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Por una democracia energética
La Cumbre de París para combatir el cambio climático (COP21) no solo fue precedida de importantes controversias en diversos sectores de la sociedad y en los medios de comunicación, sino que el mismo acuerdo alcanzado disparó polémicas sobre su futura utilidad. Pero todas las furiosas disputas en torno a la cuestión climática se podrían resumir en una sola palabra. Una palabra de cinco letras. Y esta palabra es fuego.
En el debate climático (que se inició con la I Conferencia Mundial sobre el Clima, en 1979), nadie menciona el fuego. Todo el mundo se llena la boca con términos y expresiones como “combustibles fósiles”, “emisiones de carbono”, “dióxido de carbono”, “aumento de temperaturas”, “inundaciones y sequías”, “elevación del nivel del mar”, “desaparición de los glaciares”, “fusión de los hielos polares”. Todos estos fenómenos, que hoy vamos constatando, son síntomas de que algo va mal en nuestro planeta.
Ser síntoma no significa ser la causa del problema. Los síntomas son el resultado de la acción humana en torno al fuego. O sea: el fuego es la causa del problema climático.
El fuego es una forma ancestral de obtención de energía que la humanidad aprendió de la naturaleza para cubrir sus necesidades básicas. Fueron nuestros precursores neandertales quienes aprendieron a dominar el fuego. Nosotros, los Homo sapiens, hemos evolucionado con el fuego. Pero con el advenimiento del industrialismo, el fuego dejó de basarse en la biomasa (que no es otra cosa que energía solar almacenada) para hacerlo en la combustión de materiales fósiles que se extraen de las entrañas de la Tierra. La quema de estos materiales mediante variados ingenios tecnológicos nos permite disponer de energía lumínica, térmica, motriz y eléctrica.
El denominado progreso se asoció así al fuego. Se nos inculcó que para progresar era necesario aumentar nuestra capacidad de encender fuego. El ejemplo más claro de ello ha sido el fuego nuclear, para el cual en los reactores nucleares se recurre al fenómeno de la fisión nuclear (se alcanzan temperaturas de cientos de grados y se producen residuos y emisiones que envenenan radiactivamente los sistemas naturales) ¡para hervir agua! (una acción habitual en cualquier sociedad, que requiere una temperatura de no más de 100 grados).
Las consecuencias del fuego
Las consecuencias del fuegoNuestro ancestral vínculo con el fuego hace que aún hoy lo consideremos un fenómeno agradable y acogedor. Pero el fuego es un fenómeno violento y extremo, ya que produce calor a temperaturas tan elevadas que representan un peligro para los seres vivos. El fuego convierte los materiales en residuos, muchas veces peligrosos. Y como la humanidad ha usado siempre el fuego, las sociedades humanas nunca han evaluado cuantitativamente, con precisión, sus consecuencias perjudiciales. Las damos por inevitables, pensando que no hay alternativas.
Hoy empezamos a darnos cuenta de que el progreso basado en la quema de combustibles fósiles nos puede conducir a un regreso ecológico y social, pues las consecuencias de la adicción industrialista a la combustión de materiales fósiles pueden ocasionar la desestabilización del equilibrio climático del planeta, el mismo que ha permitido el surgimiento de la humanidad misma.
Desde hace varias décadas (especialmente desde la primera crisis del petróleo, en los años setenta), ha habido grupos humanos que, preocupados por el problema de las consecuencias del fuego fósil-nuclear, empezaron a recuperar y desarrollar tecnologías que permitieran disponer de energía sin necesidad de fuego. Sus promotores las bautizaron primero como “tecnologías alternativas”, pues significaban una alternativa a la sociedad del fuego. Después, los jerarcas energéticos las calificaron despectivamente como “complementarias’”, dando a entender que solo podían complementar las, entonces aún dominantes, tecnologías del fuego.
Actualmente, se las conoce como “tecnologías renovables”, pues permiten la captación de la energía (renovable) contenida en los flujos biosféricos y litosféricos y su transformación en energía útil para proveer los servicios que las sociedades humanas demandan para vivir con dignidad en nuestro planeta.
Los resultados de estas tecnologías los tenemos ya a la vista. En el año 2000, los analistas pronosticaron que, en el mundo, la tecnología eólica habría instalado, a finales de 2010, 30 GW. Pero la realidad ha sido que en el año 2015 ya había 14,5 veces más potencia instalada que la prevista en 2010. Los expertos también predijeron, en el año 2002, que la potencia solar fotovoltaica alcanzaría 1 GW, en 2010. La realidad fue que, a finales de 2015, había 58 veces más potencia instalada que la prevista en 2010. Y se prevé que a finales de 2016 haya 68 veces más. Además, los costes de estas tecnologías han disminuido de forma considerable a lo largo de las últimas décadas. Por ejemplo, solo desde 2009, los costes de la eólica han disminuido un tercio y los de la solar fotovoltaica han disminuido en un 80%.
Ocho millones de empleos
Ocho millones de empleosEn los últimos tres años, en el mundo se han añadido más de 100 GW de nueva potencia renovable. Hoy, casi ocho millones de personas trabajan en el sector renovable en el mundo (sin contar con la gran hidráulica). El 22% de toda la electricidad mundial se genera ya con renovables.
Con los compromisos vigentes actualmente, la aportación renovable sobre el total de energía llegaría al 21% en el año 2020, pero para que el incremento de la temperatura global del planeta permanezca muy por debajo de los 2 grados centígrados, se requiere que las renovables alcancen el 36%, lo cual significa un aumento del ritmo anual del 1% hasta 2030, seis veces más que el ritmo actual. El nivel de inversión debería casi duplicarse hasta alcanzar la cifra de 500.000 millones de dólares para el año 2020, y superar esta cifra para alcanzar los 900.000 millones anuales entre 2021y 2030. Ello significaría una ocupación en el sector de 24 millones de personas.
