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Los días en que Gamel Woolsey vio Málaga arder en 1936

Gamel Woolsey

Néstor Cenizo

Desde el torreón de un caserón de un barrio al oeste de la ciudad, un británico nacido en Malta y una estadounidense contemplan Málaga ardiendo. Arden las casas y caen las bombas, mientras Gerald Brenan y Gamel Woolsey miran el horror y se preparan para huir. Años después volverán a Churriana y los dos morirán en Málaga, donde reposan sus restos en el Cementerio Inglés.

Woolsey relató los días en los que el infierno se abrió en Málaga en una crónica que primero recibió un título inspirado en un verso de T.S. Eliot, El otro reino de la muerte, y luego el título de una crónica, que no es otra cosa que Málaga en llamas. A partir de esa crónica novelada, la Universidad de Málaga ha programado un curso de verano coordinado por Alfredo Taján, escritor, gestor cultural y director de la Casa Gerald Brenan. Un encuentro para hablar de Historia, literatura, periodismo y las leyendas que llevan tras de sí, como una estela, los espías, los escritores y algunos cónsules.

Dice Taján que el curso ha servido para apuntalar la historia de la Guerra Civil en Málaga. Esa historia incluye el llamado Terror rojo, porque la defensa de Málaga no la organizó tanto la legalidad republicana como los movimientos obreros de fuerte arraigo en la ciudad. “Cuando hubo el levantamiento, la turba exaltada se echó a la calle”, señala. “Los emblemas de poder, como La Caleta, la Alameda o calle Larios, fueron arrasados. Se mató indiscriminadamente”.

Lo que vino después fue brutal: las tropas franquistas entraron a sangre y fuego en la ciudad, como había radiado Queipo de Llano (“Malagueños, a poner pantalones a la luna”). Decenas de miles de malagueños civiles huyeron a pie camino de Almería, tiroteados desde el aire y cañoneados desde el mar. André Malraux reflejó en La Esperanza aquella huida bajo las bombas, en la que murieron entre 5.000 y 10.000 malagueños, y Norman Bethune documentó el calvario en un puñado de fotografías.

Huida a Gibraltar

Desde su atalaya de Churriana, Woolsey fue una observadora privilegiada. Cuenta Taján que Brenan y Woolsey se habían quedado en Málaga intentando salvar la vida de su casero, “un señor a la derecha de Dios, señaladamente faccioso”, hasta el punto de que en lugar de Crooke le llamaban Cruz… Gamada. Sin embargo, pronto comprendieron que había llegado el momento de huir, porque igual los podían matar los nazis, que los italianos o los anarquistas de la CNT. “Como no salía nadie de Málaga sin pasar por el comité de defensa, se marcharon en un destructor, no por el puerto, sino por la playa”. A Gibraltar, de allí a Tánger, luego Lisboa, y de allí a Londres.

A Woolsey, el episodio le sirvió para escribir una crónica novelada que cuando se editó, en 1939, pasó relativamente desapercibida. Y se convirtió en un éxito tardío cuando se reeditó, en 1998. “Ella lo entrega en septiembre del 39 a la editorial. En ese momento Hitler estaba invadiendo Polonia, y no interesa. Imagina Londres bombardeado, ¿quién va comprar un libro sobre Málaga en llamas?”, plantea Taján.

Puede que las observaciones de la pareja también acabaran en manos del servicio secreto británico. “O pasabas información o lo tenías muy mal”, apunta Taján. Probablemente nunca se sabrá con certeza si Brenan también fue espía. Sí lo fue Humphrey Slater, un dandi invitado por Brenan a su casa y que, como Arthur Koestler, venía comandado por el Partido Comunista para verificar que, como todos sospechaban, los nazis y los italianos estaban en España ayudando a Franco.

Slater, escritor de éxito y personaje fascinante, renegó luego de la causa comunista y desapareció sin dejar rastro en El Escorial, en 1958. “Todos los años la familia renueva la demanda para encontrar pistas de dónde está”, cuenta Taján.

Woolsey, una escritora con “mala suerte”

En aquella casa, Brenan y Woolsey dieron cama y conversación a una pléyade de escritores e intelectuales: Bertrand Russell, Laurence Olivier, Viven Leigh, Paul Bowles, Jean Cocteau o Ernest Hemingway pasaron por Churriana, y este último incluso eligió La Cónsula para pasar su penúltimo verano. “Todos los que conocieron a Gamel se enamoraban de ella, una norteamericana elegantísima y muy bella, y ella le decía a Gerald: ”Nuestros amigos dicen que van a venir por una semana, y se quedan tres meses...“”, relata Taján, que desde que asumió la dirección de la Casa Gerald Brenan trata de realzar la figura de la escritora.

Este verano ha organizado el ciclo Cantos velados, con lecturas de piezas inéditas de Woolsey a cargo de Rocío Márquez, Guille Galván (Vetusta Morla), Tulsa y La Bien Querida. También forma parte de ese empeño el propósito de publicar su obra poética completa, que escribió cuando volvió a España. “Woolsey tiene mala suerte porque los editores no le acompañan, pero la situación política tampoco”, lamenta Taján. Entonces, cayó en el alcoholismo y dejó de intentarlo. Probablemente de ello se benefició la obra de Brenan.

En la Casa de Gerald Brenan se habló también del Caleta Palace, de la Málaga revolucionaria, de los espías y del cónsul Porfirio Smerdou, el Schlinder español que primero refugió en su casa consular a conservadores y falangistas, y después a republicanos. Ochenta años después, aquella Villa Maya fue derribada por las excavadoras, porque no se supo o no se quiso conservar su valor histórico.

Aquellos días forman un caleidoscopio al que se añaden y en el que se asientan cada vez más piezas. Woolsey y Brenan fueron los observadores privilegiados de cómo la Ciudad del Paraíso se transformó, por unos días, en una “Arcadia en llamas”.

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