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CV Opinión cintillo

Gimeno Sacristán, un sabio de la Pedagogía

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Hay profesores –los menos- que por sabiduría y ética dejan una impronta ante sus alumnos y ante la sociedad que les convierten en ejemplares, y a su obra en imperecedera y fecundadora de otras (a veces incluso crean escuela). Se me ocurre citar, por ejemplo, al humanista Gregori Maians, a los naturalistas Cavanilles, Rafael Cisternas, o Arévalo Baca, al historiador de la Medicina José María López Piñero, al lingüista Sanchis Guarner, al historiador Joan Reglà. El caso de Joan Fuster es paradigmático, pues consigue la catedra después de toda una vida investigando en solitario. Todos ellos han dejado huella, han sido humanistas y auténticos pensadores.

Se acaba de publicar el libro “Lectores y lecturas de José Gimeno Sacristán”, quizás el único pedagogo español, catedrático jubilado de Didáctica y Organización Escolar de la Universitat de València, con teoría propia y decenas de libros sobre la teoría de la enseñanza, el desarrollo del currículum y la didáctica general. El libro es un homenaje de múltiples pedagogos de diversos países ante la concesión a Gimeno Sacristán del premio del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales “por su influencia intelectual en educación en América Latina”. Sin duda se lo merecía, pues había dado conferencias y dirigido tesis doctorales a muchos pedagogos de la otra parte del océano Atlántico, en justo contrapeso al acogimiento que maestros y otros exiliados, tras la Guerra Civil española, recibieron allí huyendo del genocida Franco.

Hay una cosa que demuestra la pasión y el compromiso de Gimeno Sacristán por la educación pública, y es que, siendo el catedrático más joven –rompedor en una facultat que, en el título de Ciencias de la Educación, olía, en los años 70 y principios de los 80, a incienso y pura endogamia- nunca se durmió en los laureles. Demostró que se tomaba muy en serio su profesión: cada año publicaba un libro con nuevos aportes y enfoques de su materia que no se habían hasta entonces tratado. Y más todavía: ya jubilado continúa publicando sin repetirse. Y siempre interesado en ser un hombre con influjo por su saber y convicciones, participó en numerosas revistas científicas y eran habituales sus artículos en El País.

Nunca se apoltronó, como tantos profesores de la universidad. Conste que pienso que hay dos soluciones, entre otras, a la universidad española: cerrar el timo de las privada s, y prohibir el funcionariado: el sociólogo Josep Vicent Marqués me comentó años antes de morir que Fernando Savater, Javier Sádaba y él mismo hicieron un manifiesto contra la funcionarización del profesorado universitario y que no quiso firmar nadie. Digo esto porque en aquellos años, paradojicamente, bastante profesorado monjil, siendo como eran de Pedagogía, daban las clases dictando literalmente al alumnado que copiaba aburrido teorías y metodologías –que daban como modélicas- absolutamente contrarias a las utilizadas por ese mismo profesorado para enseñar. Había un aprovechamiento inmoral de trabajos del alumnado hurtados como propios, y el corta-pega copión, y los refritos, y la enumeración al final del trabajo de decenas de autores que no habían citado, y viceversa para camuflar su plagio, y fraudes de investigaciones… Una vergüenza. A ello se unía el no aportar en sus artículos nada nuevo, ningún avance y sí mucho hartazgo. Fusilaban textos de otros autores sin citarlos. Presencié una tesis doctoral en la que estaba solo de público, y al acabar la doctoranda enchufada su exposición, el presidente amigo del tribunal dijo: “Bien, creo que no vale la pena que digamos nada, vámonos a comer a la playa” (la tesis estaba íntegramente y sin rubor plagiada). También en Psicología ocurrían estas cosas, al punto que era un secreto a voces que a un catedrático conductista se le habían descubierto dos libros de EEUU literalmente plagiados. No era muy ejemplar, ni había sabiduría en la universidad franquista, ni en la de la transición, ni cuando ganó el PSOE las elecciones. Recordemos también la huelga de los profesores no numerarios que en bloque y sin pasar por ninguna prueba selectiva forzaron a que se les colocarse de por vida… y lo consiguieron.

Gimeno Sacristán no era de esa fauna. Nunca apostó por la endogamia, ni fusilaba textos, ni dictaba literalmente las clases convirtiéndolas, como tantos, en somnolencia. Aunque parecía retraído y seco, en las distancias cortas era afable, humilde, y hasta escéptico (si bien en los debates en congresos defendía sus posturas con razón y aplomo… y con fina ironía inglesa).

