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Jordi Gracia: “No puede ser que Boi Ruiz y David Fernàndez vayan en el mismo barco”

Jordi Gracia

Jordi Corominas i Julián

Jordi Gracia acaba de publicar Burgueses imperfectos. Heterodoxia y disidencia literaria en Cataluña. De Josep Pla a Pere Gimferrer (Editorial Fórcola). El volumen traza un recorrido por el siglo XX a través de una serie de voces que pese a estar insertadas en la clase hegemónica han sido átomos libres con un discurso distinto y molesto con relación a la línea predominante, algo que en cierto sentido el mismo Gracia predica desde sus tribunas periodísticas y universitarias.

Quedamos en una terraza al aire libre de un céntrico hotel barcelonés y tras una casualidad inesperada que nos hace darnos cuenta del inevitable paso del tiempo pasamos a la acción y enciendo la grabadora.

¿Qué entiendes por burgueses imperfectos?

Los que adoptan una posición crítica intraburguesa, desde las mismas condiciones de la burguesía aspiran a que sea más digna, más decente, menos tramposa, menos corrupta y que sea capaz de alcanzar los niveles que exigimos de nuestros conciudadanos, particularmente de aquellos que tienen las posibilidades materiales, económicas y familiares para hacerlo bien. Por eso entran hombres como Josep Pla, discutible en términos morales y políticos, pero capaz de soltar verdades sobre la ciudadanía que otros no se atrevían a decir, y lo mismo sirve para Pere Gimferrer, capaz de una poesía que estimula y despierta una forma de la imaginación vital muy lejana del conformismo y la banalidad de su propia clase.

Y con esto rompes con la idea, muy instalada desde los sesenta, que contempla la burguesía desde la negatividad.

Eso es muy importante. Parte del discurso de izquierdas antifranquista nace de deplorar a la burguesía, y resulta que esta, como mínimo desde el siglo XIX, es la base social que ha permitido la prosperidad en términos de derechos sociales, morales e intelectuales. Se creó una extraña patología que asociaba a la burguesía con el franquismo. Tuvimos un momento de extraño equívoco. No toda la burguesía está bien, pero existen burgueses imperfectos que delatan, denuncian y destapan las trampas que la burguesía genera en temas éticos, civiles y políticos. La burguesía los quiere para su causa, pero cuando surgieron no lo eran, los consideraban desagradables.

Burgueses como los de la segunda mitad del siglo XIX en Francia y Catalunya.

Sí, y por eso empiezo desde ese punto con nombres como Joan Maragall, que dijo muchas cosas que no debía decir.

En más de un artículo menciono como tras la Semana Trágica le censuraron su artículo La ciutat del perdó, y lo hizo Prat de la Riba desde La veu de Catalunya. La veu de Catalunya.

Debía ser portavoz de los intereses de la burguesía, esa era la idea de su clase. No se casa con nadie, y lo mismo ocurre con Joan Oliver, incapaz de aplaudir la actitud de la burguesía catalana pro franquista. No le da la gana. Desde su modestia escribe ‘Vacances pagades’ y empieza a escribir en Destino, donde dice cosas que son exactamente las contrarias que espera leer el lector habitual del semanario, que no es un obrero, es un burgués.

Se dirigen a su propia clase.

Claro, para destapar sus vergüenzas y denunciar su cinismo rematado. No se callan, y no importa que el formato para decir las cosas sea un articulito, lo importante es decirlo y quedarse tranquilo. Son rechazados de inicio por su propia clase porque molestan, pero como a la larga ganan crédito intelectual se convierten en estrellas del presente, y así se olvida su incomodidad y su heterodoxia.

¿Y este paso es una operación de limpieza de la disidencia?

De integración del capital cultural. La burguesía integra todo lo que sea rentable para su propio proyecto de clase. Josep Pla estuvo fuera del sistema.

Y sigue siendo un personaje incómodo.

Sí, pero no. Ahora es parte del sistema, en cambio Ferrater Mora no, porque su federalismo no toca y por eso en 2012, año de su centenario, quedó fuera de la terna que configuraron Tísner, Sales y Carner. ¿Por qué le excluyeron? Decía que era mejor abrir países que cerrarlos.

Hace tres semanas hablaba con Josep Maria Cuenca de Juan Marsé, otro escritor que se quiere excluir del relato, es incómodo.

