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Una vieja mala idea de España

Símbols independentistes entre els participants a la Via Catalana. / Enric Català

Jordi Borja

Nota previa: Esta serie de 7 artículos relativamente breves tienen como hilo conductor del conjunto del texto la vieja idea de una España esencialista y su supuesta e “indisoluble unidad” que sigue vigente en la cultura política española y que hace prácticamente imposible un diálogo racional con Cataluña. Las izquierdas políticas catalanas y españolas han quedado desubicadas ante el auge de dos nacionalismos contrapuestos. Sin embargo, o bien las izquierdas, que siempre han sido las fuerzas que han promovido las conquistas democráticas, se resitúan, o bien las derechas nos llevarán a una catástrofe. Una segunda serie más breve analizará los principales conceptos que son a la vez fuente de confusión y de confrontación. Aunque el autor no disimula sus opciones, su pretensión es contribuir a clarificar los términos de la discusión y a proponer escenarios de encuentros.

“De todas las historias de la Historia la más triste es la de España, porque termina mal”, nos recuerda Jaime Gil de Biedma, tan actual hoy como hace más de medio siglo cuando escribió Moralidades. Como el presente es ya historia dan ganas de citar la sentencia de Marx sobre la repetición histórica. Lo que fue tragedia en los años 30 ahora es una farsa. Pero para muchos este presente no es una broma, el presente les agobia, su vida se ha precarizado en todas sus dimensiones, el futuro se lo niegan. El Estado es una farsa, la sociedad es una víctima. El 'caso catalán' es un síntoma revelador. No hay un 'problema catalán', hay ante todo un problema español. Un problema más propio del Estado, del Reino de España y de sus aparatos, que de la sociedad española.

La reacción del Gobierno español, de las cúpulas de los partidos estatales (PSOE incluido), de la gran mayoría de los medios de comunicación españoles de fuera de Cataluña, nos hace retroceder a una idea de España cutre, metafísica, intolerante. Nos referimos en este artículo a la relación de esta España con Cataluña, pero la regresión democrática también se expresa en otros campos: la educación, las relaciones con la Iglesia, la ideología de convertir todo en mercancía, etc. La España mala de Machado: “la España de charanga y pandereta… especialista en el vicio al alcance de la mano… esa España que ora y bosteza, vieja y tahúr, zaragatera y triste… esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna usar la cabeza… hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza… españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de la dos Españas ha de helarte el corazón”. Es la España oficial de hoy, la que embiste, la del Gobierno del Estado y de los portavoces del PP, la de la caverna y la brunete mediática, la de la conferencia episcopal, la FAES, las cúpulas de gran parte de los aparatos del Estado -especialmente de la Judicatura-, la de una monarquía decadente, e incluso de políticos o intelectuales cultivados que confunden la democracia con un sistema institucional que se forjó mediante un proceso democratizador pero condicionado por los aparatos del pasado y limitado por la debilidad de los nuevos actores políticos y que luego hizo marcha atrás. Y ya sabemos que cuando se hacen estos procesos a medias se cavan las propias tumbas... Esta España es hoy la más visible, la que expresa una regresión democrática que nos conduce a otros tiempos, anteriores a la democracia. Y por lo tanto, a una explosión social.

Mientras tanto está la otra España, la que bosteza políticamente, la de Rajoy (que deja a sus colegas que embistan), las cúpulas del PSOE, los grupos económicos que viven a costa o con el apoyo del Estado, la parte de la sociedad que solo se socializa por medio de los peores programas de la televisión. La España que desprecia cuánto ignora, la que desprecia la cultura, la que odia la diferencia, la del vaya yo caliente y ríase la gente. La que vota indistintamente al PSOE o al PP pero que no ha asumido una mínima cultura política democrática, en unos caso interesadamente (los que se benefician de esta pseudodemocracia) y en otros por no haber podido educarse debido al carácter oligárquico de las instituciones del Estado y el divorcio entre los aparatos partidarios y la ciudadanía. Si que hay que reconocer que los poderes locales en parte y los partidos y movimientos nacionalistas periféricos y las organizaciones de izquierda han promovido una socialización política democrática.

Somos conscientes que existe otra España, democrática y tolerante, pero que se expresa poco en el escenario político. Hay una izquierda que va más allá de las instituciones. Algunas organizaciones políticas, movimientos sociales y sindicatos de clase, indignados y ONG, colectivos alternativos... Hay un mundo cultural vivo y una intelectualidad que nada tiene que ver con “esa España inferior que ora y embiste”, que ni bosteza ni desprecia. Es menos visible, menos “instucionalizada” pero más moderna y progresista que la España institucional. Se expresa principalmente en las redes, también en la calle y se moviliza por sus demandas específicas, en unos casos, o por su justificada indignación general, en otros. Pero en situaciones que no le afectan directamente mira para otro lado. O bien no entiende cuando se trata de situaciones que no corresponden a los parámetros básicos del pensamiento progresista. En estos casos actúan los prejuicios y los dogmas y también la presión de los medios y de los aparatos políticos dominantes. Es lo que ocurre ante la confrontación Cataluña-Estado español. Unos por acción, otros por omisión, la mayoría niega o considera exagerado la realidad del problema y se escandaliza cuando aparecen síntomas graves de desafección entre la ciudadanía catalana y el escenario político español, como ocurre cuando se trata de promover un referéndum o una consulta no vinculantes para saber si el pueblo catalán quiere o no mantener su actual status dentro del Estado español. Se ha naturalizado denunciar la amenaza separatista en nombre de una idea metafísica de España mucho más cercana a la “unidad de destino en lo universal” (José Antonio) que a la realidad plurinacional que incluso recoge la Constitución (puesto que para catalanes y vascos definirles como nacionalidad se traduce como nación).

