El tricornio de Tejero y otros secretos
Han tenido que pasar más de tres décadas para que los españoles supiéramos que el golpe del 23F no fue, en realidad, más que una performance de Tejero que Millán del Bosch, influenciado por el barroquismo fallero, se encargó de ejecutar en su versión más rococó sacando los tanques a la calle. Pero así es: el asalto al Congreso solo aspiraba a ser una intervención creativa que promoviera una nueva corriente artística, el tricornismo. Lo hemos sabido esta semana cuando el hijo del teniente coronel alertó de que el tricornio que iba a salir a subasta por 6.000 euros, no era aquel en cuyo brillante vinilo resonó el estruendo del ¡se sienten, coño!, sino uno más de los “cientos” que el bizarro guardia civil firmó con la misma productividad con que Dalí garabateaba su nombre en papeles en blanco.
Pese a la caspa carpetovetónica que le envuelve, el tricornismo se presenta así como un fenómeno artístico cargado de modernidad, consciente de que, como ya advirtiera Walter Benjamin, en la era de la reproductividad técnica la copia tiene el mismo valor que el original. Por eso, Tejero distribuyó tricornios entre sus admiradores con la promiscuidad y soltura con que Andy Warhol estampaba mecánicamente los rostros de Elizabeth Taylor o Mao Zedong, que por aquellos años, por cierto, todavía se llamaba Mao Tse Tung. Eso no ha evitado, sin embargo, que sus familiares conserven todavía cierta fascinación por la autenticidad y guarden como oro en paño el genuino tricornio que se encasquetó la jornada en que de forma tan grotesca pasó a la patética historia de la transición española. Pieza, claro está, bien guardada en un lugar que el hijo del golpista, sacerdote por más señas, se resiste a desvelar con el mismo tesón con que defendería un secreto de confesión.
Por otro lado, no son extraños los temores del cura Tejero dada la inusitada curiosidad que las más variadas instancias vienen demostrando en los últimos tiempos por los secretos más variopintos. Así ha quedado de manifiesto desde que los agentes de Método 3 plantaron sus micrófonos en les mongetes amb butifarra que se apresuraban a saborear Alicia Sánchez-Camacho y la ex novia del primogénito de Jordi Pujol en el restaurante La Camarga. De hecho, no hay títere que salve su cabeza de ser espiada, especialmente por las antenas del decrépito imperio americano como bien han podido comprobar la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, o los mandatarios mexicano y francés, Enrique Peña Nieto y François Hollande.
No sorprenden, por ello, las reservas de la familia Tejero. O el recelo con que Alberto Fabra se empeña en mantener a buen recaudo los estudios demoscópicos por los que el Consell ha pagado casi un millón y medio de euros para saber qué piensan los valencianos de la amenaza roja y separatistalos que el Consell ha pagado casi un millón y medio de euros que se cierne sobre ellos en forma de tripartito. Son “informes internos”, se ha apresurado a señalar el vicepresidente José Ciscar. Material reservado, en última instancia, que por su propia naturaleza conviene mantener alejado de miradas fisgonas como la del diputado de EU, Ignacio Blanco.
Y por ahí andarán, en alguna caja fuerte, encerrados bajo siete llaves, junto a otros secretos de estado tan grandes al menos como las facturas que originaron. Hasta puede que una de esas cámaras blindadas contenga entre sus miles de documentos, papeles, legajos, discos y microfilmes, algún proyecto encargado por Consuelo Ciscar para albergar en el IVAM una completa retrospectiva sobre tricornismo. Seguro que para un evento de esa magnitud, tan a la altura de la tradición valenciana, la familia no hubiera podido negarse a ceder hasta el original.