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CV Opinión cintillo

Make Spain sanchista again

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¡Hagamos que vuelva el sanchismo! No descartemos ese grito de guerra de aquí a unos cuantos años. Puede que para entonces nos asalte la morriña del 2025. ¿Quién sabe? Puede que no sea tan descabellado. Hay aficionados a la meteorología, con reminiscencias ecologistas, que pregonan que debemos darnos con un canto entre los dientes por los veranos tan plácidos que tenemos respecto al mañana más inmediato: las noches del futuro en vez de tórridas serán infernales y el calor abrasador permitirá cocer huevos a la intemperie. Con el ciclón político devastador puede pasar otro tanto.

Deberíamos relativizar muchas cosas. Quizá todo vaya a ir a peor. Para eso basta repasar los aranceles distópicos de Trump, otear de lejos las páginas salmón de los periódicos o comprobar los recortes sociales que se avecinan, esbozados recientemente a regañadientes por Francia o Alemania, que incluyen las pensiones, o lo que eufemísticamente denominan jubilación activa. Quizá no estemos preparados del todo para el mañana y nuestros nietos aún vivan peor que nuestros hijos, y así sucesivamente, generación tras generación. Mal rollo. Pero, por el contrario, en un corto plazo de tiempo podríamos añorar la coyuntura actual: hay más trabajo que ayer (muy raro), las subidas de pensiones son más jugosas que antes (extraño), hay más ayudas sociales per cápita (anómalo), el crecimiento económico, dicen, es mayor que en el resto de Europa (insólito) y tenemos una proporción alta de energías renovables. También se puede alegar lo contrario: que los pisos son prohibitivos, que las vacaciones cada vez duran menos días, que los trabajos son exhaustos, que los precios suben por encima de nuestras posibilidades y que los móviles trastornan a pequeños y grandes.

La oposición se ensaña con Sánchez, al que le achacan todo. Todo es todo. Le critican que vaya al cine, y al mismo tiempo le critican que no salga de la Moncloa para no oír en directo los deleznables insultos personales. Niegan el genocidio gazatí, pero le recriminan al instante que use las denuncias contra Israel para ganar votos. El mercado mediático patrio está sobresaturado de críticas y agoreros. Aunque también podríamos vaticinar lo contrario: en unos pocos años podríamos echar de menos al señor Sánchez y a su ministra de Trabajo.

Cuando miremos para atrás por el retrovisor de la historia, veremos la etapa del sanchismo como un oasis de cierta prosperidad (sobre todo para los ricos del Ibex), de bastante tolerancia en relación a la censura impuesta en los EEUU, de reformas sociales audaces y de más cosas. Justamente las contrarias a las que pregona con saña la ofuscada presidenta madrileña, una señora atacada por el virus de la incontinencia verbal a la que solo le falta una red social propia como Trump: “Ayusoveracity”, para poder monetizar sus diatribas, ahora que su novio anda vigilado de cerca por el fisco y cuestionado por los contratos sanitarios.

Nos puede ocurrir como a algunos alemanes nostálgicos que evocan ahora a la señora Merkel o como a muchos americanos que dentro de un lustro recordarán cuando las vacunas servían de algo, cuando las universidades enseñaban cosas de provecho, cuando los latinos eran vecinos gentiles y no escoria y cuando el racismo estaba mal visto. Quizá nos pase lo mismo. El “haz que vuelva Sánchez” o algo parecido será una consigna que se cuchicheará en las comidas de empresa. Algún emprendedor atrevido hará merchandising y gorras con la leyenda del movimiento MSSA: Make Spain Sanchista Again.

Suposiciones. No querría ser cenizo, pero igual el MSSA no cuaja, porque el nuevo paraíso prometido será un enclave autoritario, atestado de multas y vetos, como ahora que se prohíbe la exhibición de banderas palestinas en los coles de Madrid o a autores catalanes en libros de texto de por aquí. A ese negro futuro se llega gracias a la animadversión que nos hacen sentir por los inmigrantes, por la enemistad que ahora hacen crecer entre millennials y boomers, por la repulsa que siembran hacia las políticas de igualdad o por la carga negativa con la que abonan el pago de impuestos. Todo ello muy simplista y pagado por un fondo buitre desairado o alentado por una influencer tontita de Tortosa.

Espero ser un mal pitoniso amateur y equivocarme con el presagio de que los nietos, bisnietos y tataranietos las pasarán aún más canutas que sus padres y sus abuelos respectivos. Busquen a una vidente cualificada a ver si les confirma la restauración del sanchismo o algo similar a la vuelta de la esquina del futuro.  

Feliz día de mañana.

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