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Empezar de cero a los 68 años: las viviendas colaborativas se reivindican como alternativa a las residencias

Teresa, Fernando, José Antonio y Soledad paseando por el terreno del Jubilar Villa Rosita

Laura Galaup

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“Reivindicamos una forma de envejecer más humana y social”, apunta Fernando, uno de los miembros de la cooperativa Jubilar Villa Rosita. Tras el azote de la Covid-19 en las residencias de mayores, las viviendas colaborativas para personas mayores se han convertido en un modelo que genera cada vez más interés. Son personas que abandonan su casa familiar cuando están en plena forma y apuestan por hacerse mayores en una comunidad formada por vecinos con los que (teóricamente) comparten inquietudes. 

La edad de entrada en esos proyectos oscila alrededor de los 60 años. La mayor parte de los interesados se suman a estas iniciativas cuando ya se han jubilado. Buscan pasar sus últimas décadas de vida en un entorno dinámico, colaborativo y autogestionado. Combatir la soledad y alejarse del día a día de las residencias de mayores son dos de los objetivos que tienen en mente la mayor parte de los miembros de estas iniciativas. 

Villa Rosita prevé levantar un cohousing senior de 29 apartamentos en una gran parcela situada en Torrelodones (Madrid), un municipio de la sierra madrileña. El terreno ya lo han adquirido, pero la pandemia y la guerra de Ucrania han complicado los plazos de construcción. 

“Vienen de una generación que ha tenido que cuidar de sus padres. Te cuentan que han visto lo que les supuso cuidar de sus progenitores cuando eran jóvenes, tenían hijos y trabajo. No quieren ser una carga para sus hijos”, detalla María del Carmen Cobano, representante del área de cooperativas de Hispacoop, sobre el perfil de los usuarios de las viviendas colaborativas. 

La importancia de crear vínculos

La creación de un sentimiento de comunidad y pertenencia no se produce únicamente durante la convivencia. A lo largo de los años previos, de gestiones, asambleas, trámites y toma de decisiones, también se crean vínculos. Desde la cooperativa catalana Sostre Cívic, con tres cohousing para mayores ya en marcha, explican que pasan seis o siete años desde que una iniciativa se define sobre plano hasta que se levantan todas sus instalaciones. Un tiempo muy valorado sobre todo para el perfil poblacional al que van dirigidos estos proyectos. Por esta razón animan a los interesados a que comiencen a reflexionar a partir de los 55 años sobre cómo y dónde quieren envejecer. 

El nacimiento de la cooperativa Jubilar Villa Rosita –que debe ese nombre a la finca que estaba construida en la parcela adquirida– se produjo en 2015. En ese momento algunos de sus integrantes se reunieron por primera vez. No fue hasta 2017 cuando registraron la cooperativa de viviendas en la Comunidad de Madrid y compraron el terreno. La pandemia y el impacto económico de la guerra de Ucrania ha ido retrasando los plazos de construcción.  

Aunque muchos de los miembros de la cooperativa no se conocían cuando se puso en marcha el proyecto, durante estos siete años han ido creando vínculos a través de la implicación necesaria para levantar esta iniciativa. “Es muy fácil hacer nuevas amistades cuando eres adolescente o cuando tienes 20 años. Sin embargo, de repente nosotros nos hemos visto en esta situación. En estos años hemos conseguido ser amigos y tener afecto”, explica Fernando, que vivirá junto a su mujer Teresa en este espacio. A la iniciativa también se ha sumado su cuñada. Este médico epidemiólogo insiste en los beneficios que tiene la convivencia en comunidad. “No estar aislado socialmente es un factor de prevención de la demencia”, señala.

Un modelo que proviene de Suecia

Soledad, otra de las futuras inquilinas de Villa Rosita, es una de las personas que la pareja ha conocido gracias a este proyecto. La mujer reivindica la necesidad de construir vínculos afectivos durante los años previos a que se muden al cohousing. En parte, ya lo han conseguido, según relata. Hace dos años sufrió un ictus. En ese momento ella formaba parte del consejo rector de la cooperativa. Al ocupar un puesto de gestión en el órgano de dirección de la entidad, tenía responsabilidades y era consciente de que el tiempo que le había dedicado a esa labor hasta entonces lo tendría que destinar a su recuperación. “Les dije que me iba porque no estaba en condiciones y me dijeron que no, que me quedase”, explica. Una decisión que valora muy positivamente: “Me han cuidado para que siga activa”. Así han cumplido uno de los objetivos principales de la iniciativa, apoyar en comunidad a una de sus compañeras.

