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Reportaje

De ruta con el Bibliobús: “Hay gente que viene y te dice que la lectura le ha salvado la vida”

Gloria Hermosa es una de las dos bibliotecarias del Bibliobús.

Diego Cobo

Santander —
19 de diciembre de 2023 23:20 h

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Es un día típicamente cántabro: el cielo denso, el mar plomizo, la llovizna tenaz. Gloria Hermosa ha encendido la luz para limpiar las huellas en el suelo de la biblioteca andante a pesar de que el sol se desperece detrás de las nubes. Y visto así, el paso del Bibliobús de colores casi psicodélicos alumbra más que un día sin olas ni sol ni una miga de aire. La primera parada se encuentra a 50 kilómetros de esta bahía inmóvil frente al Palacio de Festivales de Santander, así que después de ordenar los libros, limpiar las pisadas, saludar al invitado y limpiar la última partícula de polvo, solo queda avanzar por la autovía mientras el día acaba por tragarse a la oscuridad. Hay muchos préstamos y devoluciones por delante.

Gloria Hermosa es, junto a Elisabeth Salgado, la encargada de llevar esta biblioteca móvil a todos los rincones de Cantabria cuatro días a la semana, dieciséis al mes. “Me encanta este trabajo”, dice Gloria, “pero me gusta más cuando tengo tiempo para poder hacer recomendaciones y puedo hablar con los niños y mayores”. Hoy dará cuenta de ambas, una mezcla de ajetreo y calma: en las tres paradas previstas —Udías, La Hayuela y Vargas— habrá dos colegios y una bolera encharcada.

Porque es un día típicamente cántabro.

Han pasado cuatro meses desde que se puso en marcha el proyecto. “La carretera es cansada”, reconoce Gloria. Pero hay días y días. Hay rutas y rutas: 16. Pueblos y pueblos: 46. Paradas y paradas: más de 70. Raro es cuando no bajan de los 100 kilómetros (Liérganes y Pámanes, Ribamontán al Mar, Hazas de Cesto), ya que muchos recorridos los pasan subiendo y bajando carreteras (Cabuérniga, Soba, Polaciones) o comiéndole kilómetros a la autovía (Campoo, Liébana, Luena). Así, entre libros y asfalto, pasan los días.

El profesor dice que 'toquetear' los libros es ya una forma de aprendizaje, y eso se nota en el remolino de niños y niñas que brincan al interior de la furgoneta, hurgan en las estanterías y se llevan un libro

Al aparcar junto al colegio de Udías, Gloria llama por teléfono y rápidamente bajan los nueve alumnos de segundo de Primaria con el profesor. Sigue lloviendo. El Monte Corona apenas tiene 40 alumnos que se acercan al Bibliobús con un interés difuso, quizás selectivo para naufragar entre los 750 libros que a la luz de una claraboya y dos tiras de luz led son impecables. El profesor dice que “toquetear” los libros es ya una forma de aprendizaje, y eso se nota en el remolino de niños y niñas que brincan al interior de la furgoneta, hurgan en las estanterías y se llevan un libro. Los leen en casa, en la biblioteca del colegio y en los primeros 30 minutos en clase. “Llegará un momento en el que ellos afinen los gustos”, dice el profesor, que deja elegir las lecturas a alumnos de siete años y curiosidad innata: “Si los niños ya no leen es porque lo hacemos muy mal en la escuela”.

Luego vienen los de tercero y cuarto y Gloria pregunta si alguien realizó un préstamo la última vez, pero una niña responde que no bajaron porque tuvieron la magosta. El interés desciende. Cuatro niñas se afanan en buscar libros infantiles y cuatro niños se sientan al borde del bibliobús. Uno de ellos, que dice en voz alta su peso —26 kilos—, asegura que no le gustan los libros ni los videojuegos.

—¿Y qué te gusta?

—Las croquetas de mi madre.

En una biblioteca mana el silencio; en un bibliobús el alborozo. Gloria despacha carnés al otro lado del mostrador, entre los asientos de la alegre Sprinter y las estanterías inclinadas. Incorporar baldas con pendiente fue idea de Cristina Ballesteros. La coordinadora del proyecto dice que tras recibir el encargo de montar el bibliobús tuvo que investigar, mirar en el espejo de iniciativas semejantes y hablar con los responsables del bibliobús de otras comunidades, aunque la colaboración fue tan fácil como extraordinaria. “La gente es tan apasionada que te ayuda mucho”, recuerda. Cristina, incluso, tuvo que ir a Zaragoza para revisar la fabricación del vehículo y todos los detalles encargados que facilita la experiencia a los chicos. Ahora vienen los de quinto y sexto curso, que gritan mientras Gloria reparte más carnés pendientes.

Desde el inicio del servicio el pasado 16 de agosto ya se han inscrito más de 900 personas, que podrán usar cualquiera de las 55 bibliotecas públicas de Cantabria. Una profesora asegura que tiene que recordar a los padres que traigan el “carné rojo” cuando vienen Gloria y Elisabeth, ausente en este día por fuerza mayor, aunque no tiene muy claro que a sus alumnos les guste leer: una onomatopeya acompañada de una mueca responde por ella.

