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El beso de Vistalegre (contiene spoilers)

Los diputados de Podemos Pablo Iglesias, Irene Montero e Íñigo Errejón, el 13 de enero de 2016 durante la sesión constitutiva del Congreso de los Diputados de la XI Legislatura.

Isaac Rosa

Vengo del futuro, de un pequeño salto en el tiempo, apenas dos meses: 13 de febrero de 2017. Me he traído las portadas de la prensa de ese lunes, al día siguiente de la asamblea de Podemos en Vistalegre. En todas ellas la misma foto: Iglesias y Errejón se dan un fuerte abrazo, sellado con un beso. Tras ellos Miguel Urban, como representante de los anticapitalistas, aplaude la escena. El titular, compartido por varios diarios: “El beso de Vistalegre”.

El beso que pone fin a semanas de tensión, desencuentros, tuits, manifiestos, consultas ciudadanas y mucha tele; el beso que resuelve el pulso interno y deja sin materia prima a editorialistas, tertulianos, columnistas, humoristas y tuiteros, tras meses de sacar jugo al debate de Podemos. Ahí tienen el resultado de Vistalegre II: Iglesias reelegido y reforzado, al frente de un equipo que integrará a pablistas, errejonistas y anticapitalistas, además de las diversas sensibilidades territoriales. Unidad y diversidad. Prueba superada.

No hace falta viajar al futuro ni ser adivino para anticipar que Vistalegre terminará con beso, integración y acuerdo. Tampoco hace falta ser conspiranoico y malpensar que todo esto es un teatrillo de los inseparables Iglesias y Errejón para crear su propia crisis antes de que se la creen otros, encauzar las distintas sensibilidades, trasladar a la ciudadanía un mensaje de pluralidad, y rematar con una lección de unidad. En público discrepan, mientras en privado se telegramean emoticonos, se ríen de nosotros y planifican la discrepancia de mañana.

No, no creo que Iglesias y Errejón sean tan retorcidamente inteligentes como para tramar una autoconspiración de ese calibre. Pero sí son lo suficientemente inteligentes como para hacer de la necesidad virtud, coger las discrepancias (que existen, aunque más entre pablistas y errejonistas que entre los propios Iglesias y Errejón) y convertirlas en una exhibición de diversidad que deje alicatado Podemos en lo interno, y lo expanda hacia el exterior.

Los partidos grandes necesitan varias almas, para así dar cabida a más variedad de votantes. El PSOE tuvo siempre su alma institucional en convivencia con otras almas de fondo de armario, más de izquierda, más federalista, y hasta republicana. Incluso el PP, tan monolítico, supo jugar en algunos momentos con sensibilidades derechistas, y lo mismo reunía al nacionalcatolicismo que a ultraliberales, neocons y hasta la “derecha que no parece derecha” (aquel Gallardón que intentaron colarnos, ¿recuerdan?).

En Podemos hay muchas más de esas tres almas hoy visibles. Como partido de aluvión, reúne muchas formas de entender la política. Todas diferentes, todas compatibles. Y ninguna prescindible. Sus dirigentes saben que Podemos podría vivir sin Errejón, y hasta sin Pablo Iglesias; pero no llegaría muy lejos si tuviera que prescindir de parte de su militancia por derrotarla y no integrarla; y en ningún caso tendría futuro si perdiese a los votantes que se identifican más con el errejonismo que con el pablismo (en la versión simplificada que los medios damos de ambas).

Con un pequeño esfuerzo en las próximas semanas, tienen a mano presentarse ante la ciudadanía como un partido abierto, plural y democrático, donde caben por igual partidarios de priorizar la lucha social, defensores de la vía institucional, populistas, izquierdistas de toda la vida, ni-izquierda-ni-derechistas, 15emistas, rupturistas, reformistas y todas las etiquetas que hoy manejamos. Si consiguen celebrar un Vistalegre así, será como para beso con lengua, balada de fondo y fuegos artificiales.

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