuando empiezan los pillajes, empiezan los tiros”, aludiendo a una frase histórica de un comisario de Miami en 1967, en la época de la lucha por los derechos civiles. Fue cuando Trump alimentaba ya bulos sobre el voto por correo en California preparando el terreno. El pillaje en este tipo de seres siempre es de los otros.

Trump, de la mano de Pompeo, se ha empleado a fondo en construir su legado hasta última hora, también en la política exterior. Con dos objetivos principales: destruir los acuerdos de Obama y dificultar el trabajo a Biden, en cuanto a su país. Y apostar por los objetivos de Israel con el fin primordial de dañar a Irán. La reunión en las últimas horas de Pompeo y el jefe del Mossad, la agencia de espionaje de Israel, en un café de Washington no es precisamente tranquilizadora. La Unión Europea, por cierto, no ha querido recibir al secretario de Estado, que multiplicaba su actividad a punto de irse.

Donald Trump inició 2020 mandando asesinar al general iraní Qasem Soleimani , el arquitecto de “El eje de la Resistencia” que agrupa, además de Irán, a Siria, Hezbolá de Líbano, las milicias chiitas en Irak, Afganistán y Pakistán, los hutíes de Yemen y a los sunitas palestinos de Hamás. Todos con un enemigo común: Israel. Trump avaló en septiembre el acuerdo de paz entre Israel, Baréin y los Emiratos Árabes Unidos. Este mismo diciembre reconoció la soberanía de Marruecos en el Sáhara Occidental. Trump e Israel saben que cualquier confrontación lo será con todo el frente o el Eje de Resistencia. Trump está rompiendo el acuerdo de desarme nuclear con Irán firmado por Obama.

Casi en las últimas horas de su presidencia, Washington etiqueta a Irán, Rusia , Cuba, Corea del Norte y China como adversarios extranjeros y en algunos caso patrocinadores del terrorismo. En un conjunto de reglas destinadas a preservar las telecomunicaciones y otros negocios de EEUU. Con China, su gran rival, ya ha venido dinamitando el histórico Comunicado de Shanghái de 1972 para normalizar relaciones, firmado por Nixon y Mao Zedong. Donald Trump es un elefante pisoteando los frágiles lazos de la diplomacia. Y Biden va a tener que afrontar este paquete de cambios que le deja.

En realidad, además de la diplomacia, Trump está pisoteando la democracia, el sentido común, la inteligencia, la comunicación, el periodismo, la verdad como valor, la igualdad (entre seres humanos y entre hombres y mujeres), la amistad, el respeto, la empatía. Y deja un reguero de seguidores fanáticos temibles.

Trump es un error inmenso, como consecuencia y como origen de más secuelas. Un modelo que se extiende y que, de no frenarse, puede tener consecuencias irreparables.  Pase lo que pase, el destrozo es enorme. Ojalá toda sociedad fuera capaz de escarmentar en cabeza ajena.

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