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CDU y PP: respuestas diferentes al ascenso de la extrema derecha y el mismo fracaso

Merkel y Casado en el congreso anual de la CDU en Leipzig en noviembre de 2019.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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El cordón sanitario a la extrema derecha en Alemania ha estallado en la cara a la CDU de Angela Merkel. La política de no participar en ningún pacto con AfD saltó por los aires en Turingia, un Estado de Alemania Oriental de 2,2 millones de habitantes, y se llevó por delante esta semana a Annegret Kramp-Karrenbauer, la líder del partido que había relevado a Merkel de cara a las próximas elecciones. 

En España, no existe tal bloqueo a los ultras desde la derecha. El Partido Popular ni siquiera se lo planteó y se apresuró a pactar con Vox después de las elecciones autonómicas y locales. Eso no quiere decir que esté exento de problemas. Muchos dirigentes del PP creen que Pablo Casado ha cometido varios errores al no marcar distancias con el partido de Santiago Abascal y dejar que le arrastre a polémicas generadas por Vox en su beneficio. Casado no puede apelar a los sondeos para justificar su acierto.

En Turingia, el líder regional de los liberales fue elegido por sorpresa con los votos de la CDU y AfD culminándose con éxito los planes trazados por el líder local de AfD, Björn Höcke, mientras los conservadores pensaban que sus dirigentes del Estado aceptarían como mal menor la permanencia de Die Linke (La Izquierda) en el poder. “Fue un mal día para la democracia”, dijo Merkel. “El apretón de manos de la vergüenza”, tituló en portada el tabloide conservador Bild con la foto del saludo de Höcke al líder liberal en Tutingia que un día después prometió renunciar al puesto para que se repitan las elecciones. 

Höcke era además el peor socio posible. Un tribunal dictaminó que no se puede condenar por injurias a quien le llame “fascista”. Es el máximo responsable de Flügel, la facción más radical de AfD. El servicio de inteligencia interno de Alemania (BfV) considera a Flügel un “caso sospechoso”, lo que le permite investigar al grupo, controlar sus comunicaciones y estudiar si pide su ilegalización. 

Incluso dirigentes de la derecha alemana tan conservadores como el ministro de Interior, el bávaro de la CSU Horst Seehofer, tienen claro que AfD es un elemento tóxico del que conviene estar alejado. “Cualquier intento de acercarse a los márgenes de la extrema derecha es como un veneno que no podemos dejar que se filtre en nuestro partido”, dijo en mitad de esta crisis. Y eso que Seehofer presionó para endurecer el discurso contra la inmigración en Baviera con el fin de frenar el avance de AfD en las urnas, un empeño que no sirvió para detener su propia sangría de votos.

En España, varios dirigentes del PP han recordado que el partido no debe dejarse arrastrar por el lenguaje incendiario de la extrema derecha. “Vox no tiene nada que ver con el PP. Y nos equivocaremos si tratamos de competir con Vox por un espacio electoral”, ha dicho a este medio Esteban González Pons. Alberto Núñez Feijóo y otros han hecho declaraciones similares. 

Si el PP y Vox no tienen nada que ver, entonces hay que preguntarse por qué Pablo Casado suena tan parecido al partido ultra en algunos temas. El presidente del PP se lanzó a hacer comparaciones con Cuba y el comunismo en mitad de la polémica sobre el veto parental promovido por Vox sin que a nadie le diera tiempo a avisarle de que la gestión sobre educación en varias comunidades autónomas está en manos de gobiernos de su partido desde hace una década. Y eso que Casado había pedido en ese discurso a los dirigentes que no mordieran el anzuelo –que, según él, había tendido el PSOE, no Vox– sólo minutos antes de morderlo él mismo y engullirlo por completo.

Esta semana, el Congreso ha sido el escenario de otro intento del PP de superar a Vox por su derecha. La intervención del diputado José Ignacio Echániz contra el proyecto de ley de eutanasia provocó “malestar” en el partido, según fuentes del PP citadas por ABC, en especial por la “burrada” de decir que el Gobierno promovía esa medida para ahorrar dinero en sanidad. “Es un error que nos cruje”, dijeron.

“Podría afirmarse, desoladamente, que la derecha española parece estar llegando al final de una obsolescencia programada, como los 'gadgets' tecnológicos”, escribió José Antonio Zarzalejos en El Confidencial con ocasión del discurso de Echániz. Eso podría hacer que su electorado defraudado se entregara a una “catarsis” y terminara entregándose “a la radicalidad”, es decir, a Vox.