Este modelo de alojamiento colaborativo, que proviene de Suecia, poco a poco se ha ido abriendo hueco en nuestro país. “Tenemos mucha más demanda que oferta y es difícil encontrar espacios que sean asequibles”, indica un portavoz de la cooperativa catalana Sostre Cívic. Otro de los factores que han notado es el impacto de la pandemia. La crisis de las residencias durante la irrupción de la Covid-19 ha provocado “una avalancha de solicitudes”, explica Fernando. 

En Hispacoop también han percibido que la vivienda colaborativa para mayores es una demanda en auge. Según datos de esta confederación, diez cooperativas ya han puesto en funcionamiento un cohousing senior, también denominado espacio jubilar, y 17 están trabajando para que su proyecto comience a estar operativo cuanto antes. Las iniciativas que ya están en marcha se extienden por varias autonomías de la península: hay viviendas colaborativas en la Comunidad de Madrid, Extremadura, Andalucía, Castilla y León, Catalunya y Castilla-La Mancha.

En 2050 el 30% de la población será mayor de 65 años

Con una sociedad cada vez más envejecida, y un modelo de cuidados en crisis, como le sucede a la atención residencial, la vivienda colaborativa se va abriendo hueco. Actualmente, el 20% del total de la población tiene 65 o más años, en 2050 se espera que ese parámetro se eleve al 30,4%, según la última proyección de población elaborada por el INE. Se prevé un crecimiento parecido entre la población mayor de 80 años, con una evolución del 6,1% actual al 11% a mitad de este siglo.  

Entre los beneficios de la vivienda colaborativa, la literatura académica destaca factores económicos, sociales y sanitarios. Por un lado, reseñan que este modelo no fomenta la especulación y contribuye a “hacer frente a los costes de los alojamientos conjuntamente” entre todos los inquilinos. A nivel social, los espacios jubilares facilitan que los mayores conserven su independencia, les aporta seguridad e interacción social. Además, les permite tener apoyos comunitarios de forma accesible y se refuerza su salud mental. Estas son las conclusiones de María Ángeles Tortosa-Chuliá y Gerdt Sundtröm, docentes de la Universitat de València y del de Jönköping (Suecia), respectivamente, en un artículo publicado en marzo y en el que analizaban el fenómeno del cohousing senior en España. 

A diferencia de cualquier comunidad de vecinos, para formar parte de este proyecto no se tiene en cuenta únicamente la capacidad económica. “Para ingresar en la cooperativa hay que estar en buen estado de salud, estar de acuerdo con su documento de visión, misión y valores, aceptar los estatutos y solicitar el ingreso en la lista de espera en el tramo de edad entre 50 y 70 años”, se detalla en la información que la cooperativa Villa Rosita tiene accesible en su página web. 

A pesar de que los usuarios suelen ser autónomos, obviamente, algunos pueden ir perdiendo independencia conforme pasan los años. Estos casos ya se han gestionado en algunas viviendas colaborativas. La experiencia de Convivir, un cohousing en Cuenca que lleva funcionando desde 2015, sirve como ejemplo para afrontar este asunto. El presidente de la cooperativa, Ernesto Cabello, explica que a los afectados con “dependencia sobrevenida” se les presta ayuda con personal sociosanitario y gerocultores, en el caso de que el apoyo que se requiera sea mayor se les garantiza la atención, aunque a estos usuarios “se le incrementa un poco” la cuota.

Por ahora la edad media de los miembros de la cooperativa que prevé levantar un espacio jubilar en Torrelodones es de 68 años y medio. Sus integrantes sostienen que hay varios motivos que les han impulsado a formar parte de este proyecto. “Que te guste el modelo, estar acompañado por personas afines y apostar por envejecer juntos”, son algunas de las razones que aporta José Antonio. 

