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Migraciones

Santurtzi, otro “muro de la vergüenza” en Europa

Muro en contrucción en el puerto de Santurtzi con el ferri al Reino Unido al fondo

Aitor Guenaga / Iker Rioja Andueza

Hace un mediodía radiante en el puerto de Santurtzi, a 19 kilómetros del Guggenheim. Algunos turistas británicos disfrutan de la última tortilla de patata mientras se tuestan al sol de otoño. En el aparcamiento situado en la zona de embarque de los barcos que unen este puerto con el de Porstmouth, en Inglaterra, los Bentley y Jaguar revelan que buena parte de los pasajeros que este jueves embarcarán con destino al Reino Unido en el ferri Cap Finistère disfruta de un alto poder adquisitivo. Su única preocupación es que las vacaciones tocan a su fin.

A unos pocos metros se encuentra Altin. Es un joven de 26 años natural de Albania. Las gotas de sudor le resbalan por la frente. Son más de las 11 de la mañana y la temperatura ha subido ya unos grados en el contenedor donde lleva escondido tres días, dentro de unos neumáticos enormes, junto con otros dos compatriotas. Huele a caucho de manera intensa y el ambiente está cargado de dióxido de carbono (CO2), algo que finalmente delatará su presencia.

Esta mañana, el cabo primero y su equipo de la unidad de Resguardo Fiscal y Fronteras de la Guardia Civil se preparan para un registro exhaustivo de los camiones, contenedores, caravanas y demás vehículos que esperan a ser cargados en el ferri, donde los migrantes intentan pasar desapercibidos. Los guardias han empezado su turno revisando una fila de remolques con matrícula extranjera aparcados en la zona franca. Los llaman “mercancía no acompañada”. Le toca el turno a un tráiler azul con placa neerlandesa.

“Ha dado positivo, ha dado positivo”, grita uno de los guardias mientras enseña el medidor de CO2 que emplean para ver el nivel de anhídrido carbónico en el interior. “Cuando está por encima de 50/60 partes por millón es que hay o ha habido alguna persona dentro”, explica el cabo primero, mientras dos agentes abren el portón de acceso y se disponen a acceder al contenedor. En el interior reina el silencio.

Sólo en Santurtzi, en lo que va de año se han computado más de 2.560 intentos de acceder como polizones ocultos en contenedores o camiones, la mayoría protagonizados por hombres jóvenes de origen albanés, aunque también los hay afganos, iraquíes y paquistaníes. “Algunos lo han intentado hasta 30 veces”, explica una agente. A todos se les ha prometido dinero y trabajo en suelo británico. El desmantelamiento justo ahora hace un año del campamento de Calais –la denominada jungla de Calais-, al norte de Francia, ha empujado a los migrantes a buscar rutas alternativas en su singladura hacia un futuro mejor. En Bilbao y otros puertos del norte de España como Santander y, en menor medida Vigo, este flujo se ha disparado.

Es cierto que el asentamiento de albaneses que brotó este verano en los alrededores del puerto –con centenares de migrantes, aunque ahora desmantelado- ha dejado paso a solamente unas pocas tiendas de campaña dispersas por la zona. Es cierto también que la Autoridad Portuaria de Bilbao está levantando un muro de hormigón –las organizaciones sociales y ONG que denuncian la conversión de Europa en una fortaleza lo llaman ya “el muro de la vergüenza”- de cuatro metros de altura para blindar la terminal del ferri británico. Y es cierto, finalmente, que apenas el 3% de los intentos son exitosos. Pero el sueño de una vida próspera en el Reino Unido pesa mucho más. “Las migraciones no se frenan con muros. Las personas buscarán otras rutas, más peligrosas, para conseguir su destino, que en este caso es el Reino Unido, en tanto en cuanto no haya vías legales y, sobre todo, seguras”, afirma Patricia Barcena, presidenta de la Comisión de Euskadi de Ayuda al Refugiado (CEAR).

En el registro del camión neerlandés, los guardias, que usan coderas, rodilleras y casco, trepan con pericia por las ruedas. Desde lo alto de la pila al techo apenas hay medio metro, pero “donde cabe una cabeza entra todo un cuerpo”, coinciden los uniformados. De uno de los gigantescos neumáticos brota una cabeza. Altin y sus compañeros de viaje, otros dos albaneses muy jóvenes también, han sido finalmente descubiertos.

Los guardias civiles apenas han estado diez minutos en el interior del contenedor y salen sudando. Los tres jóvenes saben que la expedición ha terminado. Al menos por hoy. Bajan de uno en uno, tranquilos. Los agentes comienzan a realizar las preguntas de rigor. Luego pasarán a disposición de la Policía Nacional. Este cuerpo es el encargado de iniciar el expediente administrativo de expulsión y los trasladará a las dependencias de la brigada de Extranjería de la jefatura de Bilbao hasta que queden en libertad a las pocas horas mientras se tramita su expulsión del territorio español si no tienen la documentación en regla. Y luego todo vuelve a empezar.   

Altin y sus compañeros abandonan su escondite con una mochila como sola compañía. No oponen resistencia. Presentan aspecto cansado y aparentan mayor edad de la que tienen, unos 26 años. Uno de ellos se lía un cigarrillo nada más salir del tráiler.

-¿Por qué te has arriesgado a subirte al contenedor y esperar tres días escondido en él?

-'Laboro', sólo busco 'laboro' en Inglaterra“-contesta en italiano a los periodistas Altin, que en albanés significa oro.

-¿Cómo has llegado hasta aquí?