En resumen: la idea dominante y anacrónica de España solo puede producir sentimientos “separatistas” en pueblos como el catalán, que no participan de esta idea, que tienen una personalidad específica y que se sienten no reconocidos y mal aceptados por su diferencia.

El caso del sector cultural e intelectual español es interesante, pues en él se pueden percibir los matices y la vocación dialogante y también la dificultad de entenderse, incluso de escucharse. Simplificando, podemos establecer tres tipos de actitudes entre los miembros de este sector a la hora de opinar sobre el caso catalán: los intransigentes, que incluso defienden el uso de todos los medios para evitar que avance el proceso catalán; los que lamentan el “error” de los catalanes al pretender decidir su futuro, y los que desean una solución compartida, pactada, siempre que no sea la independencia. Posiciones favorables o comprensivas ante la reivindicación de la independencia son muy escasas en la escena pública. En Cataluña pueden expresarse posiciones más o menos simétricas a las del resto de España: el independentismo radical, que era minoritario y ha crecido en gran parte debido a las posturas intransigentes españolistas; los que desearían una negociación pactada entre Cataluña y Espanya, y los que se conformarían con un pacto fiscal, alguna participación en las relaciones internacionales y mayor autonomía en cuestiones de lengua y de cultura. Hay una tendencia por ambas partes a generalizar las posiciones más intransigentes de la otra parte como si fueran propias de todos. Ahora dominan las actitudes más radicales de las dos partes, pero unos lo hacen bien situados dentro del sistema político del Estado español y otros están fuera o próximos únicamente a poderes políticos muy limitados y reivindican un derecho propio de cualquier democracia como es manifestar cuál es el futuro político al que aspiran.

El sector cultural e intelectual español que ha tomado posiciones políticas en los medios de comunicación ha sido numeroso y aparentemente heterogéneo, pero bastante coincidente en sus acciones y omisiones. Con más o menos contundencia, la gran mayoría es contraria a la consulta y, obviamente, mucho más a la independencia. Y los que expresan posturas comprensivas, los que admiten hasta cierto punto una consulta y consideran que hay que dialogar no son muy creibles en Catalunya. Sus omisiones han sido en el pasado reciente clamorosas. Es suficiente citar un caso: la sentencia del Tribunal Constitucional que demolió un Estatuto ya cepillado y aprobado por las Cortes. ¿Cúantos opinadores habituales, expertos en política o en cultura, intelectuales orgánicos o inorgánicos, independientes o próximos a los partidos e instituciones, se manifestaron en contra de una sentencia que fue una provocación tan aberrante como absurda? ¿Cúantos denunciaron que media docena de “juristas” vinculados al PP o oportunistas gremiales aprobaran una sentencia política, teleguiada por la FAES? Incluso en contra de la posición de una minoría cualificada, lo cual demuestra el carácter “interpretativo”, por lo tanto por lo menos muy discutible, de una sentencia que incendió la opinión pública catalana? ¿Cuántos expresaron vergüenza e indignación ante la imagen de tres malhechores del Tribunal Constitucional (dos apoyados por el PP y uno por el PSOE) fotografiados puro en ristre en la plaza de toros de la Maestranza celebrando su fechoría el mismo día que se daba a conocer su sentencia? ¿Cuántos reaccionaron ante el lamentable artículo de Carmen Chacón y Felipe González en 'El País' en el que pretendieron legitimar la sentencia que indignó a la gran mayoría de la ciudadanía catalana?

Ante el futuro inmediato téngase en cuenta el resentimiento y la desconfianza que generada en Cataluña no solo contra el PP y el PSOE, sino también contra los que miraban para otro lado ante los agravios y ante las agresiones a la lengua y a la educación, las inversiones comprometidas y no realizadas, el déficit fiscal, el abuso de la legislación órgánica para vaciar las competencias de la Generalitat, las campañas orquestadas y las declaraciones de políticos en contra de Cataluña... ¿No se daban cuenta de que la sociedad iba a explotar y que el sistema de partidos políticos en Cataluña no es igual al que existe en el resto del Estado español (excepto Euzkadi)? La suma del movimiento popular en la calle y de una mayoría de partidos en las instituciones solo necesitaba una chispa para encenderse. Y entre el Tribunal Constitucional, la crisis económica, la corrupción y degeneración del régimen político, los desplantes y amenazas del gobierno del PP, la hostilidad más o menos activa y el escaso apoyo o comprensión de las opiniones públicas españolas, ha habido algo más que chispas, verdaderas bombas que han provocado una rebelión popular. Y si en España no se cambia de rumbo el conflicto irá a más. Quién avisa no es traidor.

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