Y un detalle matizado por esas cosas de la edad: “Depende del grupo… Y del día”. Una alumna no quiere coger ninguno. Dice que primero tiene que leer El Principito. Un rayo de esperanza lectora, entonces, se filtra, aunque rápidamente se apaga: dice que lo ha elegido porque les han obligado a elegir un libro, a ella no le gusta leer y El Principito es corto. La profesora le recuerda que cuando era más pequeña adoraba la lectura.

Casi 50 minutos después, el Bibliobús recoge el toldo chorreante, cierra las compuertas traseras y pliega el escalón mecánico. Si fuera un ciclista, la afición lo esperaría en la orilla de la carretera que serpentea hasta salir de la hondonada. Si fuera un ciclista, los aficionados empujarían su trasero esmeralda por el camino serpenteante. Si fuera un ciclista se oiría el manto de voces que me sale al ir tomando las curvas:

—¡Aúpa, bibliobús!

Un proyecto de viejas raíces

La idea es tan vieja que hace décadas ya circulaba un bibliobús por estas tierras, aunque ese mágico servicio se evaporó y apenas quedan más registros que la difuminada memoria. A Gloria le suelen contar cómo un autobús repleto de libros surcaba Cantabria cuando ni aún era una comunidad autónoma ni se llamaba Cantabria. Los paisanos le han dicho también que el antiguo bibliobús llevaba un altavoz con música clásica, aunque Pedro Luis Coterillo no lo recuerda. Su tío era Antonio Legarreta, que en los años setenta conducía el bibliobús y se detenía en las escuelas de Viveda, donde estudiaba su sobrino. Hoy Pedro regenta el bar de La Hayuela, en Udías, donde la nueva furgoneta se detiene 40 minutos antes de descubrir la feliz coincidencia.

El nuevo Bibliobús, sin embargo, se inspiró en el de Navarra. Allí se organizó el año pasado el congreso nacional de bibliobuses, y de allí extrajeron las bases para armar este extraño furgón de extrañas características. Hubo un momento en el que incluso se pretendió acondicionar un autobús que multiplicara estos cinco metros de largo, pero eso habría implicado más dificultades: contratar a bibliotecarios con carné de autobús (¡!), conseguir un presupuesto mucho mayor y limitar el acceso de la microbiblioteca a pequeños barrios. Si los vecinos de Isla ya se asoman curiosos cada vez que las furgonetas y el Bibliobús tratan de acceder a la escuela, un autobús tendría vetada la entrada. El proyecto que José María Gutiérrez, jefe de la Biblioteca Central de Cantabria, tenía en la cabeza desde hacía tiempo, y que Cristina Ballesteros coordinó, hizo su primera ruta por Ribamontán al Mar. Hoy el proyecto cántabro forma parte de la Asociación de Profesionales de Bibliotecas Móviles (ACLEBIM).

El mes que viene habrá una colección de revistas. Pronto vendrán cuentacuentos a bordo. Y teatralización. Quizá se organicen manualidades para mayores. Y puede que se suban autores para presentar sus obras

Pero el Bibliobús no es solamente un servicio de préstamo de libros con mayor clemencia que el resto de bibliotecas públicas para quienes se retrasan en la devolución, ya que su funcionamiento derriba obstáculos para acercar otros universos a 50.000 personas que no tienen libros a mano. El mes que viene habrá una colección de revistas. Pronto vendrán cuentacuentos a bordo. Y teatralización. Quizá se organicen manualidades para mayores. Y puede que se suban autores para presentar sus obras. “Sería precioso”, dice Gloria con el entusiasmo palpitando en la cara.

Primero tienen que seguir rodando el furgón y el proyecto, aunque la tozuda realidad les ha adelantado lo que tantas veces imaginan: a veces se forman corrillos y las bibliotecarias no tienen más remedio que leer cuentos y escuchar a los mayores rasguñados por la soledad. “Hay gente que viene y te dice que la lectura les ha salvado la vida, gente que está sola y viene a contar cosas, como si fuera un consultorio”, reconoce Gloria, que también recuerda (y enumera) las estaciones donde la espontánea alquimia social —los encuentros, las charlas, el intercambio de libros e ideas— se anticipa a cualquier plan.

El primer objetivo del Bibliobús, que es prestar libros, sigue así engrasándose. Gloria lee las estadísticas de préstamos, es decir, 8, 20, 40 o 73 según la parada, según el pueblo, según el día, según el clima. En cuatro meses ha habido pequeñas modificaciones de paradas, una mayor demanda y nuevas peticiones, algunas de ellas improcedentes. Porque el primer criterio para diseñar los recorridos era que no existiera biblioteca pública. Hay alguna pequeñísima excepción. Y eso refleja el interés descomunal.

En La Hayuela no hay biblioteca, pero sí docenas de vecinos entre quienes aún no ha circulado la noticia sobre una furgoneta empachada de literatura llega aquí una vez al mes, y eso que la coordinadora habló con alcaldes, colegios y paisanaje para que se sintieran implicados y establecer puntos clave en los que detenerse. Pero el boca a boca y estos carteles pegados en bares o tiendas sigue siendo la más eficaz entre las herramientas de difusión. “Estamos esperando como agua de mayo”, dice Andrea junto a una vecina que tiene la fecha de llegada del bibliobús anotada en el calendario.

