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Los libros que seremos

Gonçal López-Pampló

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Entre abril y mayo el mundo del libro vive unas semanas de lo más intensas. La Feria de Valencia da el pistoletazo de salida y la de Madrid alarga el acontecimiento hasta las puertas del verano, mientras que Sant Jordi, en medio de la primavera, representa el momento de máxima efervescencia, en especial en Barcelona. Las editoriales nos afanamos a presentar las novedades y proliferan los actos literarios, en el marco de estos hitos, pero también en otros espacios y contextos. La prensa se interesa más que nunca por el mundo del libro, de forma que aquí y allá editores, escritores, ilustradores, traductores, libreros, etc., expresan su opinión sobre el tema. Yo mismo, sin ir más lejos.

Entre los diferentes aspectos que suelen tratarse está la idea que se publican más libros de los que haría falta. En general, esto lo dice todo el mundo, excepto los editores. Que publicamos mucho es innegable; si publicamos demasiado, no lo sé. Un hecho cierto, y a menudo frustrante, es que no publicamos todos los originales que nos llegan, ni mucho menos. Con esto quiero decir que buena parte de la energía creativa que existe no se puede canalizar por falta de posibilidades: en algunas ocasiones el original no se adecúa a nuestras líneas de trabajo o no tiene las características cualitativas que deseamos, pero otras muchas veces lo tenemos que rechazar porque, sencillamente, no podemos asumir más proyectos. Sólo esta constatación ya nos tendría que hacer reflexionar sobre este hipotético exceso. Esto me recuerda una afirmación de Pedro Salinas en un volumen de ensayos que siempre estoy releyendo, La responsabilidad del escritor y otros ensayos: «La obra valiosa significa que en el mundo hay algo más, un nuevo organismo, poema o catedral; es un aumento de haber». Es difícil discernir qué es «la obra valiosa» de que habla Salinas, pero es incuestionable que el editor contribuye, si es honesto, a este «aumento de haber».

Podríamos plantear la cuestión desde otro punto de vista. Las personas que somos lectores habituales y, por lo tanto, compradores frecuentes de libros, ¿compramos demasiados libros? Si sumamos los volúmenes que tengo en casa y los que hay en otros domicilios familiares que forman una sola biblioteca, estoy seguro de que ya tengo más libros de los que nunca podré leer. Osaría decir que hay tantos que ni siquiera me los acabaría si consagrara mi jornada laboral a su lectura. Quizás exagero. En cualquier caso, estoy servido para mucho tiempo. Y, aun así, durante estas semanas compraré libros nuevos, novedades o títulos de fondos que me recomendarán los libreros en quienes confío. ¿Por qué lo hago? ¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué pecamos –si se puede decir así– por exceso?

Un día, conversando con Josep Manuel Fenollosa, uno de mis compañeros en Bromera, me planteó la cuestión de una manera que yo no había sabido ver: «los libros que tienes en casa, tu biblioteca personal, son un proyecto de lectura, es decir, un proyecto vital; no sabes cuándo los leerás, pero los tienes a la espera de encontrar el momento propicio: son, potencialmente, una vida que todavía no has vivido». Me reconforta esta idea: los libros que no hemos leído todavía son, de alguna manera, los libros que seremos.

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