Por otros motivos. Su enemistad activa con el nacionalismo político catalán es notoria y arremetió contra algunos emblemas icónicos como Porcel y el mismo ‘pujolismo’. Ha sido alguien que en una época de hegemonía ‘pujolista’ ha exhibido su distancia de la misma, a diferencia de Mendoza o Vila-Matas, que lo hicieron más tarde, pero no en ese momento porque la estrella era Marsé. En ese momento el único que decía lo que le salía de las narices era Marsé. No es un burgués imperfecto. En su libro Cuenca selecciona con premeditación los elementos que hacen de Marsé un combatiente del sistema actual y de este modo se transforma en una especie de portavoz de Marsé.

Vila-Matas dice sin decir, en este sentido es un poco como Pla.

Sí señor. Isabel Verdú trabaja sobre la dimensión de intelectual político e intervencionista de Vila-Matas. Lo hace sin dar hachazos, con elegancia y su posición es bien clara.

Es que es algo que puede hacerse mediante formas literarias, como Pla desde 1942, una vez pasada la breve etapa de La Vanguardia, con una prosa antirretórica que en realidad es un posicionamiento político. La Vanguardia

Político y antifranquista, mientras él es miembro estructural del nuevo Franquismo. Es una paradoja que debemos digerir. Usa un tipo de lenguaje de tradición literaria que choca con lo que él mismo ayudó a construir, un sistema totalitario, que después dejará de serlo, pero en ese momento lo era. Tiene decepciones personales, no puede ser director de La Vanguardia, pero acepta escribir en Arriba. ¿Tú aceptarías escribir en Vilaweb hoy en día?

Si fueras independentista lo harías. Escribir en Arriba es claramente identificador, es el periódico oficial de Falange, pero al mismo tiempo Pla se saca de la manga ‘El viaje en autobús’. Y algunos exiliados alucinan, porque Pla, siendo estructuralmente franquista, escribe de lo contrario de lo que políticamente encarna.

Y a Pla, como también pasa con Ignacio Agustí, le reprochan que escriba en castellano textos que casi parecen traducciones del catalán.

Y eso lo dice Joan Oliver, que no puede más, está harto del exilio en Chile. Los conoce a todos y se indigna, se traumatiza, se niega a entenderlo. La herida es bestial. ¿Qué hace Joan Oliver inventándose la vida en un nuevo país mientras los otros siguen en Catalunya y escriben en castellano? Joan Oliver vuelve en 1949, no puede hacer otra cosa, y por eso Trabal, su íntimo, no le vuelve a dirigir la palabra, porque al volver es un traidor.

Este es el caso del exilio, pero en el interior otros como Gaziel abandonan el castellano y deciden escribir sólo en catalán.

Abandona el castellano porque el catalán está prohibido. Es una transformación en términos lingüísticos, pero él no cambia de mentalidad y sigue siendo iberista, uno de los ilusos iberistas que cree una posible fusión de todos los pueblos de la Península, pero como no le dejan escribir en catalán se centra en esta lengua. En ‘Les meditacions en el desert’, por aquel entonces parte de su obra secreta, hay una impugnación brutal, muy crítica, de la miopía de la burguesía catalana y española, incapaz de proteger un bien tan delicado como la Democracia porque se han dejado llevar por dos extremos que la han reventado.

La otra cuestión es ver cómo Joan Oliver durante la dictadura de Primo de Rivera está contra España, pero la República le hace cambiar de opinión.

Descubre una España perfectamente razonable, hija de la tradición ilustrada, sensata y europea. Decide sumarse. Pero esa España dura cinco años.

Y a finales de los años veinte y a principios de los años treinta, bien sea por manifiestos, bien por cosas como la Feria del Libro en catalán de 1927, se produce una unión intelectual entre Castilla y Catalunya.

Ocurrió lo mismo que sucedió en los años sesenta. Desde Madrid se identifica una forma de vanguardia de Estado desde Catalunya. Por eso vienen como forma de desagravio y llegan a Barcelona trescientos intelectuales, y de esa reunión nace algo tan importante como la Agrupación al servicio de la República. Usan simbólicamente a Catalunya como ariete contra la Dictadura de Primo de Rivera, y de este modo se produce esta alianza intelectual que mediáticamente es una operación muy útil, por eso tanto La Vanguardia como Sol hacen una cobertura brutal.

