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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

De dinosaurios y arañas gigantes

Alfons Cervera

Decía un viejo anarquista de mi tierra hace muchos años: “mires pande mires to es mortífero”. Recuerdo esas palabras y es como si no hubiera pasado el tiempo. El cambio político está en el punto de mira de quienes consideran la democracia un frentepopulismo revolucionario contra sus intereses. El ambiente es -salvando todas las distancias que ustedes quieran- el del asedio por mil sitios a la decisión legítima de las urnas democráticas. Por ejemplo, recuerden: la II República española. O el Chile de Salvador Allende cuando la Unidad Popular. El único poder legítimo -para esos que cercan los resultados electorales- es de derechas. O eso o nada. O eso o la presión insidiosa contra todo lo que se mueve en libertad. Cuarenta años de dictadura han servido para que los cambios políticos choquen contra una obviedad, una triste obviedad: en este país no se ha hecho una auténtica ruptura con la cultura del franquismo. Hay un chiste muy cruel que lo explica: toda España es de derechas, lo que pasa es que media España lo sabe y la otra media no lo sabe. Como dice Chavela Vargas del cuerpo y el alma, en esa maravilla de canción que es Las ciudades, la cabeza de la gente se llenó de hielo y frío en aquella larga noche de la dictadura. Y nos dejó para el arrastre. Por eso en los momentos del cambio que estamos viviendo no hay manera de avanzar en esos itinerarios de libertad individual y colectiva que los tiempos de ahora necesitan para salir de esa cultura que viene de los tiempos remotos, como los dinosaurios y las arañas gigantes de las películas de terror.

Cada día es un quebranto. Los titiriteros acusados de incitación al terrorismo. El torso desnudo de Rita Maestre en una capilla universitaria hace cinco años llevado a los tribunales por los descendientes de Fuerza Nueva y el sector duro (¿hay otro?) del PP. Los tuits de Guillermo Zapata también de mucho antes. El poema oratorio de Dolors Miquel en Barcelona hace unos días que supuso la denuncia de la Asociación de Abogados Cristianos y el repudio del PP en el gesto ofendido de su representante en aquel acto, Alberto Fernández Díaz. Los trajes de las magas madrileñas y esas otras magas que herederas de la tradición republicana salieron en cabalgata hasta el Ayuntamiento de Valencia. Y lo que contaba hace unos días Rafael Escudero en eldiario.es: el Ayuntamiento de Madrid había ordenado la retirada del monumento al Alférez Provisional siguiendo los dictados de la Ley de Memoria Histórica. El PP monta en cólera y el Partido Socialista suelta una fuerte reprimenda a la Concejala de Cultura por haber decidido la retirada de un monolito que honra la memoria del franquismo en las figuras de ese voluntariado “académico” que fueron los alféreces provisionales. Se suma al alboroto la Fundación Francisco Franco y al final qué pasa: pues que el Ayuntamiento de Madrid decide la reposición del monumento. Es esto solamente una lista mínima de agravios que la derecha unida, con el poderoso apoyo de sus medios de comunicación y un sector demasiado amplio de la Justicia, vienen utilizando para asediar lo poco que vamos cambiando de la política de antes.

A este paso no vamos a poder movernos de casa. Vamos a tener que dejar que manden ellos. ¿Qué ellos?: pues los de antes de 1975. O sus herederos: tantos políticos con mando en plaza del PP, la extrema derecha que con eufemismos sindicales se mueve a sus anchas por los tribunales de justicia, esa Iglesia que no asume que vivimos en un Estado constitucionalmente aconfesional, el mundo del dinero siempre sembrando en sus medios de comunicación la amenaza de la hecatombe si no gobiernan los suyos, un amplio espectro de jueces y fiscales que nos están alejando de la confianza en una justicia igualitaria y que por lo tanto no favorezca descaradamente a los poderosos. O sea: dejemos que manden ellos para que así nos dejen tranquilos. De eso se trata. Miren, si no, lo que acabo de leer en estas mismas páginas: la concejala del PP de Calp escribe en su facebook refiriéndose al régimen franquista: “Ni dictadura ni leches. Se vivía de maravilla”. Pues eso, se sienten tan a gusto con el régimen de Franco que la democracia les molesta, no les sirve porque sólo les sirve lo que les da de comer aunque sea a costa de la comida de los otros, de la libertad de los otros, de los sueños que impulsan la vida de los otros. Lo escribía Juan Gelman pensando en otra cosa parecida: “no nos dejan vivir / esas vergüenzas no nos dejan vivir”. La vida nos la tasan, como si estuviéramos aún en aquellos años posbélicos del racionamiento. Los cambios adelante los ponen de los nervios. Atacan por eso, para que las viejas ataduras no se deshagan, para que les sigamos la corriente, para que cualquier leve intento de novedad sea para ellos una ofensa. Bien claro lo acaba de decir Rita Barberá cuando en rueda de prensa acaba de sentenciar que ella no va a comparecer en las Cortes Valencianas porque no está dispuesta a someterse a “tribunales populares e inconstitucionales”. Así llama la exalcaldesa de Valencia al parlamento valenciano. Y se queda tan ancha.

Y hay algo que convierte todo eso en lo peor: que consiguen -o al menos lo intentan- cargarnos de culpa. Que en cuanto hacemos algo por el cambio hayamos de pedir perdón. Que aunque tengamos razón -lo que defendía Machado hablando de las guerras- al final consigan que nos arrepintamos como si de verdad fuéramos nosotros los culpables. O pides perdón -como Rita Maestre, Manuela Carmena, Guillermo Zapata y tantos otros del cambio- o te meten en la cárcel. El código penal casi viene de aquel tiempo en que la ciencia se tenía que arrodillar para que el fanatismo religioso pasara por encima de su arrepentimiento o su cadáver. Los tiempos de antes y los de ahora tienen por desgracia demasiadas cosas en común. La legitimidad democrática para vivir tranquilos no les importa. Su intranquilidad ante los cambios es lo que convierte esta democracia en una democracia miedosa, llena de sobresaltos, de pensamiento frágil, de ideología al servicio de quienes sólo están contentos si es su ideología la que gobierna la vida de la gente.

No sé qué pasará finalmente con los famosos, interminables vericuetos del pacto presidencial o de gobierno. No lo sé, entre otras cosas, porque ya estoy cansado de tanto ir y venir de unos y otros a ninguna parte. Pero sé que el asedio de esa rara especie de CEDA contemporánea que ahora revive seguirá inalterable. Y no el asedio a un posible gobierno de cambio, a una política mínimamente de cambio. Lo que seguirá, mientras no gobiernen ellos en todos los órdenes de nuestras vidas, es el asedio implacable a la democracia. Tiempo al tiempo.

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