No son tiempos para ser razonable ni para ser moderado. Son tiempos para hacer algo tan radical como vivir, vivir nombrando cada una de las injusticias que vemos, de desenmascarar la corrupción, las mentiras y las manipulaciones, grandes o pequeñas. Todas.
Son tiempos urgentes para defender nuestros derechos y los de futuras generaciones, tiempos donde lo único que tiene sentido es dedicarnos a luchar para poder recuperar y cuidar algo para nuestros nietos de los derechos que hemos perdido estos años. Son tiempos para no callarse, para gritar sin cesar las verdades que vemos y sentimos, gritar porque hay gente que se mueren a las puertas de su CAP cerrado, porque muchos tienen que escoger, en la farmacia, cuál medicación tomarán, cuál es la que se pueden pagar de todas las que necesitan; porque hay tantos que en lista de espera empeoran y no se pueden levantar de la cama; porque hay tantas personas que al estar enfermas pierden su trabajo y sus ingresos y luego pierden su casa y se quedan enfermos en la calle.
Son tiempos para ver la vida de otra manera: olvidar los curriculums y la imagen. Abandonar el afán de superar en el mundo y en los esquemas de los emprendedores. Son tiempos donde lo básico es urgente: tomar responsabilidad de luchar de mil maneras por la justicia. Porque, como dijo un viejo sabio: si no ahora, entonces, ¿cuándo?, porque si no tú, entonces, ¿quién?
Son tiempos para abandonar lo superfluo, el qué-dirán, lo sin sentido, las pérdidas de tiempo inútiles, el aguantar tonterías, el justificarse, el “llevar el rollo”, el seguir pensando “No puedo, no me dejan” y de seguir diciendo: “Es lo que hay”.
Aunque ahora no te des cuenta, estamos en un momento crucial, extremo, tan extremo que en unos pocos meses, las élites han desmontado lo central, lo básico de la sociedad, ese tímido estado de bienestar que habíamos conseguido entre todos. Nos han quitado lo poco que teníamos y que pagábamos entre todos, lo que manteníamos colectivamente. Eso nos lo han robado unos señores que ya eran ricos para hacer negocio para ellos y sus amigos.
Ante esta situación no vale resignarse, no vale esconderse, no vale esperar a mejores tiempos. Solo vale denunciar. Lo mínimo que vale ahora la pena es que los que tienen el poder sepan que no estás de acuerdo con lo que están haciendo. Que no estás de acuerdo con que los niños vayan al colegio sin desayunar. Que no estás de acuerdo que las personas con cáncer en lista de espera manipulada no lleguen a tiempo a su tratamiento. No estás de acuerdo que los enfermos de Hepatitis C tengan que estar angustiados pensando que a lo mejor van a tener que pagarse su medicación para seguir vivos.
Tú y tus vecinos podéis ocupar el CAP y el hospital que están recortando y privatizando. Tú y tus vecinos podéis poneros a la puerta de la farmacia e informar a la gente de cómo no pagar el euro por receta. Tú y tus vecinos podéis cortar la carretera y las vías del tren en protestas por los recortes. Tú y tus vecinos podéis averiguar quién está teniendo apuros para pagar su hipoteca, ocupar el banco para negociar otras condiciones de la hipoteca, dar apoyo emocional al que se siente desbordado por su situación, ir todos juntos a parar un desahucio.
Estamos en una cultura en la que a menudo nos resignamos o aceptamos lo inaceptable. Pero resignarse es lo mismo que aceptar. Resignarse no es gritar NO en voz alta. Resignarse es decir sí en voz baja y aguantar. Y eso se tiene que acabar. Se tiene que acabar el esperar tiempos mejores. Se tiene que acabar el quejarse al de al lado y no salir a la calle a protestar.
Porque ahora es el momento de que tú y tus vecinos y todos nos pongamos en pie de guerra contra las injusticias y reclamemos una democracia real, participativa, nuestra, exigir por todos los medios necesarios, por todos los canales posibles e imposibles, una justicia social y económica.
A todas y todos: mis mejores deseos para una feliz rebeldía y una próspera desobediencia civil para el 2013.
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