La idea de Catalunya como motor de cambio me parece la idea fundamental del Catalanismo: a partir de mejorar Catalunya también mejoramos España.

Sí, porque se genera una reciprocidad de beneficios, y es algo que sobre todo pasa durante la República y al final del Franquismo, que significa Raimon, reconocimiento de la lengua y la certeza de que en Catalunya hay una puerta abierta a Europa, no en un sentido de austericidio, sino de retorno al mundo moderno. Las editoriales punteras se llaman Seix Barral, Ariel, Destino y surgen fenómenos como la Escuela de Barcelona, de la que nadie ve sus películas pero se considera la quintaesencia de lo moderno, o la revista Triunfo, muy valiente e impresionante en sus contenidos.

Al plantear ahora el tema de los burgueses imperfectos creo que alzas un grito contra la atonía de nuestro momento histórico.

Sí, atonía o sumisión a la hegemonía mediático-política de un Estado democrático que ha roto las reglas del juego democrático, y me refiero a los medios públicos de TV3 y al comportamiento de la Generalitat, que fue modélica durante mucho tiempo. Su desprestigio actual por la obsesión soberanista quedará para los manuales. Han dilapidado el capital de crédito mediático intelectual que tenían desde los medios oficiales. En los últimos dos o tres años todos hemos notado esa presión, y por eso muchos intelectuales han pensado si unirse o no, porque callarse es no sumar. Por esto salen manifiestos como el de los trescientos poetas catalanes. ¿Tantos poetas hay en Catalunya? Cuando te das cuenta de esta dimensión grotesca te preguntas qué está pasando aquí. Quizá hacía falta el 9N, porque un millón ochocientas mil personas son muchas personas, pero es una cifra muy alejada de cualquier mayoría absoluta. Soy de los que creen que durante el Procés no se quería realizar ninguna consulta.

¿No se quería ninguna consulta?

Era un mero argumento retórico. Si la hacían, perdían. Querían usarla como arma política, pero sin hacerla. Al final no pudieron echarse atrás. No tuvieron más remedio.

Desde su disidencia, todos estos burgueses imperfectos quieren establecer un diálogo, algo que no ha pasado con el Procés.

Y se ha establecido un aparato brutal de desconexión como doctrina. ¿De verdad es una buena idea desconectarse de una comunidad cultural como la hispanoamericana, donde mucha gente piensa muy bien? ¿Eso es un proyecto de país? ¿No estarán confundiendo la mayoría absoluta del PP y sus prácticas políticas deleznables con el resto de la cultura hispanoamericana?

Y aquí los burgueses imperfectos luchan contra la idea de un retorno del provincianismo en Catalunya, algo que se mencionó durante los días posteriores a la muerte de Castellet.

Es que Castellet no se sumó en público al Procés. Catalanista sí lo era, claro está. Podía burlarse de Wert y Rajoy como toda persona sensata, pero de ahí a creer en un proyecto de país basado en la desconexión cultural e intelectual con el capital ético de España… ¿Debo desconectarme de Ortega, Unamuno, Azaña, Gil de Biedma o Barral? ¿Se ha vuelto la gente idiota? ¿Ferrater Mora no es patriota cuando escribía en catalán, castellano e inglés? ¿Qué no tiene de patriota?

Y las dos lenguas se integran como algo natural en nuestra sociedad.

Y es una riqueza enorme que otros no tienen. Podemos leer en dos lenguas, ya me gustaría tener un padre japonés y poder leer a Mishima en su idioma, sería fantástico. No soy ingenuo, sé que todo responde a cuotas de poder, pero ahora, desde un sentido político, son un prejuicio real para muchos millones de catalanes, y de este modo se crea una sociedad más pequeña. El Procés no exalta la mezcla, la riqueza ni la imprevisibilidad, más bien lo contrario.

Es monolítico.

Y no me parece una buena idea, no responde al patrón ilustrado del que deberíamos seguir siendo herederos y agentes activos.

Jordi Llovet hablaba hace poco de si Barcelona había sido alguna vez cosmopolita.

Se sumaba a la nostalgia de una Barcelona que quiso ser cosmopolita pese a que nunca lo fue. Su ataque iba contra la imagen construida con control político de los medios sobre la Barcelona real, que es tan o tan poco cosmopolita como antes, pero tiene una gran diversidad y se hacen una barbaridad de cosas.

