Una fotógrafa busca el amor en el tugurio portuario de Algeciras: “Les gustaría a todos ver qué ocurre allí por un agujerito”
Humo de tabaco, luces cetrinas, tragos fuertes, miradas torvas… Antes de su cierre en 2020, el bar La Rocío, en las proximidades del puerto de Algeciras, no era precisamente un local chic. Llamarlo “poco recomendable” sonaría quizá a eufemismo. Y, sin embargo, ese fue el lugar en el que la fotógrafa Natalia Leiva quiso sumergirse en busca de algo tan cotidiano y tan esquivo como el amor. El resultado del proyecto fue bautizado con el título Miénteme, dime que me quieres, una serie de impactantes imágenes que han sido expuestas esta primavera en la sala Kursala de la Universidad de Cádiz y ahora viaja al centro Alcultura de Algeciras, mientras se convierte en fotolibro.
“Este proyecto es una declaración de amor”, asevera la fotógrafa. “Había allí un montón de personas que no están acostumbradas a que les sostengan la mirada, y yo les eché un pulso de 400 noches”. Ese fue, en efecto, el tiempo que esta algecireña de 1978 pasó retratando a la singular parroquia que se daba cita cotidianamente en aquel local.
Antes de eso, Leiva se había formado en la escuela UFCA bajo la tutela de Alberto Galán, quien despertó su interés por la fotografía documental de claro enfoque humano. Poco después tuvo la oportunidad de trabajar como asistente de Juan Balbuena. “Fue él quien me llevó al bar, y me dijo: ‘Tienes que estar atenta, porque aquí la gente mira de verdad’. Yo me preguntaba qué sería eso de mirar de verdad, o a qué tenía que atender. Tenía mis referentes en la cabeza, pero aquello imponía”.
Complicidad y ternura
Sin embargo, la primera noche supuso una experiencia tan grata que Leiva decidió quedarse. Úrsula La Silicona la estrechó entre sus brazos, mientras que Rocío, la propietaria que había visto pasar 28 años de su vida tras esa barra, decidió adoptarla simbólicamente. “Empezó a decirle a todos que yo era su hija. Ella me dio el pasaporte para volver sola a la noche siguiente, y todas las que quedaban por venir. Porque la clave iba a ser la convivencia”.
Como cabe imaginar, la fotógrafa empezó muy pronto a tropezarse con historias tremendas. Personas que habían crecido viendo cómo su madre llevaba hombres a casa, y no conocían otra forma de ganarse la vida, o que habían sido prostituidas por su propia abuela desde los 12 años. Vidas rotas por el abuso del alcohol, de las drogas, caminos torcidos y abocados a infiernos personales de los que no parece fácil salir. Sin embargo, Leiva rehúye “contar demasiadas batallitas. La conclusión a la que llegué es que son personas como cualquiera, porque nadie está a salvo de nada: de una mala familia, de un mal amor, de un mal paso. Y de lo que estoy convencida es de que todo el mundo querría saber qué ocurre allí, pero por un agujerito”.
La mirada de Leiva no tenía, según afirma, ninguna intención inicial. “Ni siquiera de composición, ¡estaba empezando!”, rie. “Me dejé llevar, me adapté. Ni siquiera tenía un plan horario. Algunos días veía que las cosas no marchaban, y a las dos horas estaba en casa, mientras que otras veces me recogía a las claras del día. Y en todo momento me sentí como en casa, en parte porque tengo mucho autocontrol, en parte porque ellos me lo pusieron muy fácil. Cuando la foto no salía, se reían y me animaban, ¡no te preocupes, la repetimos! Fue muy divertido, hubo mucha complicidad, mucho apoyo y mucha ternura”.
“Me cuidaron y me protegieron. Tuve miedo en algunos casos puntuales, pero fue un miedo humano, como el que puede tener alguien en su trabajo a las siete de la mañana”, prosigue la fotógrafa. “Cuando tenía que ir a algún sitio que pudiera entrañar algún peligro, se ofrecían a acompañarme y a esperarme lo que hiciera falta”.
Una cámara para sumergirse
Otra de las claves de su trabajo según Leiva fue la escucha. “La empatía es fundamental. Aprendí a empatizar a través de la experiencia, hasta ponerme en el lugar de cada uno de ellos”. Junto con Rocío, “el motor de todo”, tocaron la fibra de la fotógrafa Kelly, Juana, La Portuguesa, La Pepino, El Tuerca, La Juani, Rafael, Tamara, la Marilyn Monroe… Todos los cuales forman ya parte, gracias al objetivo de su paisana, de un universo iconográfico memorable, incluso cuando la clausura del bar los dispersó inevitablemente.
Leiva siguió manteniendo contacto con muchos de ellos, pero mantiene a raya la tentación de redimirlos o de cambiar sus destinos. “No soy la madre de nadie. A estas alturas de la vida, sería imposible hacerme cargo de ninguno de ellos. No puedes repartir aspirinas entre quienes no te las piden. Debo ser consciente de que soy una fotógrafa, no una ONG”, apunta la autora, que actualmente trabaja en un nuevo proyecto sobre el barrio algecireño de su infancia, el Saladillo.
No obstante, el primer lugar donde se expuso Miénteme, dime que me quieres fue el propio bar la Rocío. “Se reconocían y se llevaban su foto, fue muy bonito”, concluye. “Pero necesitaba cerrar el proyecto, y lo que cerró al final fue el local. Me quedé muy a gusto sabiendo que había trabajado bien, y en cierto modo fue un alivio. Pones punto final y lo haces con un aprendizaje importante a tu espalda. Le deseo a todo el mundo una cámara de fotos, no para posturear, sino para sumergirse en la vida de esa manera”.
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