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Vox y Podemos: atado y bien atado

Unos 179 exdiputados cobrarán la indemnización por la disolución del Congreso

Juan José Téllez

Nos hemos acostumbrado a aceptar al pulpo de Vox como animal de compañía en diversas instituciones democráticas. Así que los artífices de la opinión pública y la opinión publicada asisten sin pestañear al cinturón sanitario del Ciudadanos de Albert Rivera contra el PSOE de Pedro Sánchez, pero nadie parece seguir los pasos de los conservadores y liberales europeos al trazar una frontera clara, una invencible línea Maginot, entre la derecha democrática y el fascismo: al contrario de lo que ocurrió en estos raros días españoles, la retirada de la placa que rendía tributo en Madrid a los represaliados por la dictadura, con nombres y apellidos, sería constitutivo de un delito de alta traición en la Francia de Charles De Gaulle, que no era maoísta precisamente, o en la Alemania de Angela Merkel, a punto de jubilarse.

Pasan cosas bizarras en la España que se trasmutó de la dictadura a la reforma y de la reforma a la democracia sin pestañear en un cerrar y cerrar los ojos al pasado porque quizá pensábamos por error, los del llamado régimen del 78, que era prioritario abrirlos desmesuradamente al futuro.

Nada por aquí, nada por allá; de repente había franquismo, de repente no lo hubo, hale hop. Era materialmente imposible semejante alquimia. El testamento de Franco era un durmiente que seguía entre nosotros, hasta que despertó de nuevo bajo las exitosas siglas de Vox, con la colaboración necesaria del Partido Popular y Cs, así como con el PSOE y con la izquierda que no lograron, durante cuarenta años, hacer los deberes que posibilitaran la regeneración de aquel país de todos los demonios (Gil de Biedma dixit), que seguía siendo caudillista sin el caudillo.

Como reza un exitoso meme de las últimas semanas, cuando Pedro Sánchez sacó al general difunto de su loft de lujo en el Valle de los Caídos, sus herederos políticos directos entraron a porfía en el Congreso de los Diputados. Una nueva paradoja histórica: cuando el actual inquilino en funciones de La Moncloa hizo lo que tendrían que haber hecho Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar, Felipe González, Leopoldo Calvo Sotelo o Adolfo Suárez, sus más chuscos seguidores condicionaban ya la vida parlamentaria de varias cámaras autonómicas, ayuntamientos, diputaciones y, esperemos a ver, la Carrera de San Jerónimo y la Plaza de la Marina Española.

Sorprende que en el casting de la actual vida política española acostumbremos a un reparto proporcional de los extremos asimilando a Vox con Unidas Podemos, los comunistas, las hordas rojas, como solía decirse y vuelve a decirse, que es lo peor. Ni los extremos ni los extremeños siempre se tocan: a lo largo de su trayectoria, el discurso de los que han expropiado el color verde a los verdes se ha basado fundamentalmente en la revisión de la historia, la negación de derechos y el recorte de libertades, mientras que la formación izquierdista no pasa de un manifiesto socialdemócrata, algo más escorado a la izquierda que le PSOE, pero perfectamente homologable a escala europea.

Inconstitucionalistas

Suelen llamar inconstitucionalistas a los morados. ¿Por qué? Por pretender puntualmente que el diálogo entre el Estado y Cataluña pueda desembocar en un referéndum idealizado por soberanismo y maldito por los jacobinos. ¿Cómo podemos llamarle, sin embargo, a ese otro partido de extrema derecha que niega algo tan consustancial a la España de hoy como el Estado de las autonomías? Por no hablar de su terca cerrazón ante la violencia de género, la ejercida contra las mujeres, un concepto que se pretende disimular cambiando las palabras y esgrimiendo la violencia intrafamiliar como si el alto número de muertas en nuestro país fuera en cambio equiparable a los crímenes que resolvía la señora Fletcher en la pequeña pantalla, con tan mal fario que siempre encontraba un fiambre entre parientes, amigos o allegados. Aquí, por goleada, las interfectas son las damas y el asesino no suele ser el mayordomo.

Vox es guay, dicen los jóvenes. Como no se anden listos y sigan combatiendo su discurso asumiéndolo de pe a pa, el PP y Cs pueden ser anegados por ese tsunami antidemocrático. Pero Unidas Podemos no es su doppelgänger, esa palabra alemana que designa a las antípodas malévolas de cualquier persona u organización.doppelgänger

¿Cómo va a ser inconstitucional el partido que ha hecho la última mini campaña electoral con una especie de coaching de la Constitución del 78? Unidas Podemos, que en sus inicios jugó a promover unas nuevas cortes constituyentes, se ha terminado convirtiendo a la bondad de la Carta Magna de que disponemos. ¿Por qué? ¿Se ha caído Pablo Iglesias como su tocayo Paulo de Tarso en el camino de Damasco y ha descubierto la bondad de sus artículos? No, porque malician que si con el espíritu progresista que reinaba entre los españoles durante la transición, forjamos esa Constitución manifiestamente mejorable, ¿qué ocurriría con la España de hoy, donde la caverna quiere incorporar la caza y la pesca al currículo escolar, se piensa que la libertad es que el Estado pague a los padres para que asistan a colegios privados segregados o que un presidente de Gobierno puede enviar directamente a los separatistas a la cárcel, sin pasar por un juzgado?

Vox y Unidas Podemos no son equidistantes, sino versos sueltos si quieren del populismo, pero cargados de argumentos que no guardan relación entre sí. A los de Santiago Abascal, les molaría volver al Fuero de los Españoles. Pero a los de los círculos cada vez más cuadrados, ya no se les puede achacar que les guste el chándal de Nicolás Maduro. Los primeros son bizarros. Los segundos, son normales. Quizá por eso ya han dejado de interesar a una España que, durante las últimas décadas, tan sólo ha aprendido política en los debates televisados entre Belén Esteban, la princesa de los pobres, y los hermanos Matamoros. No buscamos información, sino noticias sensacionalistas. Tampoco ideas, sino soflamas. Todo atado y bien atado, ya saben.

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