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Primarias a la carta

Simón Alegre

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La organización de elecciones primarias constituye un fehaciente ejemplo de agenda setting, es decir, de establecimiento mediático de temas. A raíz de una noticia prefabricada por el partido se consigue incrementar el interés informativo del mismo. Hasta aquí, todo correcto. Repercusión externa y movilización interna.

Huelga decir que los aparatos toman sus precauciones para que la formación no quede en evidencia. Lo contrario sería suicida. No obstante, ello no invalida per se la táctica del PSPV, conejillo de indias en este caso de su matriz federal. El que quiere ganar, ha de tomar riesgos y, por otra parte, los socialistas valencianos ya están acostumbrados a que se ponga en cuestión cualquiera de sus movimientos organizativos. Los años de cainismo y la losa heredada de la última legislatura de Zapatero no suponen el mejor aval.

Por todo ello, resulta más que lógico evaluar los riesgos a acometer. El electorado hispano castiga especialmente el faccionalismo disidente. Que le pregunten a Simancas por Tamayo y Sáez. Por eso, cada partido escoge el sistema de elección de candidaturas que mejor se ajusta a su cultura política. Desde las cuotas de pluralidad de Compromís a la libreta azul de Aznar. Todos estos procesos son legítimos y se ajustan a las necesidades de la organización en cuestión.

Las primarias abiertas responden a la vocación deliberativa del socialismo más renovador. En clave de dinamización interna, pero también de visibilidad de la alternativa progresista propugnada. Este aspecto, el eminentemente mediático, arriba difusamente proyectado por la mitología del sistema político norteamericano y nos perfila unas primarias entendidas como espectáculo presidencialista y puja de subasta, según el conocido paradigma de “los huevos en todos los cestos”. Sin embargo, en el caso estadounidense, los partidos representan una abigarrada coalición de intereses dispersos de carácter personal, territorial y económico; no existiendo prácticamente como estructura física, tal y como en Europa los conocemos.

En contraposición, las primarias autóctonas, por muy abiertas que se prediquen, parten de una inexorable incoación por parte del aparato. Y después de experiencias como el interregno de Borrell, los apparatchik–cuyos intereses, no se olvide, pueden diferir de los que manifieste la opinión pública y su mismo partido- apuestan por la seguridad propia. Atado y bien atado. Es la sensación que ofrecen las primarias del PSPV, en las que Toni Gaspar contiende como el digno adversario, encarnador de la competencia que legitime el triunfo oficialista. De puertas hacia afuera, y seguramente con el convencimiento en sus posibilidades del candidato alternativo, un poco de fuego amigo. Que si con Puig el PSPV mira hacia 1983 o que el aparato no pisa la calle. Un resquicio para dar la campanada –tras las variadas defecciones de potenciales aliados gasparistas- en unas primarias que, en definitiva, dependen para alcanzar unas cifras estimables de participación de que cada militante del censo depurado convenza para involucrarse en el proceso, al menos, a un contacto. Lo dicho, los de casa han de atraer a los de fuera, lo que no obsta para valorar positivamente el esfuerzo dinamizador de los socialistas. Mientras tanto, Ximo Puig se postula ante empresarios, académicos y sociedad civil en general como Molt Honorable in pectore, cosechando cierto éxito de público y aceptación.

Alfonso Guerra, enemigo íntimo del socialismo valenciano, espetó hace poco a sus conmilitones de estos lares que si el PSPV hacía bien los deberes, con un socio debería bastarle para gobernar.

A la vista de las encuestas que precocina Blanqueries, conviene al PSPV empezar a traducir el descontento hacia el PP en un mayor apoyo a su proyecto.

O tendrá que estar más pendiente de otras primarias.

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