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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Cossío, tullido e imperial

Retrato de Agustín Zancajo Osorio en 1944. |

Javier Fernández Rubio

Todo monumento es un manifiesto. Es la encarnadura de un ideal. En piedra, madera, metal…, como en los nombres del callejero o el que se da a instituciones, centros culturales y hasta polideportivos, los ciudadanos con su recuerdo ejemplifican, publicitan y sacan pecho de aquellos valores y personas que consideran merecedores de reconocimiento y son un ejemplo a seguir. Puede decirse que un monumento es un ejemplo de señalética: marca de manera inequívoca la dirección correcta. Baste recorrer una ciudad y contemplar qué ponen sus vecinos en las calles para saber más de la psicología de sus habitantes que por medio de su representación política. Los monumentos hablan de la psique, los parlamentos del cálculo político. Los monumentos dicen a las claras si la sociedad está enferma o si la sociedad está sana.

Seguimos una década debatiendo aún cómo aplicar la Ley de Memoria Histórica en Santander. No es una casualidad que esto ocurra en la verde y bucólica Cantabria, en esta especie de Irlanda española. Pero no hay que engañarse. Santander, su capital, es una de las ciudades más duras a la hora de permeabilizar la tolerancia y el respeto a las opiniones diversas, porque el santanderino es obsequioso con el turista pero no le da ni agua al vecino que le lleva la contraria. Así, tiene somatizado en su callejero el anhelo de un tiempo idílico antidemocrático, no como un recuerdo 'histórico' del pasado, que dicen los relativistas, sino como un ejemplo de lo bueno del pasado que ha de impregnar el futuro.

Esto está tan larvado y enraizado que, visto que no se puede mandar a todos los vecinos al psiquiatra (o al colegio), se requiere de una acción positiva y externa de los legisladores. Visto que no es posible hacerlo de manera natural hay que imponerlo por ley desde fuera, como el código de circulación, la lucha contra la violencia de género o las leyes fiscales, ya que si de nosotros dependiera la capital de los cántabros seguiría contemplándose ensimismada en el espejo de los machos alfa y señoritas exangües de pipí tibio que suspiran por los correajes y las botas sobre el pavimento.

Para impulsar la aplicación de la Ley de Memoria Histórica, y visto que el callejero y los monumentos siguen siendo motivo de conflicto, se constituye por enésima vez una comisión de expertos para alcanzar un consenso. Pero el consenso es una palabra sobada que en el fondo oculta el deseo del poder de recibir aquiescencia sí o sí y esto lo hemos interiorizado de tal manera que no asumir el 'consenso impuesto' es lo peor que nos puede ocurrir, cuando disentir es lo verdaderamente encomiable. Así que el consenso, en un sentido puramente semántico, es prácticamente imposible en este campo y no queda otra que aplicar la ley, que no está nada mal, todo hay que decirlo. 

En la comisión hay un poco de todo: representación política, técnicos, historiadores y hasta quien no cree en lo legislado y lo dice, que es como meter al pirómano en un órgano de prevención de riegos forestales. Sea lo que sea, los tiempos cambian rápidamente, prueba de ello es la propia representación política en el Consistorio, por lo que no me cabe duda de que, pese a las molestias que se originen en el servicio postal, los patatús que reciban algunos deudos y otros blablabás esgrimidos como razones de fuste, la ley acabará cumpliéndose. Quedan, como pecios que emergen en ese territorio ambiguo que marcan las pleamares y las bajamares, figuras que tienen un pie en lo respetable y otro pie en lo detestable. Aquí se yergue como un campeón Pancho Cossío y traigo a colación a este sujeto porque el numantinismo de los irreductibles se aferra a esta figura a la que han convertido en un símbolo para no acatar la ley.

Digámoslo ya. Pancho Cossío no fue un señor que hizo unos trabajitos para sobrevivir en la posguerra. No voy a mencionar a los que se exiliaron fuera y dentro del país, y se negaron a contemporizar con un régimen detestable. No voy tan lejos. Pero no voy a caer en el cinismo que relativiza su aportación al fascismo patrio y lo reduce, ahora que interesa, a un beatífico pintor. Pancho Cossío fue autor intelectual, y en bastantes casos colaborador material, de los pilares ideológicos y la represión del régimen franquista, antes incluso de que Franco tomara el mando de la rebelión y, por supuesto, durante la guerra y la posguerra.

