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De “niño de la calle” de Melilla a campeón de atletismo

Yamal Nasr Allah, en el estadio | N.C.

Néstor Cenizo

Desde hace un par de meses se comentaba en algunos ambientes de Melilla que había en el centro de menores un muchacho que corría como una gacela. Un chaval llegado de Casablanca, de los que se juegan el pescuezo por trepar a un barco que para ellos lleva al paraíso, era en realidad un diamante en bruto del atletismo. Ese chico, al que muchos veían trotar por la playa sin que se pararan a pensar qué comía y dónde dormía, era, en realidad, un campeón en potencia.

Todo eso resultó ser cierto: Yamal Nasr Allah, que entró en Melilla camuflado con las portadoras y luego a la carrera, cubrió los 50 kilómetros de la IV edición de la Carrera Africana de Melilla en 3 horas, 42 minutos y 27 segundos. Fue el segundo clasificado absoluto, y primero local y de su categoría.

Por contextualizar el dato: con 17 años y apenas seis meses de entrenamiento, al chico sólo le superó Miquel Capó, un profesional del atletismo bregado en las carreras de ultrafondo y el único español capaz de subir a un podio de la que, dicen, es la carrera más dura del mundo: la maratón de Sables que se disputa en el Sáhara. Sólo Capó, de entre 1.450 corredores, adelantó a este muchacho que apenas unos meses antes se alimentaba de la caridad y vivía, como tantos otros, en las calles de Melilla.

“Dormía en cualquier sitio. Pedía para comer y me iba a correr a la playa”, cuenta él con una voz que es casi un susurro. Cuando dice que no hacen falta zapatillas de 200 euros para correr como un galgo, parece que evoca a Abebe Bikila y su célebre entrada en el Olímpico de Roma. Sus héroes, dice, son El Guerrouj y Mo Farah. Entró y salió varias veces de Melilla (a la carrera, o en los bajos de un camión) y pasó varios meses así, alejado del centro de menores de La Purísima al que van a parar los menores marroquíes de la ciudad.

Como tantos de ellos, Yamal hacía “riski” y se lanzó varias veces a las aguas del puerto para intentar colarse en el barco que une África con Europa. Ni siquiera sabía que existía La Purísima porque vivía solo, dedicado a buscar comida y a correr, y porque la Policía no le molestaba, convencidos los agentes de que aquel muchacho con la ropa de deporte siempre limpia no era una amenaza.

“Un día me cogió la policía en el barco. Me preguntaron si estaba en Purísima y yo les pregunté qué era eso”. Eso ocurrió en septiembre y desde entonces pasó poco tiempo antes de que convenciera a un educador que le llevara al estadio. Entrenó solo y al tercer día Sergio Soto, un entrenador chileno recién llegado a la ciudad, reparó en él: en tres semanas de entrenamiento aquel muchacho se convirtió en una locomotora. En Marruecos le quedan una abuela y un hermano, pero ha encontrado una nueva familia en su club de atletismo.

“Tiene una técnica de carrera muy buena, inclinándose ligeramente hacia adelante. Le sale, porque no entrenaba”, explica Juanjo Rojas, compañero en su club, el Runner's Team. Y completa: “Pero sobre todo, lo que tiene es una fuerza de voluntad brutal. Sabe lo que quiere y es un luchador nato”.

A Yamal hay que obligarle a parar. “Para preparar la Africana entrenaba mañana y tarde. ¿Sabes qué? Yo quiero correr de las siete de la mañana hasta las doce de la noche”, sonríe. “Si quieres ser campeón hay que sufrir: correr, correr, correr”. “Yo veía una carrera por la tele: 1.500, cuatro minutos y yo…”. Se muerde los puños, porque él los hace en 3 minutos y 50 segundos. Los 1.000 metros en 2.45, sin liebre. Le da lo mismo 1.500, que 50 kilómetros, como en la carrera que lo sacó del anonimato.

Yamal necesitó una autorización y mucha insistencia: “Le decía a mi entrenador: ”Quiero correr la Africana“. No. ¿Sabes cuánto le insistí? Todos los días. Tú no, eres menor. Al final Marina, su mujer, le pidió que me dejara. Y me dijo: '¿Quieres correr la Africana? Pues vas a sufrir en el entrenamiento'. Entrenaba por la tarde, pero yo cogía una chaqueta y salía a la calle a las seis”. Su participación generó polémica entre algunos que prestaron más atención al muchacho cuando se puso a correr que cuando malvivió en la calle.

Mayoría de edad: ¿y ahora qué?

Desde el 4 de mayo Yamal es mayor de edad. Ese día dejó de estar bajo la tutela de la ciudad autónoma y abandonó La Purísima. Ahora vive en la residencia de estudiantes con la ayuda de la ciudad autónoma y el apoyo de sus compañeros. A los pies de la residencia está el estadio Álvarez Claros: “Yo venía a entrenar y decía: ”Quiero vivir aquí, para caerme de la cama y ponerme a correr“”.

En septiembre, al cumplirse un año de su registro por la ciudad, expirará la residencia temporal de Yamal. Para renovar el permiso debe presentar una oferta de trabajo por un año de 40 horas semanales en una empresa al corriente con la Seguridad Social y una póliza de un seguro médico privado.

Su caso ejemplifica una denuncia recurrente de las ONG: esos requisitos son inasumibles para la inmensa mayoría y han provocado el florecimiento de un mercado de contratos falsos a cambio de un precio que oscila entre los 1.500 y los 2.000 euros, según explica una fuente de una ONG familiarizada con el sistema. Además, estos chicos a los que la Administración tutela hasta los 18 años son abandonados a su suerte el día que se hacen mayores. Algunos (no en el caso de Yamal) salen a la calle con el permiso de residencia ya caducado por el retraso en los trámites.

Él sigue corriendo porque se ve a mitad del camino: “Yo en la carrera no miro atrás. Nada. Nada. ¿Sabes por qué? Porque si miras atrás y ves a los demás te cansas. Y yo no me canso”.

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