En su primer libro, Teoría de la enseñanza y desarrollo del currículo, mostraba ya con claridad y profundidad –amparado epistemológicamente en Mario Bunge- la estructura básica del proceso enseñanza aprendizaje. Fundamentó siempre sus postulados pedagógicos en psicólogos cognitivistas como Jean Piaget o Lev Vygotsky, en sociólogos como Pierre Bordieu, o en pedagogos críticos que gracias a él llegaban a España como Michael W. Apple, Henry Giroux, Peter McLaren, Paulo Freire, Stenhouse... Insistía en que la Pedagogía era una ciencia entre humana y social que bebía inevitablemente para fundamentarse y justificarse de otras muchas ciencias (Psicología, Biología, Sociología, Antropología… y hasta Medicina y Psiquiatría). Creó un departamento de gente inteligente y progresista. Criticó los neologismos de la educación utilitarista y mercantilista del neoliberalismo: la “excelencia”, la “instrucción financiera” como materia de bachiller… destrozó con razón la LOMCE de Wert. Desenmascaró el modelo curricular conductual clásico que encorsetaba el proceso de enseñanza aprendizaje (la programación por objetivos operativos ‘milimétricos’) y convertía al profesorado en plebeyos de la inspección administrativa cercenando la poca libertad de cátedra que tenían. Gimeno Sacristán defendía una programación procesual que tuviese en cuenta a cada alumno concreto, y que el propio profesorado con una evaluación continua convirtiese cada clase en una investigación-acción que retroalimentándose fuese hallando errores y fundando nuevos aciertos metodológicos.

Para él, el currículo es la expresión de la función socializadora de la escuela y elemento configurador imprescindible para comprender la práctica. En él se entrecruzan componentes y determinaciones muy diversas: de innovación pedagógica, políticas, culturales, administrativas, económicas, productivas de diversos materiales, de control del sistema escolar… Así, Gimeno desglosa, reflexiona y pondera ocho subsistemas o ámbitos en los que se expresan prácticas relacionadas con el currículo y su peso e interdependencias. Al tiempo fue profundizando más y más en el tema del currículum, la atención a la diversidad y la inclusión escolar, la educación por competencias, las metodologías, los contenidos… inaugurando todo un campo de investigación pedagógica en donde Los saberes e incertidumbres sobre el currículum, y la Didáctica cobraba mayoría de edad epistemológica. Y siempre remarcando la impostura cientifista de los pedagogos tecnólogos y conservadores. Gimeno discurría con un modo teórico-práctico y experiencial de hacer Pedagogía, construyendo conocimiento pedagógico manteniendo un contacto verdaderamente significativo con la realidad de la educación, para comprenderla y transformarla. Obviamente, también reflexionaba y especulaba sobre el sentido de la educación o el futuro de la cultura. Además de sus libros más ‘académicos’ Gimeno escribió libros en defensa de la enseñanza pública, o jugosas investigaciones y reflexiones nunca realizadas como “El valor del tiempo en educación”, o “El alumno como invención”, donde biología, historia, antropología, psicología, pedagogía y sociología se entrelazan. Creo que, culto y admirado como es más allá de nuestras fronteras, es también un humanista, un pensador.

No obstante, y con toda la sincera modestia que debo, reconozco que no coincido en absoluto con José Gimeno Sacristán cuando en una conferencia declaró que eso de “aprender a aprender” le parecía una tautología. NO: Ya expliqué sobradamente en este diario y en un provocativo artículo contra los reaccionarios antipedagogos (Pedagogía versus Filosofía: La competencia de“ aprender a aprender”) que no es una absurda redundancia “aprender a aprender” y que es una muy necesaria competencia metacognitiva. Quisiera añadir que ya en 1984 el pedagogo Joseph D. Novak del Instituto de Cognición Humana de Florida publicó un libro titulado Aprendiendo a aprender. Y una de las mentes más lúcidas, el sociólogo y filósofo Edgar Morin, autor de los libros “Los siete saberes para una educación del futuro” (2000) y “Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación” (2016), defiende como fundamental el concepto, y dice: “Hay que aprender a aprender, es decir, aprender a la vez separando y relacionando, analizando y sintetizando, a considerar los objetos no ya como cosas encerradas en sí mismas, sino como cosas que se comunican entre ellos y con su entorno, formando dicha comunicación parte de su organización y de su propia naturaleza. Hay que superar la causalidad lineal de causa-efecto, para aprender la causalidad mutua, interrelacional y sus incertidumbres”. Es decir, abundando en las razones de mi artículo, aprender a aprender es la habilidad y la disposición para adaptarse a nuevas tareas mediante la activación del compromiso para pensar la complejidad, y una perspectiva a través del mantenimiento de la autorregulación cognitiva y afectiva de la actividad de aprender. O como señaló la UE: “Aprender a aprender incluye la conciencia de las necesidades y procesos del propio aprendizaje, la identificación de las oportunidades disponibles (…) Aprender a aprender significa que los estudiantes se comprometan a construir su conocimiento a partir de sus aprendizajes y experiencias vitales anteriores con el fin de reutilizar y aplicar el conocimiento en una variedad de contextos”. Tengo que finalizar reconociendo la deuda con el gran pedagogo que es Gimeno Sacristán… que conoce el conocimiento, aunque no sepa aprender a aprender.

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