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Fallece Pablo Aranda, escritor malagueño, periodista y viajero

El escritor y periodista malagueño Pablo Aranda

Alejandro Luque

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En un verano tan desconcertante como este que corre, la noticia del fallecimiento de Pablo Aranda ha caído como un mazazo en los círculos literarios españoles, donde era muy querido y su obra altamente estimada. El escritor y periodista malagueño ha fallecido a consecuencia del cáncer que le fue diagnosticado el pasado mes de febrero, dejando una obra fecunda y una memoria entrañable para cuantos le conocieron.  

“Nací el 26 de abril de 1968, el mismo día que Vicente Aleixandre, en la misma primavera en la que los tanques soviéticos entraron en Praga, la ciudad donde nació Kafka, que escribía en alemán como Max Frish que todavía está vivo igual que yo, que ni mucho menos he muerto todas mis muertes”, escribía Aranda a modo de autorretrato. 

Padre de tres hijos, inseparable de su perro Turrón, Aranda recordaba haberse iniciado en la escritura con once o doce años, con un cuento tipo western titulado Con él llegó la paz. “Desde entonces no he podido dejar de escribir. Para compensar lo de las pistolas me declaré insumiso años después y para compensar lo de la insumisión ahora practico artes marciales”, explicaba.

Viajero inveterado, recordaba que “establecí mi campamento base en las playas de Málaga y cuando me hice grande recorrí Asia y el norte de África y Europa y Centroamérica”. Años después, como colaborador de El Viajero de El País, escribió sobre destinos tan diversos como Aviñón, Trieste, Nueva York, Benin o Bamako. 

Licenciado en Filología Hispánica, impartió clases de lengua española en su ciudad natal y en la Universidad de Orán (Argelia). Especializado en educación de grupos especiales, trabajó durante dos años en una casa-residencia con enfermos mentales y dos como educador de menores que cumplían medidas judiciales en régimen abierto. Como periodista, ejerció también el columnismo en cabeceras como Diario Sur y colabora en El Viajero (El País).

Al suplemento El Cultural le confesó su método de trabajo: “Yo me rijo por el calendario escolar, y de hecho mi horario de trabajo es desde que dejo a los niños en la escuela hasta que los recojo. Mi fecha ideal para empezar una novela es el siete u ocho de enero, después de Navidad, porque sé que tengo fácil escribir todos los días hasta final de junio. No escribo ni mucho menos ocho horas al día; es un rato al día, pero todos los días, eso es importante”.

Como escritor, siempre comprometido con los asuntos y controversias de su tiempo, se dio a conocer como finalista Premio Primavera de Novela 2003 con La otra ciudad, que publicaría el sello Espasa. Su segunda entrega, Desprendimiento de rutina, obtuvo el I Premio de Novela Corta Diario Sur ese mismo año. 

Volvió con Espasa en su tercera novela, El orden improbable, hasta que se consagró definitivamente con Ucrania, la obra con la que obtuvo el II Premio Málaga de novela, y que vería la luz en Destino. Otras obras suyas fueron Los soldados (El Aleph, 2013), El protegido (2015) y La distancia (2018), estas dos últimas editadas por Malpaso. 

“La realidad social no me ha interesado sólo en la vida, también en mi obra, lo que ocurre es que mis primeras novelas retrataban personajes más marginales y ahora parecen más adaptados. Están integrados, pero son integrados defectuosos”, explicaba Aranda en una entrevista con Braulio Ortiz para Diario de Sevilla.  

También hizo incursiones en la literatura infantil con Fede quiere ser pirata, que se impuso en la segunda edición del premio de Literatura Infantil Ciudad de Málaga, El colegio más raro del mundo, publicada por Anaya en 2014 o el más reciente Las gafas azules.   

En septiembre de 2018, fue nombrado director de Actividades de la Fundación Manuel Alcántara, donde desarrolló una importante labor en memoria del que fue indiscutible decano de los periodistas malagueños. El pasado mes de mayo comentaba en una entrevista en el Diario Sur que tenía una nueva novela terminada y lista para enviar a las editoriales, pero “las pasadas navidades la tiré a la basura porque no funcionaba”.

En el mundillo literario se esperaba que la obra de Pablo Aranda tuviera una larga y feliz continuidad, ya que se trataba de un autor en permanente estado de gracia y continua progresión. Ojalá que el malagueño, que bromeaba asegurando que no había muerto todas sus muertes, tenga todavía muchas vidas por vivir.  

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