Y a nivel cultural todo sigue siendo plenamente dual.

Pero las voces oficiales dicen que no. Es la diferencia entre lo que pasa y lo que se emite, entre lo que forma parte de los programas culturales de los medios públicos. ¿Por qué siguen hablando de El País como un diario español cuando tiene la redacción más antigua y el suplemento en catalán más antiguo de Catalunya?

Ahora pensar diferente puede significar que te llamen facha o españolista sin serlo.

Por desgracia forma parte de la fe, palabra que uso con toda la intención del mundo, en que lo bueno es eso, sin adoptar un punto de vista más racional que es el del análisis de la realidad completa.

Y el discurso soberanista omite una barbaridad de hechos y cosas del relato.

Sí, y forma parte de una propensión o un instinto a creer que hay cosas que son catalanas pero que simbólica e intuitivamente dejan de formar parte de lo que describe la pluralidad de la cultura catalana. Es como si no estuvieran. Nunca dirán que Marsé o la Coixet no existen. No lo dirán, pero notas que no entran. De vez en cuando les darán una medalla para salvar los muebles, algo que desactiva el diagnóstico general, pero en realidad les resulta incómodo que hablen en castellano.

Y aquí un caso muy curioso es el de Gimferrer, la cultura catalana no sabe cómo manejarlo.

La cultura catalana oficial sabe qué hacer con él. Dice lo que quiere.

Y en cambio a Margarit sí quieren posicionarlo como un fenómeno aceptado que trasciende la élite cultural.

Sí, y es un fenómeno útil en términos políticos, cada vez menos porque hasta él ha puesto tierra de por medio con el Procés, pero otra cosa es leer su poesía de verdad. Si habla de política o independentismo está bien, pero si habla de poesía los marea.

Aquí tiras con bala hacia algo muy importante. El tipo de cultura que quiere imponer el soberanismo es una cultura suave, débil e inofensiva.

Dulce, de Walt Disney, y donde hay Walt Disney hay mentira. El soberanismo miente de un modo cercano a como lo hacía Walt Disney. Un poeta que no sea así no debería encajar. Margarit ha encajado porque durante una temporada se mostró partidario del discurso soberanista, ahora ya menos. ¿Quién lo ha leído de todos esos?

Antes hablaban del canon que marcan los años literarios, lo vimos con el bombardeo con Espriu, que era insoportable, en cambio otros como Papasseït resultan incómodos.

Murió pronto, fue antiestablishment y ya lo amortizaron. Papasseït lo dábamos en el cole y es demasiado raro, en cambio los versos de Espriu iban de fábula. ¿Por qué nadie ha hablado de Puig i Ferrater? Porque no encaja, es un imperfecto, demasiado imperfecto. Y lo mismo diría de Josep Maria de Sagarra. ‘Vida Privada’ y sus memorias deberían ser lecturas de disfrute obligado para querer comprender cómo es nuestro país.

En el imaginario colectivo la novela de Barcelona está muy presente, pero en este tema el discurso oficial no le presta atención porque la mayoría están escritas en castellano, de Laforet a Casavella, de Marsé a Mendoza.

Y de ahí la broma de Sergi Pàmies con su ‘La gran novela de Barcelona’, que ni es novela ni es sobre Barcelona. Pàmies ha sido una de las personas que mejor se ha comportado en este tema, ha mantenido un punto de vista coherente durante todo el Procés.

Y en este tema del Procés también encontramos la tergiversación del intelectual comprometido, porque por mucho que te comprometas desde la disidencia sólo eres algo si sigues la línea marcada por el discurso oficial.

Y hemos vivido una paradoja, que vete tú a saber si es algo del mundo 2.0, consistente en que un proceso revolucionario y subversivo lo lidera el President de la Generalitat. Algo genial. No debe haber pasado en ningún otro sitio. Un proceso de subversión del orden establecido es liderado por el President y el de la CUP.

El de los recortes unido al que es contrario al austericidio.

Y se abrazan y van juntos a la manifestación, en primera fila. La burbuja es mediático-política. Alguien pensó ser muy astuto alargando durante dos o tres años un poder político, la Generalitat, pero quien ideó eso seguramente también sabía que eso se agotaría porque no es real, no responde a una gran mayoría de catalanes como nos ha vendido TV3 una y otra vez. Un día debía hundirse esta mentira, basada en algo muy peligroso: la disolución de los intereses de clase. No puede ser que Boi Ruiz y David Fernández vayan en el mismo barco. La operación ha caído tras el 9N, fecha donde se desmonta el argumento retórico de que toda Catalunya es independentista.

