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Una familia malagueña regala una casa para dar un techo a jóvenes extutelados

Hassan Al Boujadaini, Wail El Kasbani, Nabil Taoutaou y Bilal Farhan, en su nueva casa | N.C.

Néstor Cenizo

Esta semana el barrio de Lagunillas tendrá nuevos vecinos. No serán turistas de paso por alguna de las viviendas de alquiler turístico que están colonizando las calles, sino cinco jóvenes estudiantes que por la tarde sacan la Secundaria y por las mañanas realizan algún curso para integrarse en el mercado laboral. Hasta ahora viven en un centro de acogida, pero allí, dicen, es imposible estudiar. Así que Wail y Hassan resoplan cuando se les pregunta si tienen ganas de mudarse: “Pffffff. No veas”.

Ellos son dos de los cinco jóvenes extutelados a punto de reestrenar la casa, que llegó a manos de Málaga Acoge gracias a la donación de Francisco Salcedo y sus hermanos. Salcedo, ingeniero de caminos jubilado, dice que siempre tuvieron claro que no merecía la pena vender la casa que heredaron de su abuelo y de su madre y repartir el dinero. Ellos querían ayudar a personas vulnerables y fue su cuñada quien pensó en Málaga Acoge.

“Si los chicos pueden tener un sitio en el que considerarse en casa, eso les dará estabilidad. Regalarla no tiene mérito. Si hubiera sido un palacio, no te digo… Todos estábamos de acuerdo en que tuviera un fin social más agradable que poner otro piso turístico en el mercado”, señala Salcedo.

La casa, cuya primera escritura fue otorgada por el Marqués de Larios en 1906, ha necesitado una renovación profunda, con un coste aproximado de 50.000 euros, parte de los cuales se van a sufragar vía microdonaciones. Ha sido necesario poner un nuevo tabique, recubrir las paredes, sellar el tejado y, por supuesto, equiparla.

El viernes por la mañana el sofá todavía está envuelto en una funda de plástico, y una rasqueta sobre el poyete de la cocina daba cuenta de los últimos trabajos. Los chicos han estado limpiando, pero todavía falta el cajetín eléctrico para entrar a vivir. Probablemente el lunes, les dicen. Wail no puede disimular su impaciencia:

-Es que en San Juan de Dios [el centro de acogida] no se puede estar. Tienes que entrar a las 21.00 y salir a las 8.00. Te tiras el día dando vueltas como loco. Cuando llegas sólo quieres descansar. Yo respeto todo el mundo, mis compañeros, el monitor, la directora, pero yo allí no puedo estar… No puedes estar tranquilo para estudiar o escribir. Tienes la habitación solo para dormir.

De la calle al instituto

Estos chicos son usuarios del sistema de puerta única. Duermen en albergues, centros de acogida o bajo el techo que ofrece Cáritas en Calor y Café. A veces ocupan o duermen bajo un puente. Pedro García, técnico de Málaga Acoge, calcula que en Málaga son entre 70 y 80. Llegan a España siendo menores, pasan por el sistema de acogida y, al cumplir los 18, se encuentran en la calle y luchando contra el reloj para encontrar un contrato de trabajo de 40 horas semanales para renovar el permiso de residencia. Sin una red de apoyo, el riesgo de caer en la marginalidad es alto.

“Están en situación de calle y son usuarios de recursos que no están pensados para ellos. Muchas veces es peor el remedio que la enfermedad. Un albergue municipal tiene un ambiente difícil de soportar para un chico de 18 años”, explica García. Para romper el círculo, el primer paso es tener un techo. Málaga Acoge inaugura esta semana la nueva casa. Tiene otros tres en distintas zonas de la ciudad, en los que aloja a 21 chicos en total.

Los cinco que van a compartir casa a partir de esta semana estudian en el IES Vicente Espinel (el popular Gaona). En este instituto del centro de Málaga hay 22 jóvenes extutelados matriculados en el Nivel I de Educación Secundaria para Adultos, 19 en el Nivel II, y dos chicos en Bachillerato. Del Gaona ya ha salido un estudiante universitario. Cristina Reglero es su profesora de Lengua y su tutora, y cuenta que su primer problema suele ser el idioma: “Todos tienen un nivel de español muy bajo y muchos no han estado escolarizados en Marruecos”.

Por eso el instituto pidió incorporar también el Nivel I, y el resultado ha sido bueno. La mayoría han aprobado todas las asignaturas. “Que quieran sacarse Secundaria en medio de sus dificultades y las tentaciones de la calle es una lección para los otros compañeros”, señala Reglero.

Un trabajo para completar la travesía

Sin embargo, estudiar no es suficiente. Para prolongar el permiso de residencia necesitan presentar un contrato de trabajo por un año. Por eso, por la mañana realizan cursos en especialidades para las que se supone una alta demanda laboral: hostelería, construcción, cuidados… Después pasan por un periodo de prácticas en empresas que colaboran con Málaga Acoge.

Bilal ha superado con éxito esa fase y ya trabaja como ayudante de cocina en el restaurante La Tierra, en Torremolinos. Un restaurante con vistas al mar que lo separa de Marruecos. Siempre tuvo claro que no quería quedarse allí, así que convenció a sus padres para que pagaran 2.000 euros por un viaje: 35 horas en una barcaza por el Mediterráneo, hasta que puso pie en Cádiz, donde le recogió una camioneta para llevarlo a Almería. Allí le dijeron que lo mejor para él era ir a Málaga y presentarse en un centro de menores.

A su lado, Mustafa asiente. Él se fue de casa a las tres de la noche. “Mis padres no querían que me fuera. Una vez salí corriendo y salían detrás de mí. Mi madre decía que no, por favor, pobrecita…”. Mustafá se graduó en Secundaria el año pasado y ahora es uno de los dos estudiantes de bachillerato del Gaona. Después de tres años en España necesita un trabajo de un año para solicitar el permiso de residencia por arraigo. Por eso baraja hacer un curso de ayuda a dependientes.

Bilal y Mustafa comparten otro de los pisos de Málaga Acoge. Ninguno ha vuelto a ver a su familia desde que dejaron su casa siendo adolescentes. Tres años después, Bilal está a punto de completar su travesía. En 20 días obtendrá un permiso de trabajo, tiene un plan de ahorro y pronto deberá buscar una nueva vivienda, ya sin el apoyo de la ONG. “Mis sueños se han cumplido. Yo no quiero hacer tonterías”, dice.

Mustafá sigue necesitando un contrato, como Wail, Hassan y el resto de chicos de la casa de Lagunillas. A partir de ahora lo buscarán bajo un techo al que podrán llamar “casa”.

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