La farmacéutica del pueblo también entra a la furgoneta aparcada junto a la bolera, devuelve los libros y busca otros tantos volúmenes mientras un hombre la espera afuera y ella le avisa a viva voz: “¡Ahora voy, estoy aquí!”. Pero hoy solo se acercan dos mujeres de las cinco personas que suelen acudir. Porque llueve y el invierno es tiempo de escurrirse a las ciudades o atornillarse frente a la estufa. Muchas lectoras, que son las que abundan, regresan en verano al pueblo y sus plazas, cuando el Bibliobús engorda el número de préstamos.

Tampoco se pueden equiparar las plazas de poblaciones diseminadas con colegios atiborrados en los que la afluencia (¿y el interés?) está garantizada, aunque en un servicio que opera en áreas despobladas los números no siempre reflejan su verdadera importancia. La docena de personas que usan el servicio en Liébana (más de 260 kilómetros de ruta para hilvanar Ojedo, Vega de Liébana y Pesaguero) o los cambios en la ruta 3, que inicialmente no abarcaba Carmona pero sumó un desvío para llegar a dos apasionadas lectoras del barrio de San Pedro, indican las nobles intenciones del Bibliobús. “Y eso”, admite Gloria, “es suficiente”.

Cada pueblo, un mundo

Las baldas de la furgoneta están divididas en público infantil, novelas, biografías, fondo local, cómic, poesía y teatro, además de películas y series, aunque bajo los estantes hay cajones donde se guardan más libros por si se disparan los préstamos. El resto de los 2.500 ejemplares del cuidado catálogo está en la Biblioteca Central de Cantabria, donde los viernes repostan, intercambian, matizan y organizan la iniciativa (y celebrarán, el próximo 26 de enero, el Día del Bibliobús), pues su funcionamiento se va afinando con el paso de los kilómetros, que ya son más de 10.000.

Hay muchos pueblos y caracteres en sus gentes, aunque no hace falta cargar demasiado las descripciones para extraer alguna conclusión: basta con dejar la cuenca del Saja y acodarnos a orillas del Pas. De momento, sin embargo, Gloria anuncia que San Andrés de Luena y Vega de Pas funcionan muy bien, que Arenas de Iguña se ha convertido en un vital lugar de encuentro social y que Matamorosa tiene mucho éxito. Los Tojos, por su parte, opera a demanda porque no se presentaba nadie mientras que la parada de Tama fue suprimida porque estaba muy cerca de Potes, donde sí hay biblioteca. Resumiendo: “No tiene nada que ver un pueblo con otro”. En ese lento proceso de adaptación también ha habido alguna petición que los responsables del programa tratan de incorporar con el permiso de rutas, desvíos y tiempo, siempre tan apretado. Siempre tan solicitado.

En el colegio Cuevas del Castillo, en Vargas, tiemblan los cálculos de 40 niños por hora y diez al mismo tiempo en el Bibliobús. Esos son los números que se manejan, aunque las lógicas se tambalean en el centro más grande que visitan. La mañana ha transcurrido entre chaparrones, préstamos, kilómetros y solicitudes de inscripción, y una niña celebra que pueda coger tres libros. Pero a diferencia de los adultos, a los alumnos solo les dejan llevarse uno para no desabastecer las estanterías. Es Mago de Oz. “Tiene mucho para leer”, comenta alegre.

Los cómics no están catalogados por edad, así que Gloria pregunta a la profesora si el chico de quinto curso que acaba de elegir uno puede llevárselo. “Sí, este niño lee mangas”, responde. Hay tanto entusiasmo que solo puedo preguntarle a la profesora por un interés que ella resuelve con naturalidad: es una clase “muy potente”. Así transcurre una hora, con sus minutos atiborrados, sus préstamos y hojas de inscripción en alto mientras los niños escogen libros o juegan al tres en raya deslizando el dedo en la chapa de la furgoneta. Al acabar, cuando el silencio regresa tras su marcha, Gloria suspira y sonríe. Éstas eran las previsiones de sosiego y trajín.

La mañana ha transcurrido entre chaparrones, préstamos, kilómetros y solicitudes de inscripción, y una niña celebra que pueda coger tres libros

El próximo nueve de enero Gloria volverá a encender la luz a la luz turbia del amanecer. Recogerá los libros prestados de la misma ruta y llamará por teléfono a los rezagados. Aparcará en el colegio de Udías, en la bolera de La Hayuela y en el colegio de Vargas; buscará carnés rojos en el archivador y combinará la paz con las voces alborotadas. Será un martes, quizá llueva o no, y el día anterior habrá ido a Cabuérniga y Carmona. El día siguiente lo pasará en Ribamontán al Monte. Volverá al Palacio de Festivales de Santander por la tarde con el suelo del Bibliobús marcado de pisadas, que limpiará con devoción benedictina. Y todo eso, quizás, tenga algo que ver con una vida puramente literaria.

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