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CRÓNICA

La OTAN aparece como la improbable carta de salvación de Sánchez

Sánchez conversa con Mark Rutte en la cumbre de la Comunidad Política Europea en Tirana el 16 de mayo.
19 de junio de 2025 22:05 h

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Un fantasma recorre Europa y no está muy claro que sea real. Es la sombra de la amenaza rusa a los países de la OTAN, como en los viejos tiempos de la Guerra Fría. Ningún alto cargo político o militar osa decir que Ucrania está a punto de ser derrotada. Sin embargo, unos cuantos de ellos no tienen inconveniente en especular sobre futuras invasiones rusas en el territorio de un país de la Alianza Atlántica. El general Carsten Breuer, jefe de las Fuerzas Armadas alemanas, se atrevió hace unas semanas a poner una fecha y a prever que Rusia podría atacar un país de la OTAN en los próximos cuatro años: “Debemos estar listos para 2029. Si me pregunta si existe una garantía de que no sea antes, diría que no. Por eso, debemos poder luchar hoy mismo, esta noche”.

La realidad sobre el terreno dice que esta noche Rusia continuará empantanada en la guerra de Ucrania. 2023 fue el año en que fracasó la contraofensiva ucraniana y se evaporaron sus sueños de conseguir una victoria que expulsara a las tropas rusas. Se suponía que 2024 y la primera mitad de este año iban a ser momentos dramáticos para Kiev, porque los rusos iban a plasmar su gran ventaja en número de soldados y material militar. No ha sido así ni de lejos. En estos diecisiete meses Rusia se ha hecho con el control de menos de un 1% de territorio ucraniano –unos 5.000 kilómetros cuadrados, una extensión similar a la de la comunidad de La Rioja–, según un análisis del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales.

El terreno capturado por los rusos es mucho menor que los 120.000 kilómetros cuadrados que ganaron en las cinco primeras semanas de guerra o los 50.000 que Ucrania recuperó en la primavera de 2022. A cambio de ese esfuerzo, los militares rusos han sufrido un número de bajas escalofriante. El país cuenta con una obvia ventaja demográfica sobre Ucrania, pero el precio por el escaso avance conseguido es altísimo. Este verano, Rusia puede llegar al millón de bajas, sumando muertos y heridos graves que no pueden volver al combate.

En los pasillos del poder europeo, se respira un ambiente que no se ajusta muy bien a la realidad de una guerra de desgaste que en las circunstancias actuales se prolongará durante años. Lo que se discute en las reuniones promovidas por la OTAN y la Unión Europea es que sus países necesitan poner en marcha un rearme de grandes dimensiones. La cifra de la que hablan es la que exige Trump: un 5% de gasto militar sobre el PIB, del que el 3,5% sería el gasto militar y el resto el gasto en infraestructuras y ciberseguridad relacionadas de una forma u otra con la defensa.

Pocos gobiernos se han atrevido a discrepar en público. Pedro Sánchez decidió el jueves dar el paso definitivo y mostrar sus cartas en una misiva enviada a Mark Rutte, secretario general de la OTAN. Precisamente en su mayor momento de debilidad desde que llegó a Moncloa, Sánchez adopta una actitud que quizá le deje aislado en la cumbre de la Alianza en La Haya el 24 y 25 de junio, pero que le ganará el apoyo de sus aliados en el Congreso, algo de lo que está muy necesitado.

Con el fin de no meterse en una guerra de porcentajes, el presidente avisa de que “España no se puede comprometer con un objetivo específico de gasto” en la cumbre, más allá del que ya existe de llegar al 2% del PIB. El 5% está totalmente descartado y sería “irracional” y “contraproducente”. Dañaría el Estado de bienestar y sería imposible “salvo que se acepte aumentar los impuestos a la clase media, recortar servicios públicos y prestaciones sociales a los ciudadanos y reducir nuestro compromiso con la transición ecológica y la cooperación internacional para el desarrollo”. Todos estos puntos son líneas rojas para los aliados de izquierda de los socialistas.

Mark Rutte se ha convertido en el embajador de Trump en Europa. El holandés que predicó la austeridad en las finanzas de los gobiernos europeos en sus muchos años como primer ministro ahora exige un incremento espectacular del gasto público dedicado a la defensa con el correspondiente descenso del gasto social. Lo ha hecho con un estilo provocador que no le ha hecho ganar amigos.

“No me corresponde a mí decidir cómo cada país debe pagar la factura”, dijo en una conferencia de un 'think tank' en Londres. Al responder a una pregunta sobre las dificultades del Reino Unido para llegar al 5%, respondió con un sarcasmo al decir a sus anfitriones que “aún podéis conservar el Servicio Nacional de Salud” (la sanidad pública), “pero será mejor que empecéis a aprender ruso”. Es un nivel de paranoia que no se recordaba desde los peores años de la Guerra Fría, cuando la OTAN alertaba de que si los tanques soviéticos superaban el Rin no afrontarían una gran barrera natural hasta los Pirineos.

La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, escucha a Trump durante la cumbre del G7 en Canadá el 16 de junio.

Ningún Gobierno británico se opone por sistema a un aumento del gasto de defensa ni a participar en aventuras bélicas en el exterior. Sin embargo, la realidad económica se impone sobre muchas otras consideraciones. Actualmente, gasta el 2,3% del PIB en defensa, más que Francia o Alemania, y ha prometido subir el porcentaje al 2,5% en 2027 con un objetivo del 3% para dentro de una década. Ni siquiera la belicista Gran Bretaña está a la altura de las exigencias de Trump y su escudero, Rutte.

La carta confirma que Sánchez está dispuesto a llegar hasta el final en la cumbre de la OTAN. No está en condiciones, por otro lado, de volver a enfurecer a sus socios en el Congreso después del escándalo en torno a Santos Cerdán. Un titular del Financial Times señala los costes en términos de imagen: “España amenaza con hacer descarrilar la cumbre de la OTAN que busca apaciguar a Trump”.

Los riesgos no son tan altos. En estas cumbres, las grandes decisiones se toman por consenso, aunque no sería imposible que sus miembros llegaran a un acuerdo más genérico y que los países a favor de aumentar el gasto militar y relacionado al 5% dieran ese paso con independencia del texto del comunicado final. Lo que nadie tiene claro es si Trump lo aceptará después de sus numerosas frases despectivas dirigidas a la UE y sus miembros a los que acusa de estafar a EEUU por no gastar más en sus Fuerzas Armadas.

La presión que reciba Sánchez tendrá que ver con el terror que provoca Trump en la Comisión Europea y la OTAN. En el primer caso por la imposición de aranceles, y en el segundo por la ayuda militar a Ucrania. El miedo a incomodar al presidente de EEUU es tan grande que una cumbre que iba a durar tres días ha quedado reducida a una jornada, o más en concreto a una reunión de dos horas y media. Todo con tal de evitar lo ocurrido en la cumbre del G7, que Trump abandonó un día después de su inicio.

La situación que encara Sánchez en España es tan delicada que provocar el enfado de Trump puede ser la mejor noticia que puede obtener de la cumbre de La Haya. Presentarse como defensor del Estado de bienestar en una Europa dominada ahora por gobiernos conservadores, perplejos o acobardados por la actitud de Trump, es un rasgo de identidad mucho más rentable que los que ha tenido que soportar en la última semana.

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