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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Y luego, ¿Qué?

Sala de butacas

Mariano Cuesta

Mi compañera Nuria escribió hace unos días sobre la importancia del discurso de Jesús vidal, el actor con discapacidad que ganó el Goya. Y esta semana voy a ir por esa misma linea. Nos encanta emocionarnos. Nos encanta sentir historias que terminan bien de gente que lo ha pasado muy mal o que, generalmente, no suele tener protagonismo en las historias. Pero esta emoción es muy actual. Es de usar y tirar. Nos emocionamos, quizá, el rato del discurso y esa noche uno se va a la cama con la sensación de que el mundo es un poco mejor. Pero, ¿Y luego qué?.

Al día siguiente, una vez los focos estén con otra cosa, Jesús Vidal pasará, ojalá que me equivoque, a la irrelevancia. Y esto no sólo pasa con las personas con discapacidad, pasa con bastante frecuencia. Pero esto, repito, espero equivocarme, no es más que la emoción del día. No recuerdo, excepto el Langui, actores con discapacidad que hayan tenido una continuidad más o menos destacable. ¿Por qué? Porque cuesta mucho apostar por gente que se sale de lo habitual, aunque parezca paradójico, ha de cumplir unos cánones de “rareza” normativa para que esa integrado.

Cuando he visto películas de actores con discapacidad, son pocos los casos que repiten tiempo después. La tasa de repetición es baja. Es la emoción del momento. Y ya. Lo más probable es que en unas semanas no recordemos cómo se llamaba ese actor de Campeones, porque sí, hará algunas cosillas, pero no tendrá el espacio más adelante. Y como él muchos.

Vivimos en la sociedad del impacto. La sociedad de la emoción desbordante donde todo es sorprendente, espectacular, intenso y, a la vez, fugaz. Estamos ávidos de un nuevo impacto que nos sorprenda y nos regocije con su edulcoradísimo final feliz. O por qué no, con la desgracia terrible, como la que hemos vivido hace unos días, reviviendo la premonitoria cinta de El Gran Carnaval. Pero como decía Francisco Umbral he venido aquí a hablar de mi libro, que no es otro que el de la discapacidad, de la inclusión y la visibilidad, palabras usadas certeramente por Jesús Vidal, sí, el que ganó el Goya hace unos días, que ya casi lo hemos olvidado.

¿Será capaz la industria de abrir un espacio para los actores con discapacidad? ¿Será capaz el público de recibir bien, más allá de la novedad lacrimógena, a personas normativamente distintas? Es un reto grande. Entiendo que la industria ande por los derroteros conservadores, a pesar de la fama, que suele transitar, pero creo que vamos tarde en el tema de la inclusión, de una vez y definitivamente.

El cine es importante, muy importante diría yo. Supone un espejo donde la gente de la calle se suele mirar y reconocerse. No tener referentes es duro. Y por eso es necesario no caer en la trampa de las luces, el impacto fácil. Nada es fácil, por eso hay que entender que los procesos duran tiempo y los referentes necesitan espacio. Yo quiero un mundo diverso y con referentes en la pantalla.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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