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Música | Crítica

El rico Shostakóvich de Mark Elder

Mark Elder, durante la interpretación de la ‘Quinta’ de Shostakóvich.

Manuel Muñoz

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El británico Mark Elder (Haxman, 1947) asumirá a partir de septiembre próximo la dirección musical del Palau de les Arts, tras la marcha del estadounidense James Gaffigan. Elder ya era habitual de este teatro, pues ha dirigido en varias ocasiones la Orquestra de la Comunitat Valenciana. La pasada temporada ofreció una memorable interpretación de la Sexta sinfonía de Gustav Mahler. Este jueves volvió a subir al podio en Valencia para dirigir un concierto sinfónico que suponía su presentación formal como director titular, en el marco de la III Gala del Mecenazgo del Palau de les Arts.

En el programa, dos obras muy distintas: la Segunda sinfonía de Beethoven y la Quinta de Shostakóvich. La primera correspondiente al primer periodo compositivo del genio de Bonn, enmarcada en el clasicismo formal, aunque precursora de los avances que habían de cuajar a partir de la Heroica, que es la siguiente. La segunda, fruto de la reacción del compositor ruso a la feroz crítica del sistema estalinista a las innovaciones formales que supuso su ópera Lady Macbeth de Mtsensk. Es una de las más célebres de su catálogo, junto con la Séptima, “Leningrado”, y también una referencia absoluta del sinfonismo del siglo XX.

La sala estaba repleta de público, una parte del cual no debía de ser habitual de los conciertos, porque aplaudió sistemáticamente entre los movimientos de la sinfonía de Beethoven. Por fortuna, algunos miembros de este grupo se marcharon en el descanso y el resto comprendió que es más prudente, por ser costumbre extendida, esperar a que acabe la obra para exteriorizar su entusiasmo.

La Segunda de Beethoven fue escrita en 1802, durante su retiro en Heiligenstadt, cuando se agravó su sordera y parece que llegó a tener intenciones de suicidio. Se abre con una introducción lenta, como era habitual en Haydn, y su tercer movimiento es denominado Scherzo y no Menuetto, contra la costumbre del clasicismo. Elder dispuso una orquesta clásica más bien amplia, una cincuentena de profesores y una importante sección de cuerda, con 20 violines y cuatro contrabajos. Su lectura fue más próxima a la tradición que a la línea historicista. Una visión enérgica y contundente, quizás algo escasa de gracia, y con unLarghetto que habría resultado mejor con un tempo más lento. El director optó por dirigir esta pieza sin utilizar la batuta, y tanto él como los profesores de la orquesta recibieron una cálida ovación.

Tras el descanso, cambió el panorama, con una orquesta de casi un centenar de integrantes. Muy amplia cuerda, con 15 violines primeros y ocho contrabajos, maderas dobles, con flautín y contrafagot, dos arpas, piano, celesta, profusión de metales, con tres trombones y tuba, y una percusión que incluía xilófono, timbales, platillos y caja. Elder volvió de la pausa con la batuta en la mano derecha y realizó una completa exhibición de control de los matices, las dinámicas, los abundantes solos y, en definitiva, la rica paleta sonora que ofrece la Quinta de Shostakóvich, compuesta en 1937.

El inicio de la sinfonía, con el diálogo entre violines, de una parte, y violonchelos y contrabajos, de otra, en intervalos de sexta, ya sumergieron al público en un mundo muy alejado del que sugería lo escuchado en la primera parte. El primer movimiento fue electrizante, y Mark Elder exhibió un extraordinario control sobre todos los detalles. Muy bellos solos de flauta (Magdalena Martínez) y destacada intervención del piano y la celesta, que marca con tres escalas cromáticas el delicado final del movimiento, a cargo de Antonio Galera.

La entrada de violonchelos y contrabajos al principio del segundo tiempo exhibió un muy bello y contundente sonido. En él hubo muchos momentos destacados como el solo de violín, a cargo del concertino, Gjorgi Dimcevski. Pero el verdadero corazón de esa sinfonía es el tercer movimiento (Largo), pleno de intensidad y de intervenciones solistas. Elder supo transmitir con precisión y atención a cada una de las voces toda la profundidad que hay en él. Con frecuencia se tiende a minusvalorar el cuarto movimiento, con su fanfarria triunfalista. El nuevo titular de Les Arts no cayó en ese error y ofreció una lectura minuciosa, con atención a los detalles, a los cambios de carácter, y una espectacular coda final. El publicó recompensó a orquesta y director con una intensa ovación y gritos de “bravo”.

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