Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El cinismo, esa burla tan obscena del dolor

Alfons Cervera

0

De qué vas a escribir cuando lo único que te rodea es daño, gritos y silencio mezclados en una extraña camaradería compasiva a las puertas de las instituciones y en las plazas, regueros de sangre vilmente repetidos hasta la extenuación en las tripas sin alma de un wasap. La muerte filmada en el mismo instante en que los estertores de quien se muere son el último y detestable plano de una película que confunde -no sé si aposta- la realidad con las ficciones. De qué vas a escribir que no sea de eso mismo, de que estos días y otros tristemente parecidos son, como en los versos del poeta Ángel González, “como la espuma sucia/de un día anticipadamente inútil”. Un tiempo habrá de venir distinto a éste, escribía el poeta. No lo sé. Seguramente habrá de venir un tiempo distinto, con otras raíces menos vergonzosas donde anclar su porvenir, con una manera diferente -más horizontal y sin tanto privilegio canalla de quienes lo tienen todo a su nombre como si todo fuera suyo- de encararnos claramente y sin engañifas a lo que nos pasa. Hoy, sin embargo, toca escribir con cinco minutos de silencio los renglones del horror.

Yo estaba lejos cuando la camioneta matriculada a nombre de la muerte embestía la tranquila tarde de las Ramblas, en esa Barcelona que durante cinco minutos juntaba a Rajoy y Puigdemont como si fueran la misma cara de una moneda acuñada hasta ese mismo instante con el sello indeleble de lo irreconciliable. Como cuando llega la Navidad a los campos de batalla, había que hacer un receso en la metralla que cubre la distancia terrera entre las trincheras enemigas. Me llegaban confusamente las noticias. Bailaban el número de muertos y heridos, los sitios de los asesinatos, la joven edad de los presuntos asesinos vinculados, ya desde el principio y sin ninguna duda mediática ni policial, al yihadismo. Las Ramblas se había convertido en un paisaje desolador. El periodismo más violentamente carnicero abría una brecha en esa desolación para exigir una justicia igualmente carnicera, una justicia que incitaba al mismo odio que matriculó la furgoneta terrorista para sembrar el dolor en medio de una inocente tarde de agosto cerca del alegre y familiar jolgorio mañanero del mercado de la Boquería. El odio, siempre el odio -y no sólo en estos atentados- de esos individuos que no son periodistas sino unos detestables matarifes del periodismo, a sueldo de la más insoportable abyección moral y la mentira.

Las noticias siguen. Algunas clarifican lo sucedido. Otras siembran más confusión. Es lo normal en una sociedad podrida que sólo percibe el daño cuando es el suyo y bizquea cuando el terrorismo, en este caso el yihadista, golpea lejos de su ombligo. Desde las columnas de opinión en los distintos medios se hacen diagnósticos, se aportan soluciones que parecen calcadas de un manual de autoayuda sin ninguna consistencia, incluso algunas de esas opiniones se atreven a dar rienda suelta a propuestas adivinatorias, como los tarots de las televisiones cutres (como todas o casi todas). La única realidad incuestionable es la del dolor. Gestionar eso, ese dolor, es lo difícil. Las estrategias para acabar con el terrorismo han de seguir su curso, ser cada vez más amplias y eficaces, desbrozar la indigna insolidaridad de un capitalismo feroz que nos convierte allá donde miremos en ferozmente desiguales, mirar lejos cuando el crimen es ahí, en esa lejanía, donde explota con la fuerza cruelísima de la devastación.

Ahora vienen las misas y los rezos oficiales. Las caras compungidas de quienes mañana volverán violentamente a las trincheras para dejar claro que el horror tiene fecha de caducidad emocional, como los yogurts que miraba mi madre con fijeza de entomóloga pocos días antes de morirse. Escribía Ingeborg Bachmann que “entre una palabra y un objeto/sólo te entremetes tú mismo”. La enorme poeta austriaca se situó siempre en ese compromiso absolutamente imprescindible para quienes nos dedicamos a contar lo que vemos a través de la escritura. La palabra es lo que tenemos para que el odio -ese objeto en sí mismo corrupto- no corrompa las entrañas, ningunas entrañas, las nuestras las primeras. Ahora vienen las misas, los rezos oficiales, las caras ridículamente compungidas del oportunismo. Recuerden cuánto duró aquello de “Yo soy Charlie”. O cómo al día de hoy siguen insultando y amenazando a Pilar Manjón por no plegarse a los dictados de ese oficialismo fingidamente lloroso que sólo se complace a sí mismo. Y en ese ritual de representaciones oficiales a destajo hay que anotar una muy importante. Hablo del tratado con Arabia Saudí que Felipe VI firma sin reparos para que el AVE español y las armas españolas puedan circular por los desiertos petrolíferos del rey Salman bin Abdulaziz, un sátrapa totalitario que apoya el yihadismo y que tan amigo fue del rey emérito y ahora lo sigue siendo de su hijo.

El cinismo, sí: esa burla tan obscena del dolor que estos días, y otros que vendrán, seguirá en el centro de las noticias más o menos carniceras sobre los atentados en las Ramblas de Barcelona y en Cambrils. Vaya mierda.

Etiquetas
stats