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Si no te nombran, no existes

Laura Vilanova

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Ana trabaja ocho horas al día en una oficina. Su marido, Julián, sale un par de horas más tarde que ella. Entre los dos ingresan unos 1.500 euros limpios al mes. Tienen dos hijos en edad escolar, una hipoteca, un coche que necesitan para trabajar y poco más. Los padres de Julián les llenan el frigorífico a final de mes y los de Ana colaboran en los 700 euros de hipoteca con parte de su pensión.

Leo vive con sus padres. Tiene 30 años y trabaja en una tienda los fines de semana. Entre semana da clases particulares y en verano es monitor en una piscina de lunes a viernes. Un mes por otro, ingresa unos 600 euros.

Ni Ana ni Julián ni Leo están en las listas del paro. Trabajan. Tienen empleo. Pero ninguno llegaría a fin de mes sin la ayuda de su familia.

Conozco y seguro que tú también (si no eres uno de ellos) a muchas Anas, Leos y Julianes. Amigos, vecinos, familiares que viven al límite, a pesar de que trabajan. Algunos muchas horas, otros en jornadas reducidas, con contratos por horas, como autónomos ganando apenas para pagar el alta, combinando distintos empleos en los que se dejan medio sueldo en transporte y la salud en las prisas, en el estrés. Con complicados horarios que les impiden llevar a sus hijos al colegio y que obligan a los abuelos a estar al pie del cañón para recoger a los nietos, darles de comer, devolverlos al cole, ayudarles con los deberes. Ana, Leo y Julián no están en paro, pero no pueden permitirse pagar el comedor escolar ni las actividades extraescolares. Mucho menos un viaje en vacaciones o una fiesta con los amigos. Forman parte de esos españoles que, según el PP, acarician la salida de la crisis. Esos hombres y mujeres para los que “lo peor ya ha pasado”.

Durante la Navidad he visto de todo. Calles comerciales llenas de personas comprando como si fueran a prohibirlo. Esas mismas calles salpicadas de indigentes –muchos, demasiados- vestidos de Papa Noel, de Rey Mago…estirando la mano para ver caer algún euro perdido. Pero no he visto a Ana, ni a Leo ni a Julián en esas calles comerciales…

Porque Ana, Julián y Leo son invisibles. No participan del consumo compulsivo de las navidades. No alargan la mano en la entrada de las tiendas pidiendo un euro para comer. No están en las listas del paro. No forman parte de ninguna estadística. Y ya se sabe…si no te nombran, no existes.

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