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El Banco Santander intenta evitar que un documental sobre el Edificio España vea la luz

El Edificio España, en un fotograma del documental que lleva su nombre.

Natalia Chientaroli

El Banco Santander ha decidido que el documental del cineasta Víctor Moreno no pueda exhibirse. Después de presentarse en importantes festivales internacionales como el de San Sebastián, BAFICI (en Buenos Aires), DocumentaMadrid o DocLisboa, el largometraje Edificio España –que retrata la demolición de los interiores del que fue durante años el rascacielos más alto de Europa– espera en un cajón, silenciado, desde octubre de 2012.

Desde entonces su director lleva rechazadas más de 30 propuestas para mostrar la película en España, incluidas las salas de La Casa Encendida y el Reina Sofía, y en otros países. Y todo porque el dueño del edificio, Santander Fondo Inmobiliario, cree que su emisión “perjudica su imagen”. Algo que al menos en las comunicaciones de su abogado no logran justificar claramente, ya que en los 94 minutos del documental no se menciona ni una sola vez al banco, a sus intereses o a su gestión. Simplemente el banco se acoge a una cláusula del contrato en el que permitió la grabación donde establece que tiene derecho a vetar el filme si considera que afecta a su imagen o a sus intereses. A la llamada de eldiario.es, la empresa no ha hecho comentarios sobre el tema. 

Tras cuatro años de trabajo, Moreno y su equipo se han quedado sin película, y sin poder decir a nadie por qué. En el requerimiento enviado por la entidad bancaria se les advierte de que en ningún momento deben mencionar la razón por la que suspenden las exhibiciones. De lo contrario, se enfrentarían a las posibles acciones legales del principal banco de España. “De repente descubres en carne propia cómo funciona el mundo”, se lamenta Moreno, un experimentado documentalista ganador de varios premios, al que el Santander autorizó a filmar los trabajos en el Edificio España durante un año entero. 

Ahora él y su equipo, por razones que no acaban de entender, se encuentran con las consecuencias artísticas y económicas de esta situación. “Un documental de creación tiene una distribución muy limitada. Cuesta muchísimo hacer este tipo de películas, y muy pocas logran destacar. Edificio España estaba despegando...”, resume Nayra Sanz Fuentes, directora de producción, en nombre de todos sus compañeros. Más allá de las ayudas del Gobierno de Canarias y del Ministerio de Cultura –“quizá las últimas que dieron a proyectos eminentemente culturales”–, hizo falta pedir financiación privada para pagar el trabajo de un año entero de posproducción.   

Una metáfora de la crisis

Lleva mucho tiempo vaciar por completo una torre de 127 metros de altura. Tanto tiempo, que lo que iba a ser un simple inventario del desmontaje se convirtió, sin quererlo y de una forma muy sutil, en un registro de otro derribo, el de la España de la burbuja inmobiliaria.

Víctor Moreno entró al Edificio España por primera vez en septiembre de 2007. Su objetivo era retratar todo lo que había allí antes de que desapareciera. “Durante las primeras semanas grabé cada una de las plantas, el hotel, las oficinas, los objetos abandonados, las fotografías...”, relata. Pero con el tiempo el día a día de la obra se fue tejiendo con las historias de los trabajadores.

“Era otra España. Con unos 200 obreros de diferentes nacionalidades, aquello parecía la Torre de Babel”, rememora el cineasta, que pasó junto a ellos todas sus horas de trabajo durante un año. “Tuve que parar en dos ocasiones durante un mes y medio porque me había quedado sin dinero, ya que todo salía de mi bolsillo”, explica Moreno. 

Aunque la cámara no sale jamás del edificio (salvo al final), la realidad se cuela entre sus paredes. Como cuando detrás del concienzudo trabajo de los obreros se oye la voz del por entonces presidente Zapatero hablando de un positivo cuadro macroeconómico y un crecimiento de la economía del 3%.

Los meses pasan, la obra avanza, y comienzan a aparecer situaciones que con el tiempo se han vuelto tristemente habituales en España. Un obrero comenta que la dueña de su piso quiere echarle porque necesita la vivienda para su hija, que está en el paro y ahogada por una hipoteca que no puede pagar. Las noticias en la radio empiezan a advertir de una posible crisis. Cada vez hay menos obreros.

La burbuja se ha evaporado y los planes de convertir el Edificio España en un conjunto de viviendas de lujo, un hotel y locales comerciales desaparecen con ella. La reforma se paraliza. Moreno regresa dos años después, en 2010, para retratar la soledad de la mole, el vacío: “La mayoría de los obreros que trabajaron allí ya no están en España. Fueron las verdaderas víctimas. Por eso dediqué mi película a todos ellos”.

El rascacielos, que nació en 1953 como símbolo de la prosperidad que intentaba mostrar el régimen franquista –o como dice uno de los guardias jurados en el documental, como “apología del capitalismo”–, se transforma durante los 94 minutos del filme en el retrato de la euforia inmobiliaria y, al final, en la metáfora de una España destrozada por la crisis.

“No se puede hacer responsable a la película de lo que sucedió con el edificio a nivel comercial, fruto de la crisis. Yo cumplí con lo que dije que iba a grabar: obreros demoliendo un edificio. Testimonié lo que ahí sucedió. ¿De qué es lo que no quieren que se hable?”, se pregunta el director.

En 2012 el Santander zanjó el asunto apelando a una cláusula del contrato firmado con el director en la que se reservaba el derecho de vetar el documental si “fuera contrario a los intereses del Grupo Santander o dañara la imagen del mismo”. ¿La razón? “La posible incidencia que un elemento externo puede tener sobre el actual proceso de comercialización del edificio”. Quizás por la mención de las palabras capitalismo, franquismo, crisis. No porque en algún momento se hable del banco o de sus intereses en el inmueble.

El banco propuso a la productora firmar un nuevo contrato por el que se eliminaba parte del documental y se establecía la necesidad de una autorización expresa del banco cada vez que la película fuera a ser exhibida. “Era algo que no podíamos aceptar”, dice con resolución la también cineasta Nayra Sanz Fuentes. “Así que estamos metidos en esta lucha desigual, en la que sólo tenemos el apoyo de muchas personas del mundo de la cultura y una convicción: que no hemos hecho nada mal”.

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