El 20D y la democracia de cuerpos ausentes
Cuarenta años de dictatorial democracia orgánica llevaron a algunos a defender la necesidad de una democracia inorgánica como forma de legitimar la idílica transición. Paradójicamente, eso no empujó a cuestionar el cuerpo delcaduco régimen que agonizó rodeado del equipo médico habitual. Al contrario, ministros del caudillo se transformaron en próceres de la patria desde los nuevos gobiernos o desde la oposición; vividores que amasaron su fortuna al calor del estraperlo o en berlanguianas cacerías, mutaron en legítimos emprendedores, o fríos policías lograron aplacar los gritos de sus torturados con la camaleónica evolución, del gris al azul, pasando por el marrón, de sus uniformes. No, lo que acabó siendo incorpóreo fue la misma democracia, se inmaterializó, perdió su masa muscular crítica. Y fue así como, a cambio de una justa dosis de modernidad, consumismo y desencanto, acabamos resignándonos a una democracia de cuerpos ausentes.
Por eso, la inclinación al plasma de Mariano Rajoy lejos de ser una perversión democrática no hace más que confirmar la lógica de este modelo. La desmaterialización del discurso político transformó en algo natural que el todavía presidente del gobierno arrancase su precampaña hablando de fútbol en la COPE, y que desde la espontánea colleja que propinó entonces a su vástago por ridiculizar sus comentarios sobre el deporte rey, no haya vuelto a recuperar protagonismo hasta ser ridículamente golpeado por un adolescente hincha de fútbol. En la democracia de cuerpos ausentes queda excluida la política en beneficio del balompié.
En el fondo, la pugna entre candidatos se reduce a una lucha a muerte por ocupar una parte de espacio en ese mismo plasma que se le critica a Rajoy. Aunque para ello haya que hacer lo quesea. Albert Rivera inició su carrera para convertirse en un líder mediático posando desnudo. Pedro Sánchez si hace falta salta en parapente o se hace concursante de Gran Hermano, mientras que Pablo Iglesias encandila a la audiencia susurrando canciones melódicas al oído de María Teresa Campos. El debate político se transforma en un casting perpetuo para protagonistas de telenovela, en el que los candidatos, como los actores porno, deben estar dispuestos a hacer cualquier cosa que les pidan: si hay que decir “indecente”, se dice; si hay que replicar “ruiz”, se replica; si Prisa propone tutear al contrincante, se le tutea; si Atresmedia exige que traten de usted al rival, se le trata.
Pero de todos los cuerpos ausentes que esta campaña ha puesto de manifiesto, el más llamativo ha sido, claro, el cuerpo del delito: la economía. Y lo ha sido mediante el recurso de poner en primer plano los cuerpos de otros delitos más intranscendentes, aunque más efectivos para el espectáculo: las acusaciones por un Bárcenas que sintomáticamente ya se han encargado de convertir en personaje cinematográfico, por un Chaves haciendo malabarismos con los ERE, por el oro de Caracas o por la contabilidad de Ciudadanos. Pero de la economía, eso tan insignificante que determinará nuestros derechos sociales, nuestros servicios públicos, nuestra salud, nuestra educación, nuestras políticas de igualdad (o desigualdad), de todo eso, nada.
También en este caso el guion viene escrito. El argumento fue perfilado en octubre por el comisario de Economía, PierMoscovici, cuando propuso dejar estos temas para después del show electoral. Especialmente cuando se trata de asuntos poco vistosos para el formato televisivo, como nuevas vuelta de tuerca a la reforma laboral o la puesta en marcha de más recortes en 2016 por valor de 10.000 millones de euros. Y si el guionista elimina esa parte de los diálogos, el cuerpo de actores no tiene más remedio que acatarlo. Como mucho el socialista Jordi Sevilla adelantó la intención de su partido de negociar con Bruselas la aplicación de los nuevos ajustes, que es algo así como pedirle a tu agresor una muestra de cariño antes de violarte. Pero Pablo Iglesias, más pragmático, precavido para que no le recuerden sus abrazos con Tsipras, optó obedientemente por relegar a segundo plano los asuntos económicos de su campaña, como ponen de manifiesto los estudios de campaña de CecuboGroup.
Porque claro, si no aceptas el guion, el director te expulsa del reparto. Por eso, en esta democracia de cuerpos ausentes era normal que el realizador dejara fuera de escena a Alberto Garzón. Y por eso mismo no sorprende que el malagueño haya terminado protagonizando los pocos momentos corpóreos de la campaña, alcanzado su punto álgido encaramado a una fuente para dirigirse a una multitud que no pudo oírle en el teatro La Latina de Madrid. Por cierto, Garzón no es el único cuerpo forzado a la invisibilidad de Unidad Popular-Izquierda Unida. Especialmente dramático resulta el caso de su candidata al Senado por Madrid, Jaldía Abubakra, a la que las autoridades israelíes le impiden regresar a España. Por desgracia, Palestina acumula décadas de experiencias en cuerpos ausentes.
En cualquier caso, la campaña ya llega a su fin. Y aunque algunos presentaron la cita del 20D como el momento crucial para conquistar los cielos, hoy, entre aluviones de sondeos, encuestas y previsiones, pocos se atreven a mantenerlo. Algo, sin embargo, que no le quita importancia para los que esperamos que ese día podamos subir un primer escalón de una escalera al cielo a la que debemos quitar la ñoñería que le cantaba Led Zeppelin. Porque lo más importante se ese día es, sencillamente, que se trata de la antesala del día 21 y tantos otros. Todos ellos resultarán cruciales si quienes realmente quieran dotar de carnalidad a nuestra resentida democracia, quienes aspiren a confirmarla como una herramienta colectiva para transformar nuestras realidades, estén en la lista que estén e independientemente de los resultados que cada cual alcance este 20D, si todos, en fin, evitamos repetir los errores tantas veces repetidos. Para ello bastará con recordar que no llegaremos demasiado lejos si insistimos en continuar acumulando imprescindibles cuerpos ausentes.
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