El reto para alcanzar estas cifras está en cómo llegar a ellas. Una vía sería manteniendo la visión del mundo extractivista que la economía dominante ha ejercido hasta el presente. Si esta visión se mantiene, las tecnologías renovables servirían para la extracción de riqueza, sin tener en consideración las poblaciones de los lugares donde se hagan las instalaciones.
Otra forma de proceder, sería considerando la energía contenida en los flujos biosféricos y litosféricos como un bien común, al cual las personas tienen garantizado el acceso. Pero para ello es necesaria la democratización del sistema energético; o sea, la creación de un sistema energético basado en los principios de la democracia energética.
La democracia energética se puede describir como un sistema de energía que da poder a las personas y a las comunidades que disponen de los recursos energéticos renovables locales para que saquen provecho de su captación, transformación y uso. Comparte los principios del sistema naciente actual —eficiente, sin emisiones de carbono fósil, flexible—, pero añade dos principios básicos más: control local y acceso equitativo.
¿Qué significa eficiente? Quiere decir un sistema en el que las necesidades de energía se hayan reducido, mediante no solo la generación eficiente, sino también el uso eficiente de la energía, en el que la prioridad sea la lucha contra el despilfarro de aquélla.
¿Qué significa libre de emisiones? Significa que para disponer de energía ya no se utilice el fuego, sea fósil o nuclear.
¿Qué signific a flexible? Significa que se dé cabida a una proporción creciente de generación renovable variable y que se permita la circulación bidireccional de energía.
¿Qué significa control local? Quiere decir que las comunidades deben tener la autoridad para tomar decisiones sobre su economía energética sopesando no solo los costes energéticos, sino también los beneficios económicos. Como han demostrado diferentes estudios, la propiedad local de los sistemas energéticos renovables tiene un impacto económico local sustancialmente más elevado, suficiente para contrapesar los costes de producción marginalmente más altos.
¿Qué significa equitativo? Significa que todas las personas deben tener acceso a la propiedad de las tecnologías para la captación, la transformación y el uso de las energías renovables locales y a la autoridad sobre las redes, incluso en el caso de que no sean propietarias ni sean ricas. Como los recursos de un sistema de energía del siglo XXI (el sol, el viento, el agua, el calor de la tierra, etc.) pertenecen a todos, todas las personas residentes en una comunidad deben compartir la riqueza que genera el aprovechamiento de las fuentes de energía renovables locales.
Precios transparentes
Precios transparentesEl centro estructural de un sistema energético democrático es una gestión de las redes que no discrimine a los usuarios, al igual que la gestión de las carreteras no discrimina a quien las utiliza. El gestor de las redes no debe tener ningún interés financiero en hacer nuevas redes, ni en construir nuevas centrales de generación, a expensas de sus competidores. Las reglas de las redes deben permitir también las transacciones de igual a igual mediante un acceso equitativo y unos precios transparentes (por la energía, el control del voltaje y de la frecuencia, ramping, etcétera). La democracia energética también se basa en un acceso equitativo al capital y a la financiación.
Aunque no es una medida política, la democracia energética requiere que la comunidad se organice y también precisa de una buena gestión. Esto quiere decir, educar y empoderar a todas las personas usuarias de las redes para que conozcan sus oportunidades no solo de ser activas en la energía, sino de interaccionar entre sí y entre ellas y las redes.
solo la democracia energética creará una economía de la energía justa y equitativa, que encauce las oportunidades tecnológicas de la red ampliamente distribuida y de las fuentes renovables locales con la oportunidad económica de las comunidades para recuperar el control social del mercado de la energía, hoy todavía en manos de los oligopolios que hacen y deshacen a su aire, con la abierta complicidad de los reguladores.
La transición necesaria de las sociedades basadas en el fuego a sociedades que basen su energía sin necesidad del fuego significa, para los seres humanos, recuperar una antigua historia de amor: la historia de amor entre nuestro planeta y el sol. Ello significa para los seres humanos dejar de ser explotadores y depredadores de los recursos naturales, de los ecosistemas y de otros seres humanos para empezar a cooperar con ellos. Significa, nada más ni nada menos, que reaprender a vivir al ritmo del sol.
Si en la obra The Marriage of Heaven and Hell, Willian Blake (1757-1827) escribió aquello de que “la energía es el deleite eterno” (“ Energy is eternal delight”), en la reciente obra Electricity vs.Fire (2015), Walt Patterson escribe: “Debemos rescatar la valiosa palabra energía y restaurar su sentido original, tal como los científicos e ingenieros siempre la han entendido. La energía es el principio unificador del universo. Cualquier persona conoce la primera ley de la termodinámica, aunque es posible que no la conozca con ese nombre. Como en la ley de conservación de la energía, se dice que en cualquier proceso que sea, de cualquier tipo y en cualquier lugar, la energía nunca se crea ni se destruye, no es necesario conservar energía, pues el universo ya conserva la energía. Degradar el profundo concepto físico de energía en una simple abreviatura para nombrar conceptos como petróleo, carbón, gas natural y electricidad, nos priva de una palabra clave para nuestra nueva historia y nuestro futuro mejor. Debemos recuperar su significado”.
Josep Puig i Boix es doctor ingeniero industrial y miembro de Col·lectiu per a un Nou Model Energètic i Social Sostenible (CMES).
[Este artículo ha sido publicado en el número de abril de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]
Sobre este blog
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