De lo viejo y de lo nuevo
La línea de fractura explicativa del voto que resumimos con el continuum izquierda-derecha se encuentra mitigada en España, no sólo por la diferente intensidad del contencioso centro-periferia en determinadas áreas, sino también por la complejidad que añaden otras escalas de matiz como la liberal-autoritaria o la relativa a los issues postmaterialistas.
No obstante, continúa siendo el instrumento más oportuno para ubicar a las formaciones en nuestros sistemas de partidos. La competencia al interno de los mismos vendrá determinada, más que por el número de partidos, por la relevancia de los que tengan capacidad de chantaje, como nos enseñó Sartori. Nos referimos a los partidos efectivos y huelga aclarar quiénes han duopolizado la quintaesencia de la etiqueta. Por eso, conviene desentrañar los términos en los que han fundamentado su competencia para atisbar el alcance de otros epifenómenos.
Pasada la coyuntura transicional a principios de los ochenta, Felipe González se alza con el poder, sentenciando a la UCD tras su traumática disgregación, y asumiendo la necesidad del “cambio” y de “un gobierno que gobierne”, dimanante del masivo respaldo recibido. La incapacidad de la AP de Fraga para erigir una competencia digna de ser considerada como tal –sistema de partido y medio, acuñó José Ramón Montero- y la ilusión generada por la victoria socialista desembocan en una etapa de partido predominante en la que AP era al PSOE lo que el PAN al PRI en México, un garante de la legitimidad competitiva en calidad de sparring. Tal es la superioridad socialista entre 1982 y finales de su década que se llegan a confundir los intereses de partido y Administración. El mandato de tipo bonapartista de Felipe González, las cuitas al interno de la organización –a modo de competencia endógena- y un populismo retórico de corte peronista, pero sobre todo la corrupción enquistada en este modelo de hegemonía social, propiciarán el colapso de esta fase y la erección, ahora sí, como competencia real del refundado PP.
Se da paso, pues, a la legislatura 1993-1996, la del prometido “cambio del cambio”, en la que se instaura el término crispación como explicativo de las condiciones de la competencia. Lourdes López Nieto afirma que supone la estrategia comunicativa mediante la que el PSOE le niega legitimidad al PP, por la vía de una tutela de lo políticamente correcto. Sostenía José Félix Tezanos que esta dialéctica –recuérdese también el talante que oponía Rodríguez Zapatero- ha favorecido la concentración del voto para los dos partidos mayoritarios durante los últimos veinte años, movilizando voto útil y de rechazo recíproco. 78,7% de votos entre PP y PSOE en el año 2000, 80,4% en el 2004 y 83,7% en las elecciones celebradas en 2008.
Sin embargo, el porcentaje de la concentración PP-PSOE se reduce a 73,3% en 2011, al tiempo que se perciben los efectos de una doble crisis: de desafección con los partidos y los políticos y la económica, entre lo estructural y lo autóctono. El alegato más sintético del movimiento 15 M, votar a formaciones que socavaran el bipartidismo, había surtido efecto y la tendencia se reforzaría en posteriores comicios.
Al eje izquierda-derecha, aún útil para orientarnos en el proceloso mundo de la política hispana, le ha salido, por lo tanto, una nueva arista. A expensas de las demandas de regeneración y el empobrecimiento de las clases medias se abre paso un conflicto entre lo nuevo y lo viejo. Con un punto de inflexión que remite a la revisión retrospectiva del modelo emanado de la Constitución de 1978 y que, simbólicamente, se ha certificado con la sucesiva expiración de Manuel Fraga, Santiago Carrillo y Adolfo Suárez.
Esta incipiente oposición deberá operacionalizarse y cuantificarse debidamente, pero como muestra, un botón: los votantes de Podemos en las últimas elecciones celebradas son los que en un mayor porcentaje -88,4%- se muestran muy de acuerdo o de acuerdo con la frase “los políticos/as no se preocupan mucho de la gente como Ud.” (Estudio 3.028 del CIS), únicamente superados en esta opinión por los de la coalición liderada por Bildu.
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