Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El auge de las patrullas caninas en la policía local, un fenómeno que crece sin regulación ni control

Agentes de distintas unidades caninas de Policía Local en Catalunya, durante un encuentro con elDiario.es

Pol Pareja

6

Durante más de 15 años, el policía local Óscar Pérez ha patrullado las calles de Martorell (Barcelona) junto a su perro. Hasta el pasado marzo, sin embargo, no había ni un solo documento que oficializara el papel de su acompañante canino en la tarea policial. “He patrullado con el perro durante lustros sin tenerlo regulado”, explicaba en una entrevista reciente con elDiario.es. “Finalmente logré firmar un convenio con el Ayuntamiento”.

El caso de Pérez ilustra el descontrol de las patrullas caninas en las policías locales de Catalunya. Cada vez hay más municipios que disponen de este recurso policial, pero no hay ni una sola norma que regule el uso de los perros policía en estos cuerpos: ni la formación que deben recibir los animales ni la de los agentes que los acompañan. Tampoco nadie monitorea la efectividad de estos perros ni su aptitud para trabajar en la calle.

El resultado es que, a día de hoy, en algunos municipios catalanes hay agentes patrullando con un perro sin apenas haber recibido ninguna formación. 

“Esto es como el ejército de Pancho Villa, cada uno hace lo que puede”, lamenta Pérez, que preside la Asociación Guías Caninos Policías Locales de Catalunya y ha dedicado ingentes horas a entrenar a sus perros y a los de otros agentes. “Al final hay policías muy preparados y otros que salen a la calle tras haber hecho un cursillo de un fin de semana”.

En 2020 había 20 municipios con patrullas caninas. Este año le constan al Departament de Interior la existencia de 30 localidades con patrullas caninas en Catalunya. Los datos que maneja la Asociación que preside Pérez cuentan ya 40 municipios con patrullas caninas, aunque podrían ser muchos más: algunas localidades no tienen unidades caninas, pero sí agentes que patrullan con su perro sin que figure en ningún papel. 

“Las policías locales es donde las unidades caninas se están extendiendo con más fuerza”, apunta Javier Macho, agente en Burgos y presidente de la Asociación de Miembros de Unidades Caninas de Policía Local (AUCAPOL), una organización privada que ha formado a centenares de agentes en todo el país.

En el resto de España tampoco hay ninguna norma que regule estas unidades caninas, pero como mínimo algunas Comunidades Autónomas forman a sus agentes municipales en las escuelas de seguridad pública con cursos impartidos por la Asociación liderada por Macho. Desde el Departament de Interior catalán admiten que el fenómeno “está muy desregulado” y estudian ordenarlo en la futura ley de policía de Catalunya, actualmente en fase preliminar.

El descontrol municipal contrasta con el del resto de cuerpos policiales. Tanto Guardia Civil, como Policía Nacional como Mossos d’Esquadra cuentan con cursillos oficiales y homologados para todos sus perros. En las policías locales, sin embargo, los canes son entrenados por empresas o formadores privados y cada uno recibe una formación distinta. 

“Falta una formación común y reglada para todos”, apunta el intendente Jordi Guerrero, jefe del equipo canino de la Guardia Urbana de Barcelona. “Al no haberla, acabamos buscándola en otros ámbitos”.

El equipo canino de Barcelona cuenta con cuatro entrenadores que pudieron formarse con los Mossos d’Esquadra. Pero Guerrero admite que, ante la falta de oferta formativa, también los perros de la capital catalana acaban haciendo cursillos en empresas privadas. “A la que encontramos alguna oportunidad formativa adecuada intentamos que vayan nuestros guías”, explica. “Algunos agentes de Mossos también hacen cursillos privados para perfeccionar a los perros”, sostiene Óscar Pérez.

En algunos municipios como Sitges o El Prat van más allá y los perros que patrullan en la calle (y sus guías) pertenecen directamente a empresas privadas, un aspecto que genera críticas de algunos agentes caninos por el hecho de que se atribuyan a compañías privadas tareas que pertenecen a la policía.  

Agentes que mezclan trabajo y hobby

Aparte de la necesidad de regular el trabajo de estos perros, la media docena de policías locales entrevistados coinciden en destacar un mismo aspecto: si no fuese porque asumen buena parte de los gastos de los perros y le echan horas de su tiempo libre, en muchos municipios no habría unidades caninas. 

“Si no fuese por nuestra afición, las unidades caninas en muchas localidades no funcionarían”, explica el sargento Alfonso Sánchez, también de Martorell. Sánchez es un amante de los perros y tiene tres en casa. Dos de ellos forman parte de la policía local de ese municipio y el tercero está en formación. El adiestramiento de los canes lo ha costeado de su bolsillo y lo ha realizado durante sus horas fuera de servicio.

Ismael Mollà, agente de Sant Just Desvern (Barcelona), opina de manera similar: “Te tiene que gustar mucho y asumir que te gastarás dinero y le echarás horas fuera de servicio”, explica durante una mañana de octubre en la que elDiario.es reunió a varios agentes caninos de distintos cuerpos catalanes. Le acompaña Kenia, una pastor alemán que vive con él en su domicilio. “Está tan mimada como cualquier otro perro”, añade.

Entre estos agentes se ha creado una especie de subcultura “perrera”, como ellos les llaman. Se encuentran en convenciones, participan en competiciones y entrenamientos, comparten nuevas técnicas de adiestramiento… Y también rivalizan entre ellos de manera soterrada. “Hay mucho ego en el tema de los perros”, señala un agente de la Guardia Urbana de Barcelona que pide no ser identificado porque ha acudido al encuentro “a título personal”.  

