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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

La última cena de un trilobites hace 465 millones de años: “¡Tenía mucha hambre!”

Tomografía del trilobites en cuyo intestino se aprecian los restos de caparazones de las criaturas que comió (derecha)

Antonio Martínez Ron

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El uso de modernas técnicas de imagen ha permitido conocer por primera vez con todo detalle la última cena de un trilobites que vivió hace 465 millones de años. En su interior se han identificado decenas de fragmentos de conchas que pertenecieron a especies marinas, pequeños crustáceos con caparazón, equinodermos hoy extintos y varios tipos de bivalvos. Todo un banquete en el fondo de los océanos del Ordovícico.

Este menú no fue seleccionado especialmente por el trilobites, explica el paleontólogo sueco Per E. Ahlberg, “simplemente comía todo lo que encontraba que fuera lo suficientemente pequeño como para caber en su boca”. El reconocido investigador participa en el trabajo publicado este miércoles en la revista Nature en el que su equipo ha utilizado el escáner del Laboratorio Europeo de Radiación Sincrotrón de Grenoble (ESRF, por sus siglas en inglés) para obtener imágenes de una resolución extraordinaria. “Podemos hacer zoom y observar cada fragmento de concha en detalle”, explica a elDiario.es. “Todo ello sin causar ningún daño al fósil”.

Aunque los trilobites poblaron los océanos del planeta durante 270 millones de años, sus hábitos alimenticios han sido bastante desconocidos y se han tenido que inferir indirectamente, ya que hasta ahora no se había encontrado ningún ejemplar fósil conocido con contenido intestinal. Este fósil se encontró en el interior de una concreción esférica hallada en 1908 en la República Checa, que se conservaba en un museo local. Una pieza que Petr Kraft, primer autor del artículo y experto en este tipo de fósiles, ya conocía desde una visita al museo cuando era niño. “Siempre fue obvio para él que había algo dentro –indica Ahlberg– pero hasta la invención de la microtomografía sincrotrón no existía ninguna técnica que pudiera obtener imágenes de tales contenidos; cualquier intento de prepararlos mediante técnicas convencionales habría arruinado el ejemplar sin mostrar lo que quería ver”.

Una “aspiradora automática”

Además del contenido del intestino, los autores han podido obtener datos muy valiosos sobre las circunstancias en las que este animal vivía y se alimentaba. “Creemos que pudo haber estado comiendo tanto porque estaba a punto de mudar (despojarse de su duro caparazón para crecer) y necesitaba llenar su intestino casi hasta estallar para poder inflarse y crear presión que rompería el viejo caparazón”, explica Ahlberg. En cuanto a la dieta, los principales alimentos que se encuentran en el intestino eran los ostrácodos (pequeños crustáceos con caparazón, que todavía existen hoy en día), los estilóforos (equinodermos extintos, emparentados con las estrellas de mar y los erizos de mar, pero que parecían pequeñas guitarras eléctricas blindadas) y los hiolitos (animales extintos con forma de cono).  

Tenemos que imaginarlo simplemente caminando, comiendo todo lo que encontraba como una pequeña aspiradora automática

Per E. Ahlberg Paleontólogo

“También hemos descubierto que los fragmentos de caparazón no han sido dañados por los ácidos del estómago”, añade el investigador. “Esto demuestra que el intestino tenía un pH neutro o ligeramente alcalino, similar al de sus parientes modernos, como los cangrejos y los cangrejos herradura”. Los autores creen que el trilobites era un carroñero oportunista que no discriminaba demasiado lo que comía, tragando cualquier cosa que encontraba que fuera lo suficientemente pequeña como para caber entera en su boca, o lo suficientemente frágil como para romperse fácilmente. “Tenemos que imaginarlo simplemente caminando, comiendo todo lo que encontraba — incluyendo animales vivos y muertos —, como una pequeña aspiradora automática”, señala Ahlberg. “¡Y parece que tenía mucha hambre!”, insiste. “Su tripa está llena de conchas, que aparentemente consumía muy rápidamente”.

Otro detalle interesante del trabajo es que, después de la muerte, este pequeño carroñero se convirtió él mismo en carroña. El espécimen fósil muestra las huellas verticales de otros carroñeros que penetraron en el cadáver del trilobites, donde apuntaron al tejido blando pero evitaron el intestino. “Cuando el trilobites fue atrapado y murió por el flujo de lodo, terminó tendido boca arriba”, indica el investigador. “Poco después, pequeños carroñeros, probablemente gusanos, excavaron hacia él, creando túneles que aún podemos ver en el sedimento. Se centraron en varias áreas, especialmente en la parte frontal de la cabeza, pero evitaron por completo el intestino. Creemos que esto puede deberse a que las enzimas digestivas todavía estaban activas allí y habrían sido peligrosas para los animales pequeños”.

