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Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.

Moscú, un sorprendente y gigantesco pulmón verde

El reconstruido Palacio Kolomna, la 'octava maravilla' en su tiempo, en el parque de Kolomenskoye / N. R.

Noelia Román

Todo es enorme en Moscú. Son gigantes sus edificios; sus calles, infinitas; sus parques, inacabables. Y aunque nadie visite la capital rusa por sus zonas verdes, lo cierto es que éstas son, de por sí, motivo de visita.

“Yo que tú prescindiría de alguno de los lugares que reseñan todas las guías y me iría a pasear al Kolomenskoye o al Tsaritsyno; son una maravilla”, me recomendó un rusófilo español que preparaba en Moscú las clases de filosofía que luego impartiría en una universidad de Madrid.

Le hice caso y tenía razón. Uno no debería abandonar la capital rusa sin haber pasado unas cuantas horas en el Kolomenskoye, uno de los fabulosos parques con los que cuenta la ciudad.

Basta tomar el metro en el centro de la ciudad y descender en la parada de Kolómenskaya o en la de Kashirskaya para olvidar que, a menos de media hora, más de 11 millones de habitantes se concentran sobre el cemento gris y entre el bullicio.

El verde de la hierba, manzanos que dan fruto, iglesias de toda índole y hasta un antiguo palacio se extienden por un valle que contempla el río Moscova pasar y ofrece kilómetros y kilómetros para el paseo y el recogimiento.

Las rutas, diversas, están trazadas. Todas pasan al lado de alguna iglesia: las hay de madera oscura, pintadas de blanco, con o sin las típicas cúpulas rusas, grandes y pequeñas­. Y varias conducen hasta el reconstruido palacio de verano del zar Alexis I de Rusia, una maravilla que desapareció en la época de Catalina II y que la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad cuando se levantó de nuevo en 2010.

El lujo interior y la aparente simplicidad externa de las diversas viviendas, construidas en madera y sin un solo clavo, según se cuenta, impresiona. Y no menos lo hace la vistosa combinación de colores: el verde oscuro de los tejados, el dorado de las ventanas, el azul de algunos detalles, el marrón más claro y más oscuro de la madera… “La octava maravilla” llamaron en su época al también conocido como palacio Kolomna.

El interior se ha convertido en un museo y permite observar la jerarquía y la opulencia con las que se manejaban los zares, que también confinaban a las mujeres a determinadas alas de sus palacios.

Desde las ventanas de sus jaulas doradas, las zarinas contemplaban más o menos lo que se sigue viendo hoy: una enorme extensión de verde, salpicada por el agua del río y de pequeños lagos. En verano, los vecinos del lugar se acercan a recoger manzanas, pero respetan las plantas y las flores que también abundan en el lugar.

El parque es un buen observatorio sobre la ciudad, que se contempla lejana pero hermosa en las noches de luna llena.

Desde el Tsaritsyno, Moscú ni se atisba. Aunque hasta allá se llegue también en metro, en una media hora desde el centro de la ciudad. Catalina la Grande lo eligió en el siglo XVIII para construir un palacio imperial que nunca se concluyó. Sus edificios y el entorno son ahora el lugar donde muchas parejas de novios se toman sus fotos de boda.

Hay bellos edificios, lagos artificiales, puentes diversos y una extensión arbórea tan grande que perderse en ella es más que posible. Siempre se acaba encontrando un camino de regreso y la búsqueda, siempre que no caiga la noche, resulta de lo más agradable.

Llama la atención lo elegantemente vestidas que pasean por allí las mujeres moscovitas. Y cómo los niños extienden sus juegos hasta bien tarde.

De regreso al centro de Moscú, uno puede continuar la ruta verde por el famoso y rehabilitado parque Gorki que, junto al recinto Museón, a los jardines Neskuchni y al Vorobiovi Gori, compone el mayor parque de Europa con sus más de 300 hectáreas.

El Vorobiovi Gori –la Colina de los gorriones– alberga el impresionante edificio de la Universidad Estatal de Moscú y regala una excelente vista sobre la urbe.

El mirador compite con el edificio universitario, uno de los siete rascacielos moscovitas bautizados como 'Siete Hermanas'. Se construyeron por orden de Iósif Stalin para simbolizar el renacimiento de la antigua URSS tras la Segunda Guerra Mundial y son todos sobrecogedores.

El de la Universidad, con sus 240 metros de altura, fue hasta 1991 el rascacielos más alto de Europa. Perdió el título honorífico, pero no la capacidad de imponer con su férrea y escalonada estructura.

Uno se siente minúsculo paseando a su lado, bajo el enorme reloj, la hoz y el martillo. Y comprende el sentimiento de infinita superioridad desde el que fue concebido.

Sensaciones similares se experimentan al subirse a la noria que se encuentra en el Centro Nacional de Exposición. El parque recreativo resulta kitsch y demodé, pero la noria, que se eleva hasta los 70 metros, es el mejor mirador de la ciudad para los que no tienen vértigo.

Y no resulta fácil no sentirlo cuando uno se va elevando hacia lo más alto, con las piernas colgando. Las personas parecen hormigas. El suelo, un abismo. Así que lo mejor es mirar al frente y disfrutar de la espectacular vista, especialmente bella en la noche, con el juego de luces.

Regresando a Vorobiovi Gori, y para devolver el paseo a escala más humana, basta con caminar hacia la parada de metro de Universitet y perderse un rato por el mercadillo que hay en sus alrededores. Sus coloristas puestos de frutas y verduras se mezclan con los que venden pescado seco y envasado y con puestos de ropa que nada tiene que ver con la que se encuentra en las lujosas boutiques que rodean la Plaza Roja.

Desde el mirador, se puede descender la colina a pie, contemplando la arboleda y los trampolines de saltos de invierno. La ruta no es complicada y conduce hasta el paso por esta zona del río Moscova en cuyo paseo los lugareños descansan al sol cuando los termómetros superan los 20 grados.

Otro lugar de reposo de los moscovitas es el más bohemio Parque del Patriarca. Se halla en el centro de la ciudad, cerca de la parada de metro de Mayakovskaya, y en él situó Mijaíl Bulgákov el inicio de la historia que narra en El maestro y Margarita.

Comparado con los anteriores, es un parque pequeño, casi enano. Pero cuenta con un coqueto lago artificial, con frondosos árboles y con paseantes que se acercan a leer en el césped, cuando el tiempo lo permite, o en los cafés de los aladaños, cuando no.

El más popular es el Margarita, pero entrar en él es casi una hazaña innecesaria. En su entorno, hay otros con similar aire literario e igual de igual de cálidos, donde tomarse un kvas –una bebida típica hecha de harina de trigo, centeno, cebada y pan negro a la que se le añaden frutas como la manzana– mientras se escucha música de violín en directo.

La música clásica habla de la cultura de la capital rusa tanto como el ballet, el Kremlin, la Plaza Roja o la Catedral de San Basilio. Son un capítulo para otra ocasión. En Moscú, casi nada es como lo imaginé; su capacidad de sorprender es tan grande como sus parques.

Vueling ofrece vuelos diarios a Moscú desde Barcelona.

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