-Salimos de Allbania, pasamos por Macedonia, Serbia hasta llegar a Hungría; y desde allí en autobús hasta llegar aquí.

Ni una palabra de las mafias que supuestamente están detrás de la llegada de estas personas hasta la capital vizcaína. La mafia albanesa tiene una importante presencia en el Reino Unido y sus actividades ilegales, incluido el tráfico de personas, preocupan en toda Europa.

La cuestión de los polizones en Bilbao, muy comentada en la prensa británica y hasta en la BBC -'Migrant crisis: Is Bilbao the new back door to Britain?'-, es un asunto que ocupa a las autoridades españolas y británicas. Esta misma semana ha habido una reunión de coordinación policial entre mandos de ambos países y el intercambio de estadísticas e identidades es constante. La unidad de Resguardo Fiscal y Fronteras de la Guardia Civil tiene destinados unos 140 efectivos en el puerto y cuenta con el apoyo del GAR (Grupo de Acción Rápida), de las unidades caninas y hasta de un helicóptero. El ‘cuco’, como llaman los agentes al aparato, no ha sido movilizado hoy sobre El Abra.

En su mochila, Altin porta algo de agua, comida y ropa. Otros llevan también una botella de refresco grande para poder orinar. Apunta el joven que los Países Bajos y Francia están “mal” para dar el salto a las islas y que por eso han arribado a Bilbao. En el Reino Unido tienen “amigos” y les han prometido que hay trabajo para ellos y desde esta terminal, la quinta en actividad de España, hay varias conexiones a las islas británicas todas las semanas. La Guardia Civil les ofrece un poco de agua fresca antes de iniciar el procedimiento por la infracción administrativa que supone acceder irregularmente al puerto.

Parte del trabajo se hace en la terminal, pero también hay controles con agentes camuflados de manera inverosímil entre la vegetación de las montañas colindantes. Estas medidas excepcionales se suman a las propias de la alerta antiterrorista de nivel 4 reforzada este verano tras los atentados de Barcelona en una infraestructura considerada “estratégica”. También colaboran en el operativo especial la Policía Nacional, competente en materia de Extranjería, y la Ertzaintza, el cuerpo que patrulla en el País Vasco.

Los agentes uniformados de verde oliva pasan con Altin y sus compañeros a la terminal de pasajeros. “Descubra una nueva forma de viajar”, se puede leer en el folleto publicitario a todo color que entregan las operarias de la naviera, Brittany Ferries. Viajar en el ferri, reza la revista, es “libertad”, “diversión” y “placer”. Altin y sus amigos no pisarán el Cap Finistère. Tampoco cuatro muchachos algo más jóvenes que ya están sentados a la espera de que se les identifique. Son otros cuatro polizones que la Guardia Civil ha descubierto minutos antes. Uno de ellos es menor de edad. Este otro grupo prefiere ocultarse ante la presencia de periodistas. En el suelo, en una bandeja de plástico blanco están sus pertenencias: móviles, algo de dinero e identificaciones.

Comenta un agente que la imaginación para tratar de superar los controles policiales ha llevado a estos hombres –“apenas hay mujeres”- a esconderse entre un cargamento de cebollas a granel o en una montaña de plátanos, como intentó este verano un grupo de afganos. “Iban tapados hasta arriba”, explica. Han llegado incluso a idear una “hamaca” en los bajos de un contenedor, con el consiguiente riesgo de morir aplastados si llegan a ser cargados en el barco con las grúas y ganchos gigantes.

Explican los funcionarios que no ha habido que lamentar grandes daños personales en los últimos meses, salvo alguna deshidratación de los muchachos que han pasado varios días ocultos en contenedores. “En verano, dentro de los contenedores se pueden alcanzar los 60 grados. Son auténticos hornos”, describe. “Podemos tener una media de entre 30 y 35, pero en verano el número de inmigrantes ilegales se puede disparar hasta los 80 y los 90”, cifra uno de los agentes mientras coloca el tubo del medidor en una reluciente caravana Ford Tessoro aún sin estrenar. La prueba en esta ocasión da negativo.

Los polizones ya conocen que su respiración es el indicador que sirve a la Guardia Civil para detectarlos. Para sortear estos controles, muchos van provistos de un cúter y de un tubo de buceo. Cortan la lona del camión, meten la cabeza en una bolsa de plástico y respiran hacia afuera, señalan los agentes. Con todo y con eso, la estadística indica que apenas 72 han conseguido embarcar.

Y ni siquiera eso es garantía de éxito. Brittany Ferries realiza controles a bordo y los propios conductores de camiones también colaboran con las autoridades. Reino Unido obliga a la naviera a costear la devolución a España de quienes se le cuelen en los barcos –el coste del viaje de vuelta y los escoltas supone unas 6.500 libras esterlinas por migrante- y, en lo que a los particulares respecta, pena con prisión a los transportistas que lleven personas en sus vehículos, sea o no conscientemente.

Ahora son aproximadamente las 14.00 horas. El Cap Finistère ya ha abierto sus puertas de embarque y partirá enseguida. En apenas tres horas la estadística marca ya 2.560 intentos de acceder a los ferris. Mientras los agentes despiden a los periodistas, dos guardias civiles corren entre las filas de coches, la mayoría con el volante a la derecha, que esperan en hileras perfectamente numeradas para entrar al barco. Un camionero ha advertido de un intento de salto en una de las zonas donde aún no se ha levantado “el muro de la vergüenza”.

La presencia policial disuade finalmente al joven, que regresa a la verde montaña a esperar su siguiente oportunidad. La jornada no ha terminado, los migrantes volverán a intentarlo por la tarde. Y mañana.

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