Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

No sabemos muy bien adónde vamos, nunca lo hemos sabido, aunque a veces hemos creído que sí. Pero hasta aquí hemos llegado y desde aquí partimos cada día para intentar llegar a algún otro sitio, procurando no perder la memoria y utilizando el sentido crítico a modo de brújula. La historia —es decir, los que se apropien de ella— ya dirá la suya, pero mientras tanto nos negamos a cerrar los ojos y a dejar de usar la palabra para decir la nuestra. En legítima defensa.

* * * * * *

No sabem ben bé a on anem, mai no ho hem sabut, encara que de vegades hem cregut que sí. Però fins ací hem arribat i des d’ací partim cada dia per a intentar arribar a algun altre lloc, procurant no perdre la memòria i utilitzant el sentit crític a tall de brúixola. La història —és a dir, els que se n’apropiaran—ja dirà la seua, però mentrestant ens neguem a tancar els ulls i a deixar de fer servir la paraula per a dir la nostra. En legítima defensa.

Mal rollo

Jugadores de cartas - Jan Havickszoon Steen, 1665.
1 de septiembre de 2025 11:27 h

2

Uno se resiste a responsabilizar al ciudadano de sus propios males y se esfuerza en poner el foco en los factores estructurales que condicionan sus actos. Uno siempre se ha resistido a admitir aquello tan celebrado de Joseph de Maistre, que «cada pueblo tiene el gobierno que se merece». Ni siquiera le ha parecido nunca digna de ser suscrita la variante atribuida a André Malraux: «La gente tiene los gobernantes que se le parecen». Y, sobre todo, ha rechazado el odioso latiguillo con el que algunos celebran la estupidez del daño autoinfligido: «Que disfruten lo votado». Y no solo porque esa estupidez afecta también al estúpido que pronuncia la frase, sino porque el voto no es libre cuando la ciudadanía es una condición ilusoria, y aquí y ahora lo es, si no del todo, en buena medida. No haría falta tener que explicarlo. La igualdad formal está socavada por la desigualdad económica. El mito de la meritocracia esconde la desigualdad sistémica. Los derechos sociales (sanidad, educación, vivienda) se están convirtiendo en mercancía, y cualquier cosa que se convierte en mercancía deja de ser un derecho, el único derecho es el de comprarla si puedes. La participación cívica activa ha sido sustituida por el consumismo y por el ocio pasivo inducido. La práctica política está infiltrada por los grandes intereses económicos… Todo esto se traduce en un intenso bombardeo ideológico que hace del votante un autómata que se alimenta de sus componentes más irracionales. No parece justo responsabilizar a alguien de su sufrimiento cuando está tan alienado como para autolesionarse, como para votar en contra de sus intereses (y de paso contra los del vecino). Pero, pese a todas estas consideraciones, llega un momento en que la impotencia le obliga a uno a cuestionarse su voluntarioso determinismo social y a preguntarse si no sería más sensato abandonar cualquier tentación redentora.

Contribuye no poco a esta reconsideración el verano, con sus largas sobremesas alcohólicas y sudorosas en las que los comensales, desprovistos de sus máscaras cotidianas, que son más bien bozales, acaban saltándose a la yugular. En esos encuentros se hace evidente que el mondongo encefálico no tiene nada que hacer frente al paquete intestinal, que la malla que algunos son capaces de tejer con sus tripas es mucho más dura y contundente que el aterciopelado tejido de la razón. En el momento más inesperado empiezan a volar por los aires las descalificaciones axiomáticas, las afirmaciones basadas en el sobreentendido y los motes supuestamente ingeniosos que pretenden sintetizar cualquier excurso explanatorio. Una trampa en la que cae hasta el más pintado: necionalismo, lazi, ñordo, izmierda, derechusma, fachosfera, fachapobre, perroflauta, votonto, putinejo, otanejo… Aquí los extremos no sé si se tocan, pero se entienden. Más allá de lo certeros que puedan ser esos epítetos, prevalece la creencia de que un buen insulto sustituye y vence a cualquier razonamiento, y que un juego de palabras supuestamente ingenioso equivale a una buena dosis de ironía fina. En realidad, se trata de espasmos intestinales mayormente provocados por la ingesta masiva de patrañas maceradas en odio, en liza con los pas a deux del intelecto empapuzado de melindres y aficionado a agitar una hojarasca doctrinaria que solo sirve para alimentar las llamas que salen por la boca de los más sanguíneos, esos que a la hora de la verdad suelen ser los más sumisos y experimentan un placer perverso votando a los mismos que se llenan los bolsillos mientras los abandonan a su suerte cuando se les viene encima una epidemia, un diluvio, un incendio de séptima generación o un fondo buitre que codicia su casa. El mundo lo controlan ahora mismo unos alquimistas que transforman el malestar, la insatisfacción, la impotencia, la conciencia de ser un fracasado, un loser en la jerga al uso, la autocompasión, en definitiva, en un deseo incontenible de hacer daño aun a costa de hacérselo a uno mismo, un odio que solo se extingue mediante la autodestrucción, y por eso es imparable. Gente lastimada que busca resarcirse lastimando, gente dispuesta a sacarse un ojo, o el páncreas, con tal de dejar al otro ciego. Algunos lo llaman mal rollo, pero es más bien mala baba en grado asesino y suicida.

