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Cuidar al familiar enfermo en casa, ¿ventaja para el hospital, penitencia para la mujer?

Canarias tardará al ritmo actual 66 años en poner su lista de dependecia a cero

Emilio J. Salazar

Alicante —

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Ya sea en Navidad o en verano, hace cinco décadas o en la actualidad, el cuidado del familiar enfermo sigue teniendo rostro de mujer. Antes, porque no había centros hospitalarios, ahora porque habiéndolos, los pacientes estabilizados acaban en sus domicilios donde son sus mujeres, hermanas o madres las que prosiguen con la atención sanitaria del familiar, unas veces hasta que se recupera, otras para toda la vida.

La diferencia de hace medio siglo al tiempo presente es, entre otras cuestiones, que la mujer se ha incorporado al mercado laboral. Aun así, el 85% de ellas sigue encargándose del trabajo doméstico, el 95% se ocupa del cuidado de los hijos, según datos de Eurostat, y si enferma alguien de la familia, el 89% carga en sus hombros con las tareas del cuidado, según datos ofrecidos por la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Lidia Belmonte responde a este perfil. Su marido, Francisco López, sufrió un accidente de tráfico hace cinco años y desde entonces está postrado en una silla de ruedas con fuertes secuelas físicas y neurológicas. Cuenta con la ayuda de la Ley de la Dependencia desde hace cuatro meses, por lo que un profesional se encarga de ducharle y otro de atenderle por las tardes. Aun así, esta madre de 36 años debe cuidar también de su hijo de once y si no es por sus padres que le echan una mano, no sabría qué hacer. “Pienso que la carga responsable nos la llevamos nosotras”, dice esta ilicitana.

En el caso de Mari Carmen Ruíz, de 43 años, le ha tocado cuidar de su hermano Salva, también en silla de ruedas por culpa de un accidente hace diez años. Ella tiene su trabajo, pero se autodenomina “cuidadora principal” de su hermano pequeño porque si bien le echan una mano su marido y su otro hermano, es Mari Carmen la que lleva “el peso principal”, desde la logística, hasta hablar con los médicos. Ahora está yendo a un centro de día de parálisis cerebral “y podemos hacer una vida más o menos normal”. Su opinión no varía: “Estamos en el olvido de la sociedad; en los talleres de cuidadores a los que acudo, de doce personas solo en una ocasión ha habido un hombre, ocurre lo mismo en los centros, la mayoría somos la mujer, la madre o la hermana”.

La administración pública justifica la hospitalización domiciliaria, práctica originaria en Estados Unidos y extendida a España a partir de los años 80, por las ventajas que supone para los centros hospitalarios, que ven disminuir la congestión hospitalaria de los pacientes estabilizados, los cuales evitan el riesgo de contraer una infección, al tiempo que permiten un ahorro económico para el hospital. En la Comunidad Valenciana, por ejemplo, la Unidad de Hospital a Domicilio (UHD) “cuesta la tercera parte que un día en el hospital”, según datos de 2017.  

Frente a la UHD, que cuenta con unos 400 profesionales en toda la Comunitat, en su mayoría personal médico y de enfermería que se desplazan a las casas de los pacientes para continuar con el tratamiento, se encuentra la Unidad de Cirugía Sin Ingreso (UCSI), para intervenciones quirúrgicas que no requieren una cama de hospitalización, como por ejemplo, una operación común de cataratas, y que solo La Fe de València atiende en esta modalidad quirúrgica a 12.000 pacientes al año, es decir, 12.000 pacientes que no pasarán ni un día completo en el hospital y que necesitarán una vez dados de alta ser atendidos por cuidadores en sus hogares, en su mayoría mujeres.

Cuidadora externa

Sin embargo, a la figura de la cuidadora familiar hay que sumar la de la cuidadora profesional, contratado por la familia -cuando se lo puede permitir- para atender a las numerosas tareas que requiere el paciente. Encarni Romero ha sido cuidadora externa, contratada por días, en la provincia de Alicante donde se ha encargado desde el aseo personal del familiar, normalmente encamado, su medicación, hasta el aseo del hogar, hacer la comida…

“Nosotras casi siempre también somos mujeres”, reconoce Romero, aunque matiza que le ha sorprendido “en un par de casos” encontrarse con maridos que son los cuidadores principales de sus mujeres, en ambos casos con Alzheimer. “Lo he visto cuando me han contratado un par de horas y ellos, personas de ochenta años, se han encargado de la comida o de la compra”, asevera.

Esta auxiliar de Enfermería, actualmente trabajando en un hospital, también puntualiza que la profesión de cuidadora externa “es muy precaria”, porque este tipo de cuidados “al final lo hacen personas inmigrantes que por un precio muy económico pueden hacer horas y horas y yo como auxiliar tengo una titulación, por una noche pido 40 euros y una inmigrante 10”, señala.

Y así llegamos al último eslabón de la cadena, el que representan mujeres como Orly Gadea, venezolana llegada a España hace dos años con dos carreras, la de Educación Infantil y Educación Especial, pero sin el certificado de profesionalidad como cuidadora. Con el tiempo, y tras lograr la recomendación de varias familias que han ido confiando en ella, se ha ido especializando en pacientes oncológicos, demencias, o insuficiencias cardiacas.

Pero la precariedad también ha llamado a la puerta de esta madre de un hijo que actualmente está buscando trabajo ya que hace unas semanas se murió un paciente de 94 años del que cuidaba. Necesita encontrar a más familias que confíen en ella, para que continúe una profesión, en el caso de las familiares cuidadoras sin ser reconocida; en el caso de las externas mal pagadas, todas ellas a día de hoy con rostro de mujer.

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