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El viaje a ninguna parte

Campo de refugiados de Ritsona, Grecia / MARIU CÁNOVAS

Mariu Cánovas

Son las 2:23 y mi vuelo no sale desde Atenas hasta las seis. Cuando llegue a Amsterdam esperaré 12 horas hasta que el siguiente vuelo me lleve a Madrid. Allí un amigo me abrirá la puerta de su casa, probablemente, a las dos de la mañana. Y en algún momento dado, cuando consiga ser persona funcional de nuevo, volveré a casa. A Murcia.

Menuda putada, diréis: esperar una y otra vez, dormir en el suelo, ver qué basura puedo comer y por cuánto dinero. Conseguir no aburrirme demasiado, estar rodeada de desconocidos, que el tampax me aguante hasta que pase el control de aduanas, ése dónde te hacen quitarte los zapatos mientras que un trabajador o trabajadora de la empresa de vigilancia contratada en cuestión, ve pasar por rayos X tu maleta y el champú tiene más de 20 ml señores. Y no se entera.

Así de paradójicos son los rituales  que hemos adoptado a favor de nuestra “seguridad”. Hacer el imbécil, básicamente.

Pero vuelvo a casa y eso es algo que ningún refugiado de Ritsona puede decir, hoy por hoy.

Y es que actualmente el viaje que esta gente inició huyendo de las bombas está en punto muerto.

Como esperar eternamente en un aeropuerto, sin coger ningún vuelo.

Las condiciones de vida en el campo han cambiado. Tras la llegada de los isobox, o cubículos de PVC con agua caliente y WC, donados por Arabia Saudí (que niega el asilo a sus hermanos pero de dinero y petróleo, ósea se PVC, sabe un rato: el suficiente como para saber dónde no tiene que meterse si quiere mantener a sus amigos y poder lavarse las manos) la vida en el campo de Ritsona no es igual que antes.

Ahora las necesidades son otras. Hay comida, hay agua caliente y hay mucho, mucho tiempo. Demasiado. Y aunque esto las grandes ONG lo saben, saben también que su papel está más que desempeñado y poco hacen por cubrir la demanda de esta nueva etapa: asesoramiento legal, asistencia social y médica (una meningitis no se cura en la tienda de la Cruz Roja del campamento), transporte, educación...

Desde las asociaciones independientes vemos y denunciamos que tenemos delante una situación que se va prolongar años y que exige proyectos estables y gestionados en comunidad y no una línea de actuación apaga-fuegos. La realidad de los campos de refugiados en Grecia está cambiando, y ni la malograda Grecia puede hacerse cargo y ni los dirigentes ni las grandes ONG pueden desentenderse.

Después del uno viene el dos, y ahora que todo “parece” estar bajo control llega el tedio y la depresión para cerca de 800 personas que pasan cada día de su vida sin saber qué va a ser de ellos, sin tener un ápice de control sobre la libertad de poder elegir en sus vidas.

Elegir un destino, elegir una fecha. Elegir volver a ver a tu madre en ocho años.

Y pese a vivir en este limbo con el que Europa tan desprendidamente les ha obsequiado, eligen sonreír, echarse una mano entre ellos, cocinar juntos, darles besos a los niños del isobox vecino, aunque sean kurdos.

Si eso no es auténtica libertad, y dignidad, entonces es que hemos perdido la capacidad de reconocer la existencia de humanidad en el ser humano.

Es esta ceguera la que nos impide abrir las puertas de nuestras casas, las fronteras de nuestros países.

Son moros que vienen a quitarnos el trabajo, no personas. Son salvajes con carreras universitarias que hablan lenguas extrañas, no seres humanos. Son mujeres con pañuelos en la cabeza, no mujeres, simple y llanamente.

Una vez más, se constata: la crisis de valores es la auténtica y única protagonista de una que llaman “económica”.

Nosotros, los ciudadanos europeos de a pie, no podemos cambiar el rumbo de los acontecimientos, ni lograremos hacer cambiar de opinión a nuestros “éticos” gobiernos.

Pero sí que podemos donar 5 euros al mes...¿Se trata de 5 euros lava-conciencias? No, se trata de un compromiso.

Uno con nuestra humanidad.

Desgraciadamente se tratan, también, de muchos meses, pues difícilmente las víctimas de este conflicto de fuegos cruzados entre Europa, Estados Unidos, Rusia, con los buenos títeres subvencionados del yihadismo mediante, van a poder salir de ésta.

Política a un lado, que estoy harta, cuando estéis leyendo esto, yo estaré volando por los aires, todavía. Y aún no habré llegado a casa.

Omalie hará té y cambiará el mantel de flores retro donde Sufylan juega al ajedrez con Amanda. No sabemos cuánto tiempo puede quedarse Amanda, si dispondremos de los medios para que continúe con su labor. Tampoco sabemos cuánto tiempo le queda a cada persona en Ritsona hasta que puedan salir de ahí y coger un avión o varios, (como yo ahora mismo) y, con un poco de suerte, vivir sus vidas.

*Mariu Cánovas es blogger, traductora y técnico cultural. Colabora con la Comunicación de la Asociación Amigos de Ritsona.

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