Esto se está llenando de gente infeliz que solo parece encontrar consuelo en el mal ajeno. Y si alguien o algo les ofrece la oportunidad de causarlo, cada vez son más los que se ponen manos a la obra. Anida y crece en ellos la predisposición a odiar, y su odio se desata cuando les ponen delante un chivo expiatorio suficientemente convincente. El odio les promete una falsa catarsis. No es difícil darse cuenta de que cuando alguien se deja llevar por él, lo que intenta es romper el espejo en el que ve reflejado su miedo. El moro desarrapado es el espejo de su miseria, y el discurso liberal bienintencionado que se empeña en salvarlo de sí mismo es la voz interior que no quiere oír. Sobrecoge el modo como esa gente se aferra a los placebos ideológicos, falsas premisas y afirmaciones sin fundamento sobre las que construye sus castillos retóricos. No puedes evitar la sospecha de que el ingrediente secreto de la empanada mental que algunos sujetos exhiben es algún problema personal que no encuentra la vía adecuada para expresarse. El cerebro de algunos parece un ovillo de tripas mal enrolladas. Su masa gris es marrón. Algo esencial se ha roto cuanto tantos encuentran su zona de confort allí donde pensar se ha vuelto innecesario. El eco del «muera la inteligencia» reverbera con fuerza creciente en todas partes. La mentira zafia y descarada martillea cualquier forma de pensamiento complejo, ese que se da cuando es capaz de argumentar incluso contra sí mismo. Conversar es poner a prueba las propias ideas, y eso casi nadie lo hace ya. Lo que antes eran diálogos es ahora un batiburrillo de opiniones —consignas, frases hechas, sofismas, iteraciones circulares— chocando entre sí, ruido, confusión, la bronca de quienes renuncian a la razón, pero quieren tenerla a toda costa.

No sé. Igual no he tenido suerte y he tropezado este verano con un número inusual de cretinos, pero no veo por qué habría de ser así. Las secciones de comentarios de las noticias y los foros de opinión, las tertulias radiofónicas o televisivas, los tramos más sórdidos del metabolismo mediático muestran un panorama similar al doméstico, son una réplica uno del otro. La opinión pública es ahora mismo un albañal tóxico, una letrina donde las aguas de manantial, cada vez más escasas, y las negras, cada vez más abundantes, se mezclan a tal velocidad que no hay filtros que puedan evitarlo ni depuradora que sea capaz de separarlas. No es una inundación que viene de fuera, sino del interior de una sociedad a la que le falla estrepitosamente el sistema inmune, supura por todas las heridas y tiene obstruidos los conductos de drenaje. El alud de falsedades, simplificaciones, sensacionalismo y linchamientos mediáticos no hay periodismo independiente, instituciones pedagógicas o mecanismos de verificación que lo frenen. Y la práctica política se ha convertido en la principal fuente contaminante. Unos estimulan el odio y lo usan para catalizar ingentes cantidades de brutalidad contenida. Otros, en lugar de abordar de frente los problemas específicos de la gente, actúan mediatizados por el cálculo político, disimulan su inoperancia promoviendo debates sin sustancia, de los que se hacen cargo unos infalibles e inefables animadores de sala, o se apuntan a la polarización recurriendo a la estrategia del miedo. Todo va a parar al mismo pozo ciego, y entre los más avisados se extiende el triste convencimiento de que lo único que se puede hacer a estas alturas es procurar que cuando la hedionda balsa colapse, el acontecimiento les pille a cubierto.

Sobre este blog

No sabemos muy bien adónde vamos, nunca lo hemos sabido, aunque a veces hemos creído que sí. Pero hasta aquí hemos llegado y desde aquí partimos cada día para intentar llegar a algún otro sitio, procurando no perder la memoria y utilizando el sentido crítico a modo de brújula. La historia —es decir, los que se apropien de ella— ya dirá la suya, pero mientras tanto nos negamos a cerrar los ojos y a dejar de usar la palabra para decir la nuestra. En legítima defensa.

* * * * * *

No sabem ben bé a on anem, mai no ho hem sabut, encara que de vegades hem cregut que sí. Però fins ací hem arribat i des d’ací partim cada dia per a intentar arribar a algun altre lloc, procurant no perdre la memòria i utilitzant el sentit crític a tall de brúixola. La història —és a dir, els que se n’apropiaran—ja dirà la seua, però mentrestant ens neguem a tancar els ulls i a deixar de fer servir la paraula per a dir la nostra. En legítima defensa.

Autores

Etiquetas
stats