Yo comparo todo lo que está pasando con lo que fue de 1906 a 1909 el camino de Solidaritat Catalana, que se desvaneció tras la Semana Trágica.

Así es. Estas cosas duran dos o tres años. Entonces la sociedad estaba mucho menos alfabetizada. Ahora hay muchos más medios de comunicación que creo han callado, y en casa mucha gente directamente ha optado por el silencio.

Esto suena un poco a lo que pasó en Francia durante el caso Dreyfus, donde las familias dejaron de hablar del tema para no pelearse en la mesa.

Aquí por desgracia lo de las familias lo dijo Jorge Fernández Díaz, un ministro profundamente tóxico, y encima del Opus, aún más tóxico. Las familias y los amigos dejaron de hablar del tema, como lo que dices tú del caso Dreyfus, que en Francia fue positivo en términos de país, porque activó un discurso intelectual potente.

Y al final generó un diálogo.

O generó la conciencia de un grave problema que es la ausencia de diálogo. ¿Cómo no podemos hablar con nuestros seres cercanos de temas importantes?

Y una sociedad civil normal la figura del burgués imperfecto debería ser…

Una figura financiada, pero ya lo hacen los lectores. Los burgueses imperfectos de hoy en día se ganan la vida, y no hablo de Sostres, hablo de Cercas, Pàmies o Jordi Amat, tres escritores completamente independientes, como son los burgueses imperfectos, que mantienen la distancia con el discurso hegemónico de su tiempo, y mantenerla significa argumentarla, articularla y ayudar a los demás a salir de las mentiras, no la mentira, de las mentiras, de los análisis parcialmente falsos. Jordi Amat publicará ahora un libro que se titula ‘El llarg procés’, que es el del Catalanismo político de 1939 a 2014, y da una serie de lecciones muy válidas e interesantes. Estos tres se ganan su audiencia. Cercas es hegemónico, pero no por su discurso político, lo es por su obra literaria, como Pàmies. Ninguno de ellos es portavoz de un organismo institucional. El poder los querrá de aquí a veinte años, como pasó con Pla, Sagarra y otros, ninguneados en su momento. La raíz clave del libro viene de este punto, de la percepción que muchos grandes autores rebeldes e incómodos para su propia clase se glorifican en un tiempo posterior, cuando ya no hacen daño, y así el poder puede apropiárselos.

En Francia está apropiación es más evidente.

Claro, pero es que aquí vivimos cuarenta años de una patología llamada Franquismo.

A lo largo de estos últimos tiempos asistimos a una recuperación de la figura de estos burgueses u hombres de cultura imperfectos, desde el libro de Xavi Ayén sobre el boom de la literatura latinoamericana hasta el tuyo.

Esta figura nunca ha desaparecido, siempre ha estado ahí. Quizá los medios no la han querido destacar porque preferían hablar de la novela de Porcel. Todo esto es parte de la trampa, pero no debemos perder de vista que Herralde ha publicado literatura hispanoamericana toda su vida o que Masoliver Ródenas siempre ha escrito de literatura mexicana. ¿Verdad que nos enterábamos? Claro que sí, pero parecía que no existiera.

Claro, otra cosa es que no quisiera verse.

Quizá nosotros mismos hemos sido víctimas de la escenografía teledirigida de los medios públicos que deseaba con todas sus fuerzas hacernos creer que sólo existía eso, pero tú habrás leído a Bolaño, otro a Cercas y otro a Martin Amis. Leemos lo de siempre, pero la súperestructura política hablaba poco o nada de esto. El Procés ha instrumentalizado la cultura y ha calculado muy bien lo que le resultaba útil y lo que era totalmente prescindible. Los últimos tres años han sido de laboratorio, es explicable, pero es aberrante que de golpe, por una manifestación, un señor convoque elecciones, pierda doce escaños, no pase nada y ponga en marcha un proceso para conseguir la independencia. Y no ha cambiado nada. Marsé, Cercas, Vila-Matas, Pérez Andújar y otros existen como siempre. La imagen es que ha cambiado todo, pero en realidad no ha cambiado nada.

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