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Nueva perspectiva sobre la relación entre lo urbano y lo rural
En las últimas décadas, el fenómeno de la urbanización ha llevado a un crecimiento exponencial de las ciudades, mientras que muchas áreas rurales han visto una disminución de su población y recursos. Esto ha generado tensiones que a menudo se manifiestan en la percepción de que los urbanitas son enemigos de las comunidades rurales. Sin embargo, este enfoque es erróneo. Las ciudades pueden ser vistas como clientes potenciales que ofrecen oportunidades valiosas para el desarrollo rural. Esta reflexión invita a repensar la relación entre el ámbito urbano y rural, destacando cómo estas interacciones pueden ser beneficiosas.
Los urbanitas están cada vez más interesados en productos frescos y locales. La tendencia hacia una alimentación más saludable y sostenible ha impulsado la demanda de frutas, verduras, productos lácteos, y carnes que provienen de prácticas agrícolas responsables.
En muchas comarcas, pequeños agricultores han comenzado a ofrecer cajas de productos agrícolas a domicilio, dirigidas a consumidores urbanos. Este modelo de negocio no solo proporciona alimentos de calidad a los consumidores de la ciudad, sino que también garantiza ingresos sostenibles para los productores rurales.
En lugar de ver a los habitantes de las ciudades como una amenaza para las tradiciones rurales, se pueden considerar como clientes potenciales que buscan productos auténticos y experiencias genuinas. Este cambio de perspectiva puede facilitar una relación más colaborativa y beneficiosa.
Si hablamos de población, mientras que nuestras ciudades concentran el 75-80% de la población y la mayor parte del empleo en sectores industriales y de servicios, el medio rural ocupa el 84% del territorio, pero alberga sólo alrededor del 16% de los habitantes, con tendencia a la despoblación y envejecimiento: la cifra es dramática en municipios de menos de 5.000 habitantes, en los que más del 25% de la población supera los 65 años.
Que la mayoría de la población viva en entornos urbanos también significa que el día a día de la vida en los pueblos sea algo lejano para esa mayoría. Esta distancia física se traduce también en una distancia cultural y de reconocimiento
Pero hay otra brecha tan importante como la demográfica, con su repercusión económica y social, y es la brecha del reconocimiento mutuo.
Que la mayoría de la población viva en entornos urbanos también significa que el día a día de la vida en los pueblos sea algo lejano para esa mayoría. Esta distancia física se traduce también en una distancia cultural y de reconocimiento: muchas personas que viven en las ciudades desconocen cómo funcionan las dinámicas del campo, qué retos enfrentan los pueblos, cuál es su papel en la economía y el medio ambiente y, sobre todo, cómo se producen nuestros alimentos en ellos.
Pero hay una realidad indiscutible, más del 75-80% de los alimentos producidos en España se consumen en entornos urbanos.
Nuestro sector no es desde hace mucho tiempo agrario sino agroalimentario, por lo que un agricultor actual debería ver su producto más allá de la puerta de su explotación. Quizás suene utópico, pero si queremos que se valore nuestro trabajo necesitamos formar y educar a nuestros clientes, los habitantes de las ciudades. Se trata de formar, no de hacer promoción. Porque si cuando llegamos al consumidor lo hacemos únicamente con publicidad, la falta de formación del receptor puede hacer que se sienta engañado al ver que el producto no cumple sus expectativas.
Los agricultores son gente normal, la vida del campo no es la idílica y perfecta que aparece en un anuncio de TV, son empresarios que trabajan como cualquier otro. Para tener reconocimiento social, necesitamos formar a largo plazo a los jóvenes urbanos sobre cómo se producen nuestros alimentos. Y quizás esta formación debería estar liderada por nuestras administraciones públicas y por un sector agroalimentario que vele por un bien común apartando temporalmente sus intereses de producto.
Los urbanitas suelen estar interesados en adquirir productos locales que son percibidos como de alta calidad y sostenibles. Esto no solo beneficia a los productores rurales, sino que también fomenta la economía local, promueve el empleo y ayuda a mantener vivas las tradiciones.
La idea de que "los urbanitas no son enemigos, son clientes" representa un cambio paradigmático en la manera de entender la relación entre lo urbano y lo rural
La convivencia entre lo rural y lo urbano puede enriquecer ambas partes. A través de ferias, mercados, y jornadas gastronómicas, los urbanitas pueden aprender sobre la cultura rural, sus prácticas tradicionales y su patrimonio, mientras que los productores reciben la oportunidad de exponer su trabajo a un público más amplio.
La creciente preocupación por el medio ambiente ha llevado a muchas personas de la ciudad a buscar opciones más sostenibles. Al consumir productos locales, contribuyen a prácticas agrícolas que respetan el medio ambiente y apoyan el desarrollo rural.
El turismo rural es un área clave donde los urbanitas pueden convertirse en “clientes”. Escapadas a áreas rurales para disfrutar de la naturaleza, degustar alimentos locales, y participar en actividades agrícolas benefician a las comunidades rurales y permiten a los visitantes desconectar de la vida urbana.
La idea de que “los urbanitas no son enemigos, son clientes” representa un cambio paradigmático en la manera de entender la relación entre lo urbano y lo rural. Aceptar a los habitantes de la ciudad como aliados en el desarrollo económico y cultural de las áreas rurales puede resultar en beneficios mutuos. Fomentar un diálogo abierto y colaborativo creará un espacio donde ambos mundos puedan aprender y prosperar juntos. La integración de estos dos contextos es fundamental para construir un futuro más sostenible y enriquecedor para todos.
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