Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
En mitad del abandono
“Las niñas entrarán en las escuelas a la edad de cuatro años y medio, y aprenderán labores de calceta y a hacer fajas; aprenderán el manejo de la aguja, el zurcido corte y cosido de ropa, y también a echar piezas en las medias. Además, la maestra podrá dedicar el tiempo que considere necesario para el aprendizaje de la lectura, la escritura, las reglas de contar y la doctrina cristiana. Por último, se velará para que las pupilas asuman un correcto lenguaje, se promoverá su docilidad y se estimulará en ellas la concesión de premios”.
En 1838 la enseñanza pública estaba naciendo. En una sociedad donde las ideas liberales intentaban sacarse de encima siglos y siglos de oscurantismo, también en lo educativo, la idea de procurar a la mayoría de la población un lugar donde pudieran aprender los rudimentos más básicos de la cultura se alzaba como fundamental. Y aunque con algunos aspectos que hoy nos hacen enarcar las cejas (lo del párrafo anterior es un extracto, condensado, del Reglamento Interior para Escuelas de niñas del Patronato del Excelentísimo Ayuntamiento de Santander) el cambio que se estaba produciendo era uno de los más importantes de la Historia.
La Escuela de Terán comenzó siendo mixta y acabó siendo escuela de niñas. Inaugurada en 1864, se enmarca dentro de los intentos que hemos señalado más arriba. La idea era clara: creemos escuelas que dependan directamente del Estado, aunque sean sufragadas, las más de las veces, por concejos o municipios. Hagamos, pues, un primer intento de lo que será la escolaridad pública y obligatoria.
Aquellas pequeñas escuelas rurales eran, en su mayoría, mixtas, escasez de medios manda. Aulas donde, ojo, había que acudir limpios, con la cara lavada y las uñas bien cortadas. Y, a ser posible, sin enfermedades “pegajosas”, que luego pasa lo que pasa. Allí los alumnos tenían que tratar con respeto a los maestros, pero también al maestro se le exigía consideración para con los alumnos. Que fueran “afables, no excesivamente rigurosos”. Se rezaba cada mañana antes de empezar las clases, había recreos, exámenes cada cuatro meses que dejaban a los chavales con las piernas temblorosas (era muy usual que los mismos fueran públicos), vacaciones en octubre (lo de los veraneos es idea muy moderna), y se enseñaba a leer, a escribir, a contar y, claro, doctrina cristiana. Todo un pequeño microcosmos, un recuerdo de momentos diferentes, más duros, hoy casi olvidados.
La Escuela de Terán ha sido incluida esta semana dentro de la Lista Roja del Patrimonio, una iniciativa de la asociación Hispania Nostra que pretende alertar sobre los espacios que combinan interés histórico y un enorme grado de deterioro. En realidad a nadie ha sorprendido. Desde hace unos años los vecinos del Valle venían viendo cómo el edificio se iba consumiendo más y más. Los techos caídos, las paredes tatuadas en hiedra, ventanas que son vanos sin recuerdo de cristal alguno. Dentro, zarzas, ortigas, cuatro o cinco nidos que almizclean el aire. A nadie le toma por sorpresa, digo. Pero pareciera que ahora todos se han dado por enterados.
Quizá porque, sí, es tan dolorosamente simbólico. Un edificio educativo comido por la vegetación. Una escuela rural que se hunde. Un centro donde se enseñaba a niñas con los muros derrumbándose. Un espacio de titularidad pública que pasa a manos privadas para acabar convertido en ruina. Un trocito de Historia que vemos desmembrarse ante nuestro ojos. Escojan.
En otros lugares de Cantabria estos centros han sido rehabilitados y tienen diferentes usos. En ocasiones muy alejados del original, a veces con un aspecto exterior realmente desafortunado. Pero aun viven. Hay sitios donde no, donde lo que eran paredes hoy son piedras y en las aulas ahora retoza, juguetón, el viento del nordeste mientras susurra tablas de multiplicar. Y si hubo risas quedan, tan solo, esos silencios del campo que jamás son silenciosos. El mismo pueblo, que se apaga, agotado, en todo el interior de Cantabria.
No se sabe muy bien qué ocurrirá con el edificio de Terán, salvo el hecho de que, sea lo que sea, llega tarde. Vuelvan a leer lo de arriba. Una escuela. En el ámbito rural. De niñas. Vendida a manos privadas. Edificio histórico. Es el compendio de todo lo que no parece preocupar aquí. Lo que se deja para más tarde. La gestión incompleta, u olvidada, o directamente desganada. Y ahora miren a su alrededor. Hay un montón de casos como el de las Escuelas de Terán. Algunos, incluso, son realmente colegios…
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