Ya hay lista de espera para unirse a esta iniciativa, a pesar de que todavía no se ha levantado ni un solo muro en el terreno que ha adquirido la cooperativa. Según la distribución actual de las viviendas, se espera que 45 personas residan en este jubilar. El proyecto contará con 29 apartamentos de 60 metros cuadrados (m2). Sus futuros inquilinos alaban la ubicación y la accesibilidad de la finca. Un terreno verde de más de 14.000 m2 con zonas arboladas. La parcela se sitúa a escasos metros de la estación de tren de Torrelodones y de la Sierra de Guadarrama. 

Un modelo cooperativo

“Estamos encantados con la ubicación, aunque también tiene problemas porque hay condiciones muy rígidas para construir” debido a la protección medioambiental del terreno, explica Teresa, la presidenta del consejo rector de la cooperativa Jubilar Villa Rosita. Según detalla, la presencia de árboles protegidos ha influido en el diseño del proyecto. Por ejemplo, una de las casas “tendrá un salón trapezoidal y no rectangular para salvar dos árboles”. 

Más allá del tema medioambiental, la arquitectura de espacios de viviendas colaborativas para mayores tiene sus particularidades debido al perfil de sus usuarios. Se apuesta porque estos lugares “favorezcan la vida en comunidad”, explica el arquitecto Miguel Ángel Mira, presidente de la asociación Jubilares. Se tiene en cuenta, además, que las viviendas se “organicen como una casa” y no se parezcan a una residencia o a un hospital. Aún así, cuentan con “inventos escondidos para adaptarlas” si los inquilinos van perdiendo independencia.

Los promotores de la cooperativa asumen como una línea roja que su organización se llegue a parecer a “una residencia de mayores”, detalla José Antonio. Teresa explica que buscan alejarse de la “institucionalización” de este tipo de centros: donde está pautada la hora de levantarse, la de la ducha y la del resto de comidas. En Villa Rosita cada uno conservará su independencia y uno de los asuntos a debatir, sobre el que por el momento no han llegado a una conclusión, es la organización de las comidas. Algunos cooperativistas abogan porque sean provistas por empresas externas y otros prefieren cocinar diariamente y de forma independiente sus menús.  

En estos proyectos también es relevante detallar el modelo de asistencia que van a recibir sus inquilinos. Abogan por un modelo de atención digno centrado en la persona. Se busca que el usuario también tenga “autonomía desde el punto de vista sanitario” y que permanezca en su casa, si así lo desea, hasta el final de su vida. “Por ejemplo, se respetará si hay gente que no quiere saber que tiene un cáncer terminal. Esa decisión se respetará”, detalla Teresa. 

Desde Hispacoop sostienen que los cohousing senior que mejor funcionan son aquellos en los que sus inquilinos “trabajan de manera democrática y solidaria” y “donde todo lo deciden entre todos”. En estos proyectos “lo prioritario no es el edificio” o el terreno, apunta Cobano, “lo prioritario es el grupo de personas”.

El modelo cooperativo también conlleva que las viviendas no sean propiedad de los inquilinos, son de la cooperativa, y los socios residen en ellas gracias a una “cesión de uso”. Esto supone que si los residentes optan por marcharse, la cooperativa le devuelve el dinero aportado; y si se mueren, son sus herederos los reciben esa cantidad. En Villa Rosita estiman que cada casa les cueste como máximo 300.000 euros incluyendo todos los gastos administrativos y notariales. Las aportaciones que tienen que hacer los socios de cooperativas en otros proyectos que ya están en marcha es más reducida y oscilan entre los 30.000 euros y 150.000 euros, según los datos de Hispacoop.

Por ahora poner en marcha estos proyectos requiere una inversión financiera importante que aleja a un amplio sector social de este modelo de envejecimiento. “Queremos abrir camino para que no sea una cosa elitista. Mucha gente no se lo puede permitir”, lamenta Teresa. La subida de costes a causa de la invasión rusa en Ucrania ha provocado que algunos socios hayan abandonado la cooperativa Villa Rosita por cuestiones económicas.

Sus cooperativistas estiman que el precio de los materiales ha subido más del 40%. Una vez consigan cerrar un presupuesto, calculan que será en el segundo semestre de 2024 cuando podrán empezar su nueva vida junto a los amigos que han hecho en estos últimos años.

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