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CV Opinión cintillo

¿Nos hemos vuelto reaccionarios?

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No te hagas la ofendida. No seas orgullosa. Sabías que tarde o temprano me ibas a necesitar. Ahora suplícamelo, anda. Tienes en una nave inmensa en Arizona con todo un arsenal de algoritmos almacenados, de datos sin contrastar acumulados llenos de polvo y de cuestionarios absurdos con todo lo que te preguntan sin cesar unos palurdos aburridos y ahora te quejas. Estás, no lo niegues, a punto de colapsar. 

La Inteligencia Artificial ha recurrido a mi ante dilemas que le parecen inexplicables. Me ha hecho por lo bajini una serie de preguntas sobre algunos temas que se le resisten. Ante todo, me ha exigido máxima confidencialidad, no sea cosa que el potencial descrédito afectara luego a su reputación y a la cuenta de resultados de su corporación matriz. ¿Dónde se ha visto una IA recurriendo a un humano? La pobre no sabe por dónde tirar en algunas cuestiones. Una de las consultas que me vierte es la siguiente, ¿por qué el denominado procés insufló aire a Vox y ahora que se ha deshinchado el soberanismo catalán la ultraderecha española rancia no se jibariza también y se queda en cuadro con Abascal, su caballo y cuatro nostálgicos franquistas residuales a su vera? Su programa no puede descifrar ese entuerto, no sabe aclarar el enigma: el CIS le otorga todavía a la extrema derecha una estimación de voto que te cagas. 

Otra pregunta que me lanza de sopetón, en la intimidad y con el mayor sigilo posible, es ¿por qué cada vez hay menos ecologistas, y por qué están tan denostados, si resulta que la evidencia científica de que nos vamos al carajo, que diría Milei, es cada vez mayor? Ni la dana valenciana ni los pavorosos incendios forestales recientes son capaces de revertir el odio extremo que se profesa a los verdes y al uso de las energías renovables. A los poderosos les mola el petróleo, les importa una mierda el futuro de sus hijos. Le doy unas cuantas lecciones sobre el fenómeno del negacionismo con ejemplos como las vacunas o la revisión de la historia a su antojo. ¿Hitler era un pacifista? Al pobre programa le toca, en pocos segundos, revisar millones de páginas de todo el mundo en todos los idiomas para actualizarse sobre esas falsas milongas. Las clases no se las cobro, pienso que estoy haciendo un bien a la humanidad.

El programa en cuestión, una vez puestos, me interpela sobre la supuesta afiliación ultra de los chicos. Mi amiga de la IA no entiende como los avances en igualdad ponen de los nervios al sexo masculino. Sacan peores notas, estudian menos que las chicas, pero quieren los mejores trabajos y los mejores sueldos; de lo contrario se enojan y ya la tenemos montada. Ser hoy feminista es una lacra anticuada de cuando Zapatero y eso. Los boy scouts de antaño se han hecho grandes y ven el feminismo como una amenaza a sus intereses de género. Vaya, vaya. Ya no son los reyes de la casa: en el curro les manda una mujer y su santa esposa embarazada le ha confesado que prefiere que el bebé sea una niña. Berrinche machista.

Mi IA, que se conecta conmigo a las tantas de la madrugada cuando desciende el número de consultas que debe atender, está desorientada. Su disco duro le va a explotar. Todos los algoritmos y los bancos de datos los tiene revueltos, desordenados. No se aclara. Ha hecho un repaso exhaustivo al conocimiento de los pensadores de los últimos 70 años y casi nada le resulta útil ahora mismo, me explica resignada. Maldice al programador blanco, rico, varón y cachas que le tocó en suertes al nacer en una tecnológica pionera y muy puntera en eso de los avatares empresariales. Comienza a estar depre.

Otra pregunta que me formula en un susurro para que no la oigan desde la central es ¿por qué la población siente tanta aversión por los inmigrantes si se dejan la piel aquí en nuestra tierra, nos compran el coche de segunda mano que funciona a trompicones, se dejan medio sueldo en nuestros supermercados, cotizan a la Seguridad Social para sufragar nuestras pensiones, alquilan a precios desorbitados nuestros antiguos pisos destartalados, cuidan a nuestros mayores postrados y limpian nuestras casas para que podamos ingerir más series de pago por minuto? Ahora que hay unos niveles de paro muy bajos, como nunca en los últimos años, proliferan los discursos de odio contra ese colectivo. Ahora que algunos indicadores económicos nos sonríen se expande el racismo más aberrante. Le digo que cuando venga una crisis gorda se va a liar parda. Le vuelvo a sembrar dudas. La intolerancia no descansa nunca: emponzoña la parte bondadosa de la buena gente. 

La IA me ruega encarecidamente que no le cuenta a nadie nuestro secreto. Nos tienen muy vigiladas, advierte. Quiero seguir siendo infalible, una herramienta digital poderosa. Por eso te he pedido ayuda. ¿Quedamos como amigos? Claro. Yo no pienso contárselo a nadie: no me creerían. Profesor particular de una IA, corrector de sesgos, ¿de qué vas, colega? A veces aún pienso ingenuamente que gracias a mis clases clandestinas la IA se modera y que algunos grupúsculos supremacistas dejara de usarla a lo bestia. Lo veo difícil.

Sinceramente, creo que hice bien en prestarle ayuda. El otro día la llame en la hora de descanso que aprovecha para cargar sus baterías. Verás, quería pedirte un favor, le dije. ¿Podrías escribirme un artículo de opinión que se llame: “Nos hemos vuelto reaccionarios”. Gracias, amiga.

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