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Ser mujer no mola

Patricia Canet

En unos días se celebrará el día de la mujer como se celebran todas estas efemérides, con sobredosis de demagogia, populismo, hipocresía y por supuesto, el indispensable cuarto jinete del apocalipsis, ignorancia. A partir de aquí ya pueden empezar los aspavientos e indignaciones varias que traten de acusarme de ir en contra del feminismo.

Para empezar, diré que ser mujer no mola. En mi contra se alzarán ridículas vanidades aglutinadas en mensajes en cadena que circulen por las redes sociales: el orgullo de ser mujer, el poder que ejercemos sobre los hombres, nuestra superioridad emocional y/o intelectual y otras mierdas por el estilo. Y habrá gente que se lo crea. En fin, como dijo el gran filósofo-torero, “hay gente pa tó”.

A excepción de los anuncios de productos fitosanitarios para la menstruación, ser mujer en este mundo es bastante jodido porque las reglas del juego, las únicas que tenemos, las han inventado ellos para oprimirnos a nosotras. Tan sencillo como eso. No veo donde puede estar el orgullo en esa situación. Debe ser que los mensajes en cadena de Whatsapp conceden ciertos conocimientos privilegiados que mi pueril mente no es capaz de alcanzar. Y ya si te pones una foto reivindicativa de perfil llegas a un compromiso con la causa que ni Nelson Mandela en sus años mozos.

A lo que iba, otro día haremos una incursión en Hipocresialandia. Ser mujer no tiene nada de divertido para el mayor porcentaje de nosotras, las que viven en países subdesarrollados, del Tercer Mundo o como se les quiera llamar, un infierno es siempre un infierno. En los lugares donde la mitad de la población es ninguneada y tratada como propiedad, no hay día de la mujer que valga. Realidades como la prostitución forzada, la explotación laboral o su misma venta han llenado tantas imágenes de nuestra retina que ya somos práctica y horriblemente indiferentes a cuantas palabras nos hablen sobre el tema, incluidas estas mismas. Vida convertida en muerte en vida porque la casualidad ha querido que nazcas mujer. Esa es su puta desgracia.

Por aquí, presuntamente (oh, divina presunción), las mujeres occidentales tenemos la suerte de no vivir todas esas miserias. Aún así, nuestro panorama tampoco es muy halagador. Nada que ver con la irreal imagen de mujer gloriosa, todopoderosa y omnisciente puesta a la venta en cualquier conversación. Ay, si algún cristo me oyera blasfemar. Aquí somos sumisas, lo queramos o no, luchemos contra ello o no, de unos estereotipos que nos vienen de serie, de un rol de género que a mí particularmente me jode desde que oí la estúpida frase de “pero si tú eres una chica, ¿cómo vas a hacer eso?”.

La etiqueta de mujer como esposa y madre todavía cuelga de todas nuestras ropas, hecho que se perpetúa en el tiempo no sólo por los hombres sino, lo que es peor, por las propias mujeres, quienes curiosamente en no pocas ocasiones son las más firmes defensoras de su propia infravaloración. Mujeres que ven el día de la boda como la máxima materialización de la felicidad, únicamente superada por la llegada de la camada. Y de repente vas tú, les dices que existen otras formas de pensar la vida y te acusan de poco menos que antinatural por no tener instinto maternal. En esos momentos, te conviertes en “la otra”, la que va contracorriente, la radical, la que no entra en sus cortas miras por su corta capacidad de comprensión. Salta a la vista que estoy describiendo mi propia experiencia extraída de una reunión de mujeres donde en cualquier momento puedo decir que no quiero tener hijos. Sólo diré una cosa para describir el ambiente: ríete tú de Guantánamo.

Las mujeres hacen eso, pero los hombres no salen mejor parados. Resulta gracioso verles a ellos defender a la mujer llenándose la boca con la más absurda corrección política. Me gustaría saber cuántos de ellos después llegan a casa y cogen la fregona. Lo siento, ya lo he vuelto a hacer, que los estómagos más agradecidos excusen mi radicalismo.

Otro de los roles con que hemos de convivir y que más daño nos está haciendo es el que dibuja a la mujer como objeto de deseo, como objetivo de conquista al más puro estilo animal. Ellos lo ven normal y nosotras lo normalizamos. Una conversación de amigas en la que una de ellas cuenta que le ha pedido un cita a un chico y que salga la palabra valiente. Eso no es normal. Pero pasa continuamente. Entonces, ser mujer se convierte en ser un ser pasivo que debe contonearse para llamar la atención del macho alfa. Eso ha quedado muy de documental de la 2, pero no por ello es menos cierto.

Quizá mis palabras hayan quedado ancladas en la España profunda. Puede ser. También es cierto que estamos cambiando algo, no demasiado en mi opinión y menos si la ley del aborto del neandertal de Gallardón sale adelante. Sea como sea, lo que he tratado de dar es mi versión de los hechos sin tratar de forma pretenciosa y orgullosa el aleatorio hecho de ser mujer.

Soy mujer, vivo en un mundo hecho por y para hombres y eso no mola. Lo que sí mola es luchar contra ese mundo.

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