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Esperando a los bárbaros

José Manuel Rambla

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No hay Nochevieja que se precie sin reunir unos cuantos buenos deseos y para el nuevo año. Fieles a estas tradiciones, como a la obligación de comer las uvas siguiendo el replique de las campanas de la media noche o la conveniencia de culminar los trescientios sesenta y cinco días con la preceptiva ropa interior roja, no seremos aquí menos e intentaremos formular nuestro pedido de esperanza para el próximo año. Tarea por cierto nada sencilla en la medida en que los cambios legales promovidos en el año que culmina por los ministros de Interior y Justicia, hacen difícil discernir cual de nuestros deseos quedan fuera de la legislación vigente.

Por otro lado, ¿a qué podemos aspirar en unas tierras tan castigadas como las valencianas? ¿Qué podemos esperar del nuevo año arrastrando más de 550.000 desempleados y un centenar de cargos públicos del PP aguardando un juicio por cargos de corrupción o, en el peor de los los casos, un indulto que que les libre de una improbable prisión? ¿Qué deseo podemos esbozar para los próximos meses después de que unas entidades tan poco sospechosas de izquierdistas como la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas hayan alertado de que más de medio millón de valencianos se encuentran por debajo del umbral de la pobreza?

En cierto modo, el País Valenciano hace tiempo que se parece al teniente Giovanni Drogo, aquel personaje de Dino Buzzati que pasó toda su vida en una fortaleza perdida esperando el ataque de los tártaros, esa acción guerrera anhelada que debía transformarle en un militar heroico. Sin embargo, tras pasar la vida entera esperando, aquella jornada gloriosa nunca llegaría. Así, solo cuando su vida militar llegó a su fin y el desencantado Drogo abandonó el puesto avanzado en el desierto, llegaron noticias de que los tártaros habían llegado.

Sí, los valencianos llevamos demasiado tiempo presintiendo que el hecho que debe cambiar nuestra triste cotidianidad llegará tal vez cuando ya sea demasiado tarde. Por eso, si hoy le pedimos algo a 2014 es que, por fin, este año se haga realidad la llegada de los bárbaros. Porque a estas alturas de la debacle, ellos se presentan como la única solución a nuestras desdichas. Y qué otra cosa le podemos pedir al nuevo año que la definitiva llegada de los bárbaros, sea quien sea nuestro incivilizado salvador: un salvaje tripartito o la brutalidad catártica de Xavi Castillo.

Claro que, como en el desesperanzado poema de Kavafis, también podría ocurrir que nos congregáramos todos en el foro para recibir a nuestros invasores y finalmente descubriéramos que ni siquera existen. Eso sería decepcionante. Aunque todavía sería mucho peor llegar a imaginar que los bárbaros llevan años entre nosotros y llegaron con las mejores bendiciones del obispo de Segorbe Casimiro López, satisfecho al constatar que sus hembras traen al mundo nuevos vástagos sanos y libres de las perturbaciones provocadas por los influjos libertinos y sodomitas. Sí, tal vez eso ya haya ocurrido, aunque yo prefiero pensar que todavía no llegaron y aún es posible una mínima esperanza. Por si acaso, esta Nochevieja me vestiré mis mejores calzoncillos rojos y con los ojos cerrados pediré mientras retumban las campanadas, que este año por fin podamos ver a los bárbaros.

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