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CV Opinión cintillo

Apaga y vámonos

El maestro Joan Soler, víctima de la “titulitis”

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Uno de los mejores guitarristas de jazz españoles, Joan Soler, valenciano de Valencia, ha dejado de enseñar en el conservatorio Joaquín Rodrigo después de ocho años. Gestores obedientes y políticos reñidos con la lucidez han decretado que un título es superior a la maestría: a la maestría que otorga la sabiduría y la experiencia. Como el mejor guitarrista de jazz valenciano carecía de título, o documento, o papel timbrado, o lo que sea, pues lo han apartado de los pupitres, sustituyéndolo por otro guitarrista en posesión de título, o documento, o papel timbrado, o lo que sea. No se trata de un caso particular, claro: define una lógica general un tanto pánfila. Dicho a lo bruto: un documento con un cuño estampado en el papel es más relevante que la enseñanza que ofrezca un maestro ilustre. Si se lo dicen a Thelonius Monk aún está alucinando. Y si estiramos esa línea argumental en la esfera artistica -y en la enseñanza del arte- deberíamos notificar con papel timbrado hasta la primera pincelada de Las señoritas de Avignon, no digo ya la transmisión pública de cómo sucedió el instante de la pincelada o el desarrollo futuro de la obra. Una barbaridad, vamos, infecta de burocracia. Lo que nos vienen a decir es que no importa la excelencia en el trasvase del saber. Importa que el profesor cumpla escrupulosamente con las reglas ordenadas por el sujeto administrativo. El político ya se puede ir a dormir tranquilo. Todo atado y reglado, nada abandonado al azar de la magnificencia. Analizar cada episodio en particular da mucho trabajo.

Y tampoco es que importe la naturaleza del episodio. ¿O es que acaso hablamos de un cirujano que interviene a la gente sin haber aprobado los estudios de medicina? No. Hablamos de las artes y las letras, donde sería necesaria una mayor elasticidad en el trasvase de los conocimientos a fin de privilegiar la celebridad o eminencia. Pero así vamos, claro. Contra toda razón lógica. Stravinski no habría podido ocupar la Cátedra de Poética Musical en Harvard en el 39 del siglo pasado, tras salir de Europa. Einstein era un mero empleado de la oficina de Patentes y se graduó por los pelos: mal estudiante. Tampoco Tolstoi hubiera podido enseñar novela, si lo hubiera pretendido, porque no pisó las elevadas aulas. El gran genio, Mies Van Der Rohe era capataz de obra: no hubiera podido revolucionar la arquitectura moderna a poco que le hubieran reclamado el título. Como a Le Corbusier, que carecía de él: autodidacta. Como Bofill, como…Es como si a Miles Davis, que apenas tomó lecciones musicales, se le negara la posibilidad de transmitir su universo musical. ¿Para qué? Mejor coger a un trompetista recién salido del conservatorio. La verdad, estamos fatal. Arumbamos el talento en glorificamos la “adminastritivitis”. Todo cuelga de la burocracia. Hasta las expresiones musicales.

La cosa no va bien, no. Pero las peripecias de Einstein, Van der Rohe, Le Corbusier, Miles Davis, Stravinski y tanto otros, vaya usted y cuénteselas al director general del ramo de la muy ilustre conselleria de Educación, que inevitablemente será de Alicante. Cuénteselo al director general de Personal Docente, que ha de ser el encargado, digo yo, de velar por el estricto cumplimiento de la normas -tal vez no sea él quien haya alumbrado la idea de o la “titulitis” o nada- con el objetivo de proporcionarle tratamiento funcionarial al legado y difusión de los conceptos artísticos. Qué gran aportación al saber mundial y al saber del alumnado, ¿no? En lugar de darte clases Piano o Foster, casi mejor que en Valencia te las dé un arquitecto titulado.  Uno estudió Geografía e Historia, con título pero sin orla, que no sé si existe o por dónde anda, y lleva unos cuarenta años en esto del periodismo. Si fuera por el cabeza visible del área Docente, o del área que sea, ya me hubiera muerto de hambre o me hubiera dedicado a los pupitres para no contradecir la disciplina imprimida en el título. O a plantar nabos. En el caso que nos ocupa, el de Joan Soler -que no es particular sino general, insisto- la maestría está suficientemente contrastada.  A Soler un juez le dio la razón. Debía continuar las clases. El juez debía de ser un ilustrado. Un juez con mirada interpretativa universal. Hay que quitarse el sombrero con jueces así. ¿Pero qué hace un juez contra la enorme maquinaria de la administración? La administración hace las leyes, aunque sean un engendro. La administración, pues, apela, y otro juez resulta que le da la razón a la administración. Y así vamos, entre jueces y entre inepcias y entre burocracias y entre reglamentos absurdos. La administración, docente o no, no facilita el genio, solo vigila que nada se salga de la pauta. Y no es posible aplicar la “pauta” al arte. Términos antitéticos.

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