'Campo cerrado' es el título de una de las novelas del ciclo de Max Aub sobre República y Guerra Civil. Y este es el título también que se ha dado a una muestra de 'Arte y poder en la posguerra española. 1939-1953', que puede verse estos días en el edificio Sabatini del Museo Reina Sofía. Es una exposición que debiera ser visitada por los colegios, si estos se dedicaran de verdad a formar ciudadanos, y en la cual hay un espacio especial para Pancho Cossío, por su condición de pintor, pero sobre todo por su contribución poderosa como constructor de la legitimidad imperial de la dictadura franquista.

Allí pueden observarse los retratos que les hizo a José Antonio Primo de Rivera, a Ramiro Ledesma Ramos y Agustín Zancajo Osorio (el primer y el último cuadro han sido cesiones del MAS). Son pinturas tenebrosas, técnicamente brillantes aunque estéticamente ya caducas en su momento, cargadas de testosterona falangista e inequívocamente políticas. En las habitaciones anexas pueden encontrarse buenos complementos de este movimiento propagandístico como son la parafernalia de la Dirección General de Regiones Devastadas y Reparaciones (DGRDR) o las exposiciones que para la Bienal de Venecia montó Eugenio D’Ors para dar lustre y esplendor a un régimen que pasó a cuchillo la incipiente democracia de este país. Por no hablar de las exposiciones de Berlín y Buenos Aires o los Salones de los Once. En el Reina Sofía puede comprobarse que la pintura es mucho más que pintura, es una metáfora que tiene su conversión en réditos reales, entra en el universo de lo simbólico y construye un universo de legitimidad y opresión, algo de lo que estaba necesitado el nuevo régimen que chorreaba sangre por los cuatro costados y en donde la pobreza extrema se daba la mano con la retórica imperial.

Después de coquetear con vanguardias pictóricas y extremismos varios, Cossío se decantó claramente por el sueño jonsiano y joseantoniano. Es uno de los fundadores de las JONS y un artífice de la unificación con Falange. Hay en estos tiempos seminales del falangista que llevaba dentro una anécdota brutal: denunciando por carta a José Antonio Primo de Rivera la tibieza sindical de la muchachada de las COBS (Central Obrera Nacional Sindicalista) acompañó a tan varonil líder hasta la sede en Santander y allí, en el portal, se quedó, apelando a su condición de tullido, mientras Primo de Rivera subía arriba y le ponían una pistola en el pecho…

Este artífice del movimiento político que usurparía el africanista Franco para dotarse de un aparato ideológico militó con entusiasmo en Falange, como fue a la cárcel durante la República por su actividad, participó en la rebelión militar, se salvó por los pelos de las represalias (su madre lo escondió en el segundo colchón de su cama y se tumbaba encima cuando los milicianos registraban la casa) y posteriormente fue un prócer tan entusiasta de la causa que en 1939 fue confinado en Salamanca por sus excesos en las depuraciones políticas.

Siempre he mantenido un debate conmigo mismo sobre aquellos artistas que como personas me parecieron despreciables, pero cuya obra es digna de elogio. ¿Se puede ser buen escritor y mala persona, por ejemplo? Por supuesto que sí. Incluso diría, con cierto cinismo, que es necesario ser mala persona para ser buen escritor. Y quien dice escritor, dice pintor, dice escultor, dice músico… Pienso en Céline, Drieu la Rochelle, Cela y tantos otros. Pero no traigo a colación aquí a Cossío para dudar de la obra del Cossío-pintor sino del Cossío-político. Su obra es apreciable y reconocible en los museos, que entre otras cosas tienen la obligación de contextualizar lo que exhiben, pero el callejero y los monumentos como el que este hombre tiene tiene en la Plaza de Pombo (antes de José Antonio) son otra cosa. Mantener a Pancho Cossío en la calle es avalar la trayectoria del fascista imperial que fue y que ahora solo puede producir vergüenza ajena.

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