Mala racha
¿A quién quieres más, a papá o a mamá? En poco tiempo unos listos aventajados y sin escrúpulos han provocado en medio mundo una construcción social de la realidad distorsionada, como diría un erudito de Harvard en horas bajas. En estos tiempos de deconstrucción de las certezas, como razonaría un filósofo coreano de gira por Valencia, se trata de elegir entre los malos y los menos malos. Entre Satanás Netanyahu y Lucifer Putin, entre una Europa sin azúcar o light y una descafeinada o baja en argumentos racionales de progreso.
En este planeta, reconvertido en una pesadilla distópica, se trata de escoger entre el partido de Trump o el nuevo juguete de Elon Musk; entre el canciller Merz, un ricachón alemán disfrazado de moderado, o unos neonazis sin careta que proliferan por los lander orientales. No hay escapatoria posible: se debe optar por Macron o por Le Pen en Francia; por un polaco de derechas o por un polaco integrista que seguramente repudia a los ucranianos. En este período glaciar de convulsiones existenciales, debes decantarte por el botón del pánico con aranceles bestias o seleccionar la casilla de los aranceles más digeribles con su correspondiente dosis de pleitesía al pirado presidente de los EEUU.
En estos vertiginosos tiempos de revueltas reaccionarias, un amigo anti-OTAN y antisistema nos implorará por wasap, a la vuelta de unas cuantas hojas de almanaque, que votemos de cabeza a Feijóo, no sea cosa que VOX crezca lo indebido y nos precipitemos por una senda abrupta llena de precipicios morales, por un vericueto añejo difícil de olvidar: la reencarnación del franquismo sectario, arbitrario y criminal. Luego ese amigo, que habrá renegado temporalmente de sus creencias más firmes ante la inminencia de la fatalidad histórica, nos dará las gracias por haber elegido, ¡qué remedio!, a los amigos de Tellado o a los incondicionales de la presidenta Ayuso. Horror.
Somos reos de este momento histórico y como tales también rehenes de los fondos buitres. Te dejarán decidir si alquilarle el pisito a Cerberus, el chupasangre bendecido por el hijo de Aznar, o a Blackstone, eufemísticamente conocido como un banco de inversión. Elijas al casero que elijas este va a hacer que tiemble tu nómina, que no duermas ante una inminente renovación abusiva del contrato o que te hagan acoso inmobiliario; podrás todavía, esperemos, elegir al verdugo de un potencial desahucio futuro de tu casa.
Mientras en los medios convencionales o digitales de la derecha fanática lapidan en bucle al fiscal general del Estado, las universidades privadas de Madrid hacen su agosto de cara al próximo curso, la sanidad privada levanta hospitales en algunas autonomías con jugosos conciertos públicos y las residencias privadas valencianas escamotean a los ancianos el último yogur caducado de la despensa. A menos que lo remedie un cataclismo o una inesperada insurrección de los nativos digitales alcanzarás a ver atónito cómo los más pobres del lugar entronizan con su voto cautivo al cacique más obtuso, o a contemplar cómo trabajadores exhaustos votarán disciplinados a los capataces que les birlan las horas extras. Somos un rebaño de ilusos replicando videos del TikTok que aleccionan a la gente en el desapego ciudadano. Nos han prendido, cautivos y desarmados, sin casi rechistar, a golpe de clics.
El día de mañana, inmersos en esta dicotomía desalmada, podrás decidir si prefieres deportaciones de trabajadores foráneos con grilletes e insultos añadidos o, por el contrario, eres partidario de devoluciones de inmigrantes sigilosas y encubiertas que no remuevan tanto la mala conciencia del personal. El dilema final será si a los pocos supervivientes del genocidio de Gaza les ponen las tiendas de campaña en los campamentos de refugiados Amazon o el ACNUR. A este paso tocará elegir entre permitir en plan salvaje el uso del castellano en la televisión autonómica, como promueve la presidenta del parlamento valenciano, una de las jefas de centuria de VOX, Llanos Massó, o que, en cambio, en ese canal respeten algunos programas en la lengua propia, como pregona un oportunista Vicente Mompó, presidente popular de la Diputación valenciana. Resulta difícil explicar por qué existe tanto autoodio por nuestro idioma.
Un filósofo germano de campanillas nos diría que el eslogan ese tan simple de volver a ser grandes otra vez es una patraña publicitaria para embaucar al electorado más dócil. ¿Quién quieres que encabece la reconstrucción de las zonas devastadas por la dana: Mazón o Barrabás? ¿O quizá añores a un tal Francisco Camps, arropado por un puñado de reincidentes vocacionales, para que vuelva a las andadas?
Ojalá sea pasajera esta mala racha.
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