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Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

Agua fósil, una bebida conflictiva

Singing in the rain with ammonites.  Por Marcos Méndez

Gran parte del agua dulce proveniente de la precipitación se infiltra en el suelo y puede o bien acabar aflorando en forma de manantiales o nacimiento de ríos, o bien permanecer bajo el suelo, alojada en acuíferos, durante miles y hasta en ocasiones millones de años, aislándose por un largo tiempo de su ciclo normal quedando inutilizable para la mayoría de los seres vivos. Hablamos del agua fósil.

Estudios empleando radiocarbono muestran que algunos acuíferos contienen agua sellada y “fosilizada” desde la última glaciación, es decir hace más de 40.000 años. Posiblemente el record de antigüedad lo tiene un bolsón de agua descubierto en mayo de 2013 en una mina canadiense cerca de la localidad de Timmins, a de profundidad. Éste agua procede del Precámbrico, con una antigüedad de entre 1500 y 2640 millones de años, es decir, casi la mitad de la vida de nuestro planeta. Uno de los reservorios de agua fósil más grandes está ubicado en Ogallala, Estados Unidos, pero destacan los del continente africano. Sólo en el norte de África, existe medio millón de kilómetros cúbicos de agua fósil. La UNESCO reveló hace tan solo medio año, en septiembre de 2013, la existencia de cinco grandes acuíferos subterráneos en Kenia.

El agua fósil desempeña un papel esencial en ambientes áridos y semiáridos, donde las precipitaciones son escasas e irregulares. En estos ambientes encontramos dos tipos principales de plantas: especies con ciclos de vida corto, cuyas semillas germinan en respuesta a las lluvias y que sobreviven mientras la capa superficial se mantiene suficientemente húmeda, y especies leñosas con raíces muy profundas que sobreviven gracias a las aguas subterráneas. El que estas plantas que aprovechan el agua profunda sobrevivan es clave para el funcionamiento de los ecosistemas, su productividad, la corrección de la erosión y las avenidas torrenciales y la provisión de numerosos servicios que dependen de la accesibilidad a la capa freática. Sin embargo, el ser humano no se contenta con este servicio global de las aguas profundas y prefiere bebérselas o comercializarlas. Pero ¿qué precio real podríamos ponerle a un coctel que llevara un agua de tan increíble antigüedad como la de Timmins?

Beber agua fósil es algo habitual en muchas regiones y se ha hecho a lo largo de nuestra historia tan pronto tuvimos una tecnología mínima para horadar la tierra. Descubrimientos como los del agua fósil en el subsuelo de Kenia revelado el año pasado tienen una gran incidencia en la población humana ya que hablamos de uno de los territorios más secos del mundo. La disponibilidad de agua dulce en estas regiones del planeta es crucial para la igualdad social y entre sexos, así como para la educación, y no solo para salud, como se ha concluido en una reciente reunión de la OCDE y en diversos informes de la ONU. Se estima que estos acuíferos garantizarán el suministro de agua a Kenia para los próximos 70 años, un país donde 17 de sus 41 millones de habitantes no tienen acceso a agua potable. ¿Se planeará mientras tanto qué hacer con esos millones de personas cuando el agua fósil se acabe?

Tras un periodo de gran pluviometría, como ha sido el pasado invierno, parece que el fantasma de la sequía se ha disipado en nuestras latitudes. Ocurre tras todos los años “buenos” en los que olvidamos nuestra geografía y nuestra climatología. Pero cuando hablamos de recursos clave como el agua, y de una explotación basada en procesos de miles de años, lo que ocurra en un determinado invierno no debería pesar mucho en nuestras decisiones y preocupaciones. Un año lluvioso en zonas secas como la región mediterránea es “agua para hoy y hambre para mañana” y máxime ante las expectativas bien confirmadas de escenarios de mayor aridez debidos al cambio climático. Seguiremos perforando la tierra en busca de un agua subterránea que ha tardado miles de años en almacenarse para sacarla de su refugio y consumirla en poco tiempo. Acelerando el ciclo del agua lograremos que deje de ser un recurso renovable ya que lo extraemos de un compartimento (el suelo) a mayor velocidad de la que retorna. Lo preocupante es que parece que esto no nos preocupa.

El problema en nuestros días es la escala y la velocidad a la que estamos consumiendo este recurso de muy lenta renovación. En regiones secas como Libia, el agua es más valiosa que los combustibles fósiles ya que es crucial para el consumo humano. En 1984 el gobierno de Libia lanzó el proyecto The Great Man-Made River y construyó una extensa red de tuberías y depósitos para llevar a la población el agua subterránea que se obtiene de 1300 pozos que se adentran en el subsuelo del desierto.

El acuífero de La Mancha Occidental, conocido como acuífero 23, daba origen a un gran número de lagunas naturales, importantes para las aves acuáticas y migratorias, y mantenía una agricultura extensa en la zona. A partir de los años setenta se generalizó el regadío en la comarca y se comenzó a extraer más agua de la que se recargaba por infiltración del agua de lluvia y de los ríos y arroyos de la zona. El nivel freático descendió y desaparecieron las descargas naturales en superficie hasta que en febrero de 1987 fue declarado sobreexplotado y comenzaron a tomarse medidas para evitar su desaparición. El aumento de la superficie de regadío debido a una incorrecta planificación agraria llevada a cabo por la Administración a partir de 1950 se realizó en un momento en que no existía el conocimiento ni la concienciación sobre la necesidad de proteger las reservas de agua dulce subterráneas, particularmente en zonas secas.

De igual manera, el acuífero 27, que alimenta las lagunas costeras de El Abalario y Doñana, ha sido sometido a una explotación intensiva para uso tanto agrícola como urbano (sobre todo, en el complejo turístico de Matalascañas). Aunque el descenso de los niveles piezométricos ha causado ya la desecación o la reducción severa del período de inundación de muchas de estas lagunas, y los organismos internacionales manifiestan su preocupación sobre su impacto sobre los ecosistemas del parque Nacional, los fuertes intereses asociados a la explotación de este acuífero siguen primando. Mientras los datos acumulados durante varias décadas siguen sin estar libremente disponibles para el análisis por expertos independientes, los organismos responsables siguen amparándose en la necesidad de tomar nuevos datos durante períodos aún más largos de tiempo.

Más espectacular y de efectos más irreversibles es la extracción de agua del subsuelo en los Emiratos Árabes, en pleno desierto. El agua geológica extraída se emplea, entre otras cosas, para abastecer una costosa pista de nieve artificial. Y planean ambiciosas propuestas de explotación sobre los acuíferos africanos. El agua fósil genera conflictos de todo tipo, no sólo bélicos y diplomáticos si no también éticos y humanitarios. ¿De quién es el agua que se almacena en un determinado acuífero pero ha sido y está siendo recolectada en montañas y cuencas que pertenecen a otras regiones e incluso otros países? ¿De quién es un agua que se conserva gracias a que no se ha sobrexplotado durante generaciones o a que no se ha construido justo allí una gran ciudad? ¿Cómo justificamos regar un jardín o vaciar nuestros excrementos con un agua geológicamente pura que vale mucho más que lo que se paga a la empresa suministradora por metro cúbico?

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