Durante los últimos años en algunos municipios se ha logrado firmar un convenio con el Ayuntamiento para oficializar la cesión de estos animales al cuerpo de policía local. Los agentes perciben una contraprestación para la manutención de los perros que va de los 1.000 a los 4.000 euros anuales aproximadamente. En muchas localidades, sin embargo, este convenio ni siquiera se ha firmado y lo único que sustenta la unidad canina son las ganas de algún agente de trabajar junto a su perro. 

¿Un recurso infalible?

Las voces críticas con la proliferación de las unidades caninas destacan una serie de aspectos polémicos más allá de la falta de regulación. El más destacable es la falta de evidencias empíricas sobre la infalibilidad del olfato canino. No hay ni un solo dato ni estudio que demuestre que el olfato del perro es infalible o que acierte en la mayoría de ocasiones. 

“Las alertas de un perro se usan como pretexto para poder registrar a cualquiera”, explica Amber Marks, abogada y codirectora del Centro de Justicia Criminal de la universidad Queen Mary de Londres. “Cualquier actividad policial que interfiera con la privacidad y la libertad debería estar plenamente regulada para que no se vulneren derechos humanos”, añade.

Extrabajadora del servicio legal del Gobierno británico, Marks estudió durante años la efectividad de los perros policía en su país, una investigación que plasmó en el libro Headspace (2008, no disponible en español). Esta abogada habló con agentes, recopiló los pocos estudios llevados a cabo sobre la efectividad de los perros policía y vio que sugerían algo similar: los canes se equivocan en muchas ocasiones, están influidos por los prejuicios de sus guías y generan situaciones embarazosas para ciudadanos que no llevan drogas encima. “Se crean situaciones desagradables para mucha gente”, asegura.

El Chicago Tribune analizó los datos de la unidad canina de su policía local y concluyó que solo el 44% de las alertas de estos perros llevaron al hallazgo de drogas. Cuando las personas sospechosas eran hispanas, la tasa de éxito se redujo hasta un 27%, indicando que los perros tenían más tendencia a registrar arbitrariamente a personas racializadas inducidos por sus guías. Un estudio de la Universidad de California sacó conclusiones parecidas. También el Defensor del Pueblo de Nueva Gales del Sur (Australia) concluyó en 2006 que solo en el 26% de los registros indicados por unidades caninas se hallaron drogas. El informe puso de manifiesto las miles de personas que fueron expuestas a un registro en público y a las que no se encontraron sustancias prohibidas. El partido verde en ese país también recabó datos de Sidney y llegó a la misma conclusión: tan solo a una de cada tres personas que se registran tras ser marcadas por un perro policía se le encuentran drogas.

“Nadie está controlando esta situación ni tampoco nadie se cuestiona su implementación porque se da por sentado que la medida es legítima y que los perros no fallan”, se queja Núria Calzada, que durante los últimos meses ha estudiado el fenómeno y es portavoz de LEAP, una organización internacional de policías que aboga por un cambio de políticas respecto a las drogas y acabar con su prohibición. “El olfato de un perro no puede considerarse en ningún momento un indicio racional para registrar a alguien”.

Los policías consultados no opinan igual. “El perro es infalible, como una máquina”, asegura Óscar Pérez. “Si alguien falla es el guía o la interpretación que hace de lo que señala el can”, añade. “Si el entrenamiento se ha hecho bien, se ha comprobado que es muy difícil que haya marcajes erróneos”, añade Guerrero, responsable del equipo canino en la Guardia Urbana de Barcelona. Los agentes de las unidades caninas destacan las “posibilidades enormes” que tienen estos animales en tareas policiales y destacan otros aspectos positivos, como las visitas y exhibiciones en colegios o las localizaciones de personas perdidas.

Otra de las críticas es el hecho de que las unidades caninas se suelen anunciar como medida “para luchar contra el narcotráfico”, cuando en realidad están entrenados para encontrar pequeñas cantidades de droga. Normalmente las sustancias pertenecen a ciudadanos anónimos que la llevan encima para su consumo o, como mucho, a pequeños camellos que hacen menudeo en la calle.

Guerrero, de la Guardia Urbana, explica que desde que en Barcelona se ha renovado la plantilla de perros, las incautaciones por tenencia de estupefacientes han aumentado entre un 500 y un 600% en apenas un año. Cree, además, que un aspecto positivo de los animales de su unidad es que “no tienen ningún tipo de prejuicio”. “El perro no ve personas con una estética determinada y nos soluciona problemas desde el punto de vista de la selección del objetivo”, afirma. 

Este policía barcelonés admite que ni siquiera en la capital catalana, una ciudad de 1,6 millones de habitantes, se lleva un monitoreo o registro de los aciertos y fallos de los perros policía. “Algunos agentes llevan una libreta y apuntan los marcajes positivos y los negativos”, comenta. “Pero lo hacen a título personal”.

En lo que único que coinciden detractores y defensores de estas unidades caninas municipales es en la necesidad de regular el fenómeno. Por seguridad jurídica, para que los agentes sientan el apoyo de la administración y para que no haya perros patrullando en la calle que apenas han sido adiestrados.

“Esto es como cuando te sacas el carnet de conducir, te lo debe expedir un organismo oficial”, resume Javier Macho, presidente de AUCAPOL. “¿Te imaginas que te lo expidiera la propia autoescuela?”.

Etiquetas
stats