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Te cambio Valencia por Alicante

Laura Vilanova

El martes escuché en ‘La Ventana’ el testimonio de una mujer de 50 y pocos años, casada y con un hijo, que sobrevivía (o lo intentaba) con 350 euros al mes. Su hijo se había ido a vivir con sus tíos para poder comer, ducharse y llevar una vida más o menos normal. Mientras, ella decía que estaba más gorda que nunca porque comía a base de pasta, patatas, arroz y más pasta, más patatas, más arroz. Hasta 2010 su vida era como la de cualquier otro: un piso en alquiler, un coche pagado, un trabajo…pero desde entonces no ha levantado cabeza.

Ese martes todavía resonaban en mis oídos los ecos de esa canción de estribillo machacón ‘Hay un gallego en la luna’ que no me puedo quitar de mi cabeza desde que oí la comparecencia de Rajoy del lunes. Esa en la que habló de problemas de comunicación (siempre la paga el mensajero).

El mismo día, el Instituto Nacional de Estadística (INE) hacía públicos los indicadores de pobreza y alertaba de que los ingresos en los hogares españoles volvían a caer en 2014 y que el riesgo de pobreza se incrementaba, principalmente en los hogares monoparentales y entre los niños.

Y con todo ese cóctel en mi cabeza, esperanzada por el comportamiento de los ciudadanos el domingo, me propongo escribir este artículo. Es difícil. Se lo aseguro. Porque no dejo de escuchar y leer testimonios de nuestros futuros dirigentes (los ganadores) y de los que ya no lo serán (los que han perdido) y me da mucha vergüenza. Los que se van porque a la cara dicen una cosa y en sus conversaciones privadas –captadas por oportunos micrófonos- hablan de la cruda realidad: de la ‘hostia’ que les han dado los electores. De los que han ganado porque nadie quiere ser segundo plato y ya empieza el temido intercambio de cromos. Tú a Boston y yo a California. Te cambio la Alcaldía por la Presidencia…Valencia por Alicante…Castellón por… ¡qué sé yo!

Creo que los ciudadanos sólo pedimos cordura, diálogo y pactos a largo plazo que permitan construir políticas educativas, sanitarias… que permitan que los niños nacidos o criados en este nuevo panorama coman a diario (y no sólo patatas, arroz y pasta), reciban una educación coherente (sin reválidas absurdas), tengan opción a aprender valores éticos y la lengua de su comunidad en los centros escolares, tengan un lugar al que volver del colegio y llamar casa… ¡vamos, lo que puede parecer habitual, pero que no lo es tanto!

Siguiendo el ejemplo de Rita Barberá y para que no haya problemas de comunicación: ¡Por favor, no la vayan a cagar ahora!

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