Escasa capacidad trituradora

Juan Carlos Gutiérrez-Marco, paleontólogo del Instituto de Geociencias (CSIC-UCM), cree que se trata de un artículo excelente de un fósil excepcionalmente bien conservado. “El aspecto externo del fósil, completo y con una serie de huecos dispuestos en posición axial, ya hacía presagiar la conservación de estructuras relacionadas con el sistema digestivo —asegura—, pero la utilización de la moderna tecnología de la microtomografía en el sincrotrón europeo de Grenoble trajo unos resultados absolutamente sobresalientes e inesperados aplicables al conocimiento de la paleobiología de los trilobites”.

A su juicio, lo más sorprendente es ver que este grupo tan particular de trilobites (los líchidos) se comportaban como un carroñeros oportunistas, así como los datos sobre su pH intestinal, una condición ancestral heredada por los artrópodos marinos actuales. También juzga muy relevante que aparezca totalmente relleno por conchas fragmentadas de al menos cuatro grupos animales diferentes, así como su escasa o nula capacidad trituradora, por la que “el animal se limitaría a tragar el alimento con ayuda de los movimientos de una pieza ventral de la cabeza (el hipostoma)”. 

María Ángeles Bustillo, investigadora del Museo de Ciencias Naturales (MNCN CSIC), participó en 2020 en la recuperación de un fósil de renacuajo más reciente (7 millones de años) del que pudieron obtener información igual de precisa que con el trilobites. “Desde luego tiene muchas similitudes”, reconoce. “Encontrar cualquier fósil que conserve fosilizadas las partes blandas es encontrar un tesoro. Esto se puede conservar porque está de por medio la sílice, que es capaz de hacer moléculas complejas a partir de la materia orgánica”, señala. En su caso pudieron conocer detalles como que se alimentaba en un sitio, pero había muerto en otro, y que tuvo una muerte violenta; las marcas externas se identificaron como el picotazo de una garceta. “Aquí están aplicando técnicas más modernas, que tecnológicamente son una maravilla y nos permiten asomarnos al pasado. Me ha impresionado mucho”, asegura.

“No era un tiquismiquis”

Jorge Esteve, paleobiólogo de la Universidad Complutense (UCM) especialista en trilobites, ha trabajado con alguno de los autores del nuevo estudio y recuerda haber tenido este fósil entre las manos. “Ya se percibía que era interesante”, recuerda. “Mirabas y decías ‘aquí hay algo’, pero claro, no podías llegar a más”. Este nuevo estudio le parece especialmente interesante para quienes, como él, estudian las cadenas tróficas en este periodo de la vida en la Tierra. En periodos más cercanos puedes buscar analogías, señala, “pero cuando nos vamos al Paleozoico y quieres saber las relaciones entre animales, ¿qué comían? ¿Eran depredadores? ¿Eran carroñeros? ¿Herbívoros?”. Algunos autores pensaban que los trilobites eran algo más selectivos, pero este resultado indica lo contrario, al menos en esta especie. “Es interesante haber encontrado tanta diversidad, porque demuestra que comía de todo, no era tiquismiquis”, indica.

Es interesante haber encontrado tanta diversidad, porque demuestra que comía de todo, no era tiquismiquis

Jorge Esteve Paleobiólogo de la Universidad Complutense (UCM)

En cuanto a las causas de que estuviera tan lleno, Esteve cree que la explicación más simple es que, como todo carroñero, comía hasta reventar, porque nunca sabía cuando iba a encontrar la próxima comida. “Los animales de los que se alimentaba medían apenas un milímetro y medio y casi todo era el esqueleto cálcico — recalca —, así que tenían que ingerir mucho todo el rato”. Estos animales, igual que otras criaturas miltisegmentadas como miriápodos o ciempiés, tienen que comer todo el día porque tienen un enorme gasto energético.

La especie a la que perteneció este fósil es de las que seguían alimentándose en el fondo marino, pero convivía con otras que nadaban en la columna de agua y generaban una corriente que llevaba el alimento a la boca, según pudo determinar Esteve en otro trabajo reciente. “Los trilobites pasaron de estar en el fondo a conquistar la columna de agua, pero fue un éxito muy fugaz, porque no tenían mandíbula ni apéndices para coger nada”, explica. “En ese momento aparecieron grandes depredadores, cefalópodos que son los ancestros de las sepias, calamares y pulpos, depredadores mucho más eficaces que ocuparon su nicho ecológico; y los trilobites ya no eran lo suficientemente buenos para seguir en ese mundo”.

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