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Eduard Fernández: “Dejaría de ser actor solo por ser probador de playas”

Eva Baroja / María Granizo

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Ser actor siempre estuvo en la hoja de ruta de Eduard Fernández Serrano (Barcelona, 1964), pero, como decía El Principito, uno de los libros de su infancia, “caminando en línea recta uno no puede uno llegar muy lejos”. Así que él dio varias vueltas: estudió mimo, trabajó en cabarés del bohemio barrio de El Raval y salió a escena con Els Joglars de Albert Boadella. Empezó, como muchos otros, en la pequeña pantalla, a la que le devuelve Álex de la Iglesia con 30 monedas. En esta serie, que se estrena mañana en HBO, el barcelonés da vida al Padre Vergara, un sacerdote héroe y antihéroe que si saliera de la ficción, explica, “trataría de salvarnos de los grandes monopolios, del poder asumido por muy pocos”. 

Su historia es la de la vocación, el tesón y el esfuerzo. Desde aquel niño que jugaba a los soldaditos y a construir castillos hasta el reconocido actor que ha ganado tres Goyas, una Concha de plata y dos premios Gaudí ha pasado casi medio siglo. Siempre fue el más travieso de sus cuatro hermanos en aquellos veranos dorados que la familia pasaba a medio camino entre la costa catalana y el norte, en Burgos y en La Rioja. En Barbadillo del Mercado, el pequeño Eduard sintió por primera vez la libertad al ir montado en el buey de su abuelo con una importante misión: “evitar que el animal manchara el trigo”. De Haro, el pueblo de su abuela, no recuerda el olor a vino, pero sí el olor a chuches se quedó para siempre en él. También lleva siempre consigo la playa catalana y sus atardeceres. Tanto que reconoce que dedicarse a visitar y a probar todas las playas del mundo sería lo único por lo que dejaría de ser actor: “Pasaría dos o tres semanas en cada una y les podría estrellas”. 

A sus espaldas, cuarenta largometrajes y casi una decena de series de televisión. Por la cantidad de papeles y registros que ha interpretado podría llamársele El hombre de las mil caras (2016): la del compañero de armas de Alatriste (2006), Sebastián Copons, la del capitán Enrique de las Morenas, uno de Los últimos de Filipinas (2016), o la del mutilado Millán Astray que le valió el tercer y último premio Goya de su carrera por Mientras dure la guerra (2019). Ahora se mete de lleno en la piel de un excéntrico sacerdote: exorcista, exconvicto, boxeador y expulsado del Vaticano. Ni él mismo cree lo que ha conseguido. Para interpretar al Padre Vergara ha tenido que adelgazar 15 kilos y someterse a un entrenamiento físico muy exigente durante cuatro meses. En la serie de HBO, casi imposible de encasillar en un género como la mayoría de Alex de la Iglesia, predomina el terror. Sin embargo, su género cinematográfico favorito es la ciencia ficción por “ser una excelentísima herramienta para hablar de cosas muy íntimas del ser humano ya que no todo es tangible”. 

Sus primeras ofertas de trabajo se hicieron esperar hasta mediados de los ochenta y no fue hasta 1994 cuando le dieron la primera oportunidad en el cine con Souvenir (1994), una película de Rosa Vergés que cuenta la historia de un viajero japonés y una azafata. De su extensísima filmografía hay dos películas de las que se siente especialmente orgulloso: Todas las mujeres (2013) de Mariano Barroso y Ficción (2006), un film de Cesc Gay que compartió con su hija, la también actriz Greta Fernández. A los treinta y cinco, le llegó su primer gran reconocimiento: una candidatura como mejor actor revelación por su trabajo en el thriller Los lobos de Washington (1999). Fue solo el inicio de una gran sucesión de reconocimientos profesionales que perduran hasta hoy, convirtiéndose en uno de los actores más reconocidos del panorama nacional. 

Escuchando a Lou Reed, el único grupo del que tiene un autógrafo que guarda como oro en paño, y recordando aquellos veranos en Castelldefels en los que una vez quiso ser heladero, Eduard Fernández despide su PlayList. Conversaciones en la catedral de Vargas Llosa es uno de los libros que descansan en su mesilla, pero el tuit que le gustaría recibir es “el texto que él nunca hubiera escrito”. A sus 56 años le siguen atrayendo las sorpresas.

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