Casado raramente hace críticas directas a Vox. Los dirigentes ultras se han tenido que dar cuenta y probablemente habrán llegado a la conclusión de que tiene miedo a hacerlo. Eso no hace más que animarlos. 

En Alemania la mayoría de los dirigentes de la CDU no se cortan en sus críticas a AfD y se escandalizan cuando políticos como Björn Höcke hablan como los neonazis al calificar de “estúpido” que Alemania continúe recordando el Holocausto como una tragedia nacional. Sin embargo, cada vez son más los diputados y dirigentes regionales del partido que reclaman el fin del aislamiento de AfD para servirse de sus votos cuando sea necesario. 

“No puedo desdeñar al 25% de los votantes y decir que no voy a hablar con sus representantes”, dijo Lars-Jörn Zimmer, diputado de la CDU por Sajonia, que pidió un pacto en ese Estado con AfD para formar un Gobierno en minoría.

En 2019 fueron unos cuantos los que coincidieron con Zimmer antes de las elecciones regionales de ese año que concedieron un gran resultado a AfD. Pero los principales dirigentes les frenaron en seco. El primer ministro de Baviera, Markus Söder, llegó a decir que los concejales no estaban autorizados ni a tomar un café con un miembro de AfD. Kramp-Karrenbauer acusó a ese partido de crear el “clima de opinión” que hizo posible que un neonazi asesinara en junio a un dirigente local de la CDU en Kassel que había apoyado la integración de los refugiados en la sociedad alemana.

Lecciones de la historia

Nadie olvida que el apoyo de los partidos conservadores fue decisivo en el ascenso de Hitler al poder en los años 30. Fue precisamente en Turingia cuando se produjo ese pacto por primera vez en 1930 con un Gobierno de coalición en el que el nazi Wilhelm Frick fue nombrado ministro de Interior. Unos meses después, el acuerdo se repitió en Brunswick. En 1932, los conservadores levantaron la ilegalización de las SA y las SS a cambio de que Hitler permitiera la formación del Gobierno de Von Papen. Finalmente a principios de 1933, la derecha hizo posible la ascensión de Hitler a la cancillería. Como recordaba Der Spiegel, “una lección de la República de Weimar es que la extrema derecha llegó al poder porque la derecha quería que le ayudara a continuar en el poder”.

El cordón sanitario contra AfD no ha impedido que la extrema derecha se convirtiera en la tercera fuerza política nacional con el 12,6% y 89 escaños en las elecciones de 2017 o que haya llegado al 23,4% en Turingia –el Estado donde los nazis levantaron el campo de concentración de Buchenwald–, al 27,5% en Sajonia o al 23,5% en Brandeburgo. 

La crisis de Turingia puede tener efectos dramáticos para la CDU en ese Estado. Un sondeo conocido el viernes mantiene a AfD en sus números de las elecciones de octubre con un 25%. La CDU cae siete puntos y se queda en el 14%. Quien saldría beneficiado de la repetición electoral sería Die Linke con el 40%, un récord histórico y casi diez puntos más que hace cuatro meses.

La postura más acomodaticia del PP tampoco está resultando muy efectiva. El barómetro de febrero de eldiario.es indica que Vox podría alcanzar en estos momentos 59 escaños, siete más que ahora, y situarse a sólo 3,3 puntos de distancia del PP. Un 'sorpasso' protagonizado por la extrema derecha ya no es una hipótesis absurda.

En varios países de Europa, la derecha tradicional ha sido reducida a la mínima expresión por la extrema derecha (Italia, Polonia o Hungría) y en otros ha aceptado pagar el precio de pactar con ella. Después de años de alegar que la inmigración podía llegar a cambiar la identidad cultural de Europa, no es extraño que los votantes convencidos de eso se hayan pasado a los partidos que con más energía lo denuncian. Los años de la austeridad y el aumento de la precariedad en el empleo han minado la credibilidad de los políticos tradicionales y creado oportunidades a los ultras para afirmar que los problemas económicos se deben a la excesiva generosidad del Estado del bienestar, especialmente con los extranjeros.

Para todos ellos, el editorial de Der Spiegel tenía un recordatorio tras la crisis de Turingia: “Los conservadores de la República de Weimar pensaban que podían utilizar a Hitler. En realidad, él los estaba usando a ellos. Estaban en la etapa final de la muerte de la democracia sin darse cuenta de ello. Comparaciones como esta son imperfectas, pero no perjudica ver la situación actual como una fase inicial como la que se experimentó hace un siglo. Considérenlo una medida de precaución”.

 

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